La lingüística forense a la caza de delincuentes
Sheila Queralt / R. C.
Cuando desapareció Diana Quer y se había desplegado la operación policial para encontrarla, llegó un correo electrónico desde su cuenta con una escueta frase: no me busquéis, estoy bien. En este caso intervino la experta en lingüística forense Sheila Queralt, para descartar que ese mensaje pudiera emplearse para atribuir o descartar ninguna hipótesis, en contra de lo que especulaban otros analistas. «Para determinar la autoría de un texto se necesitan unas 300 palabras», explica. «Con una única frase, como en el caso de Diana Queer, no es posible determinar un perfil lingüístico. Sólo a partir de cinco o más palabras iguales hay probabilidad de que las haya formulado una misma persona, siempre que no sea una frase común y sea idiosincrática o particular». Posteriormente, Diana Quer fue hallada muerta, tras haber sido violada.
Desde sus años de formación, cuando descubrió que la lingüística forense aunaba sus dos áreas de interés, el derecho y el lenguaje, ha estudiado casos claves, como el del norteamericano Unabomber, al que se detuvo gracias a la inusual forma de escribir sus cartas –anónimas–. O el de Anabel Segura, en España, en el que se detectó el área donde estaban los secuestradores gracias al análisis del ruido de una llamada telefónica, como si se revisara el fondo de una imagen.
Ahora Queralt trabaja en su propio laboratorio, SQ-Lingüistas Forenses, y ha publicado 'Atrapados por la lengua' (Larousse). «La lingüística forense es el análisis de la lengua, oral y escrita, en contextos policiales, judiciales o investigaciones privadas», afirma. «Además, el análisis de la lengua puede ayudar a la gente en su día a día, como entender el lenguaje tan oscuro de la administración, o en caso de acoso, saber que hay alguien que le puede ayudar».
–¿Se puede realizar un perfil criminal a partir de la forma en que se escribe?
–Se está trabajando para determinar un patrón lingüístico dependiendo del perfil de los criminales. Yo estoy muy interesada en los estafadores en serie de mujeres. he estudiado varios casos en España, como el de Rodrigo Nogueira. Estos estafadores tienen distintos patrones de lingüística durante el proceso del delito. Usan un tipo de vocabulario para enamorar a la víctima, otro al principio del engaño y un tercero cuando la víctima se da cuenta de lo que está pasando. Por ejemplo, cuando le escribe la carta para pedirle el dinero hay mucha prisa, razones y cortejo. Utiliza palabras muy cariñosas y la frase en que pide el dinero es muy breve, para quitarle importancia y adornarlo. Luego utiliza estrategias evasivas para no dar respuesta y, cuando ha sido descubierto, busca cortar el contacto y recurre a las amenazas para que no le denuncie.
–¿Estas estrategias y palabras son el resultado de estudiar a sus víctimas?
–Se adaptan muchísimo a la víctima. Hacen una ingeniería social del perfil. Las buscan con dinero y por eso son personas con un alto grado educativo, como abogadas o informáticas. El estafador analiza el entorno de la víctima para saber cómo cazarla. Usan la lengua como un arma, porque tiene el poder de influir en los actos reales de las otras personas. Forma parte del lenguaje de agresión verbal.
–¿El lenguaje es también un arma en la violencia de género?
–En la violencia de género hay abuso verbal, se usan las palabras para mitigar a la víctima. Amenazas e insultos que difieren en cada autor. Unos se fijan más en los atributos físicos o sexuales y otros, en los mentales. Por ejemplo, estúpida, retrasada o tonta. Usan malas palabras, y cada uno tiene sus favoritas.
–¿Cuál es el caso más notable resuelto por la lingüística forense?
–A nivel mundial, el de Unabomber, uno de los primeros en resolverse así. Pero no siempre nos dedicamos a atrapar malos, porque también ayudamos a demostrar una inocencia, como en el caso de Óscar Sánchez, encarcelado por confundirlo con un traficante de drogas a partir de la intercepción de una llamada.
–¿Cómo se construye una acusación basada en una oración, que puede pertenecer aparentemente a cualquiera?
–En un proceso policial no se tiene en cuenta una sola ciencia, sino varias. Para saber si una frase pertenece a una persona o no, se coteja la colección de rasgos, por ejemplo, de un anónimo. Hay distintos niveles. En el lingüístico está la sintaxis o el orden de las palabras en el texto; en el pragmático está la emoción y la forma en que se dan órdenes o se agrede; y luego está el tipo de complejidad de las oraciones, su longitud o el uso de frases subordinadas o coordinadas. El lenguaje es algo vivo y evoluciona a lo largo de nuestra vida. También depende del contexto y de con quién se habla.
–Nunca se había escrito y publicado tanto como ahora con las redes sociales, ¿las pruebas incriminatorias también han aumentado?
–Con las redes sociales está aumentando el crimen pero también la investigación. Tenemos el reto de analizar muchísimo más material y cambiar el enfoque. Y sí, mientras más material, más posibilidad de incriminar al que esté atrás.