La lengua secreta de 5.000 extremeños
"¡Na pilleira nun cabin as albas!”. Nicolás, con cinco años, miraba a su padre y decía: “La abuela habla raro”. Este le traducía: “Que en el saco ese no caben más cenizas”. El crío tardó años en entender que en el pueblo de sus abuelos (Eljas, Cáceres), donde las casas se amontonan en vertical como los libros se apilan en la mesita de noche, la gente no hablaba, sino que falaba.
En la frontera natural entre Cáceres, Salamanca y Portugal hay tres municipios extremeños que comparten una lengua propia, a fala, una variedad de origen galaico-portugués con influencias asturleonesas. Esta tiene un nombre propio en cada uno de los pueblos, que sirve también como gentilicio: valverdeiru en Valverde del Fresno, lagarteiru en Eljas y mañegu en San Martín de Trevejo. Las pequeñas diferencias en el habla son motivo de rivalidad entre estos 5.000 vecinos: “¿Cómo te vas a fiar de los de San Martín, que dicen Maidril en vez de Madrid y mecu en vez de médicu?”, dice Bernardo, un lagarteiru de 88 años y un solo diente en la boca.
Una de las teorías sobre el origen de este fenómeno lingüístico es que procede del portugués. Durante la posguerra, la pobreza apremiaba. Los ancianos, cuyos recuerdos están arrugados como un mapa de carreteras usado, cuentan que a los de Eljas les llaman lagarteirus porque, a falta de otra cosa, comían lagartus, abundantes en la zona. Gracias al contrabando con los lusos sobrevivieron a la escasez. La fala, que usaban para comunicarse con los portugueses, fue un cordón umbilical para ellos. La situación geográfica, un enclave montañoso que les aislaba del resto de pueblos españoles, explica la supervivencia de esta lengua hasta hoy.
Felisa, una lagarteira de 86 años, cree que procede del gallego. Su intuición no es del todo desacertada: durante la Reconquista, Alfonso IX repobló esta zona, sobre todo, con colonos gallegos. Sin embargo, estudiosos como José Leite de Vasconcelos defienden que es un dialecto portugués. Lo único cierto es que no hay consenso sobre su origen, y que ni portugueses ni gallegos conjugan sus verbos con esta terminación: coñocel, cantal, bailal.
Martina, de 85 años, dice que el lagarteiru ni es gallego ni portugués, sino “de aquí”. Su mesa camilla tiene un mantel de plástico con el mapa de España, y señala el valle como si el hule encerrase un misterio universal. En los años sesenta, Martina emigró a Ámsterdam, y en el restaurante en el que trabajaba coincidió con dos mujeres de Valverde y San Martín. “La mañega decía pisal en vez de sal. Hablan raro”, dice riendo. Incluso en el extranjero usaban a fala para hablar entre ellas.
La pronunciación es clave. “Queso no es queiso, como lo dicen en Valverde o San Martín. Aquí es queisho”, dice Jesús, el carpintero de Eljas. Otros lagarteirus afirman que la transcripción literal de esta peculiar s no sería con sh, sino con x o con ss. A fala es de transmisión oral, no hay una ortografía oficial y nunca se enseñó en los colegios.
En estos pueblos en los que se muere más que se nace, esta lengua corre el riesgo de desaparecer. Félix, de 89 años, se enfada con los que emigran y regresan al pueblo hablando castellano: “El que hace eso es porque se siente superior. ¿De qué vas, chulo? ¡Fala mañegu!”