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La selección: nuestro cerebro y los idiomas

06/12/2024
Eva Catalán

Imagen generada con IA

Una de las facetas más fascinantes de la investigación académica, sea en ciencias o letras, es que nunca termina. La revisión de ideas o conceptos arraigados es continua: lo que hace una o dos décadas se consideraba una verdad incontestable puede ponerse en entredicho o directamente quedar desbancado por nuevos descubrimientos. ¿Frustrante? Para mí es la garantía de que seguimos mejorando y progresando.

Traslademos este principio al terreno de la neurolingüística y del aprendizaje y adquisición de idiomas. ¿Cuántas veces hemos escuchado que la mejor manera de aprender una segunda lengua es sumergirse en ella totalmente? ¿O que solamente son bilingües las personas que hablan exactamente igual de bien dos idiomas? ¿O que hablar otros idiomas no perjudica en absoluto nuestro conocimiento de la lengua madre? ¿O que hablar bien de verdad un idioma supone hablarlo exactamente igual que sus hablantes nativos? Pues nada de esto es así, al menos no totalmente. Así lo demuestran todos estos artículos que hemos publicado recientemente.

Iria Bello, de la Universitat de les Illes Balears, nos explica por qué aquello de only in English en la clase de inglés puede estar pasándose de moda: “Los hablantes no nativos no son copias imperfectas de los nativos”, explica la experta sobre este cambio de chip. “Son personas capaces de comunicarse en varios idiomas”. Es decir, si no somos nativos, sino que hablamos otra lengua, ¿no es lógico aprovechar todo nuestro potencial lingüístico? Especialmente en tareas y actividades en las que el elemento organizacional o emocional juegan un papel importante, ¿por qué no dejar que los aprendices recurran a su lengua nativa cuando lo necesiten? ¿Acaso van a aprender menos?

Si la inmersión absoluta no es garantía de aprender mejor, ni más deprisa, la moda de enviar a los adolescentes a pasar un año en un país de habla inglesa (que supone una importante inversión de dinero y tiempo para las familias) claramente queda desbancada como la única manera de adquirir una buena competencia lingüística: sin duda es una experiencia valiosa, pero descartemos esa idea de que solo así alcanzamos el nivel adecuado, nos advierte José Luis González Fernández, de la Universidad de Castilla-La Mancha.

El meollo de la cuestión es qué consideramos un buen nivel o un nivel adecuado de un segundo idioma. Durante décadas, la idea ha sido hablar “exactamente igual” que un nativo. “Es prácticamente bilingüe” o “nivel bilingüe” son frases que se usan para definir un alto nivel de competencias lingüísticas en el segundo idioma.

Hoy se revisa el concepto de bilingüismo, como nos explica Patricia Román, de la Universidad Loyola de Andalucía: una vez que empezamos a aprender un idioma, nuestro cerebro se modifica y aparecen ya los efectos en tareas cognitivas como el control inhibitorio (es decir, el cerebro ya tiene presente que existen diferentes palabras para el mismo concepto y suprime o elige las que corresponden). Por eso, esta neurocientífica considera que no tiene sentido ver el bilingüismo en términos de blanco y negro, sino que cada persona es bilingüe de una manera propia según muchas dimensiones que se combinan.

Nuestros cerebros son extraordinariamente adaptables y cambiantes, por eso somos capaces de aprender nuevos idiomas, incluso en la edad adulta. Sin embargo, esto tiene un lado malo: casi nada de lo que aprendemos es inamovible, nada queda “grabado” para siempre. Ni siquiera nuestra lengua materna.

Como han podido comprobar millones de inmigrantes a lo largo de la historia, trasladarse a un entorno lingüístico diferente puede tener la consecuencia insospechada y desagradable de que, pasados unos meses de desenvolvernos en la nueva lengua, no seamos capaces de acordarnos cómo se decía algo en la nuestra. Ivo H. G. Boers y Carmen Parafita, de la Universidad de Vigo nos explican el fenómeno de la “erosión lingüística”.

Sabíamos que la falta de práctica puede afectar nuestra fluidez en un segundo idioma (de ahí frases como “tengo muy oxidado mi italiano” o “he perdido mucho inglés”) pero lo que no teníamos tan claro es que incluso nuestra lengua base, si no se usa y practica, también puede irse olvidando.

Terminamos este recorrido por las novedades en lingüística con una pregunta cuya respuesta encontrará en este artículo: “¿Somos una persona distinta cuando hablamos otro idioma?”. Mari Mar Boíllos y Ana Blanco, de las Universidades del País Vasco y de Alcalá, analizan cómo se relacionan las emociones con los idiomas en personas que hablan más de uno.

Mucho sobre lo que pensar, en el idioma que sea.