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La unánime noche: una teoría sobre Borges

11/08/2021
J. D. Torres Duarte ― Columnista

En su cuento Las ruinas circulares, Jorge Luis Borges escribió una oración que suele citarse como prueba de oro de su genio literario. Es la que abre el cuento: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche [...]”. El adjetivo unánime empuja a la admiración: es una elección muy particular, impredecible, ambigua, lírica. De entrada, unánime eleva el cuento a un campo mítico. Pero no quiero hablar de sus efectos, sino especular sobre su origen, que también ilustra la vasta perspicacia de Borges.

La primera pista sobre su origen no es especulativa: la dio en una entrevista el escritor y profesor Luis Harss, autor de Los nuestros. Harss cuenta que el traductor con quien Borges trabajó mano a mano para sus versiones en inglés, Norman Thomas di Giovanni, estaba en aprietos para traducir unánime. Es posible que su equivalente natural, unanimous, le hubiera parecido poco convincente (y es una lástima que los traductores posteriores de ese cuento se decantaran por unanimous sin prestar buen oído ni rescatar los aciertos de Di Giovanni). Di Giovanni pidió entonces el auxilio del autor. ¿Cómo lo traduzco? Para Borges, la solución era sencilla, puesto que el adjetivo se había asomado a su cabeza, primero, en inglés. Di Giovanni debía traducir unánime como all-encompassingthe all- encompassing night.

No es extraño que la forma primitiva del adjetivo fuera inglesa. Borges, como dijo en una entrevista, era sobre todo un lector de literatura en inglés; De Quincey, Stevenson, Shaw y Chesterton conformaban su nómina de veneración; en su casa de infancia el inglés fue una de las lenguas de la rutina; él la dominaba (con un bello ejte argentino como muletilla) con espontaneidad de perfecto gaucho de Westminster. Sus cuentos replican el tono y el tenor del inglés; su uso burlón del adjetivo deplorable deriva posiblemente de esa lengua, no del español. De modo que, al traducir el cuento al inglés, no se trataba de crear una versión nueva, sino de restablecer la original.

Borges ejecutó, entonces, una doble traducción al escribir unánime: la primera, de la masa informe y oscura que es una intuición a la realidad concreta y eufónica del inglés; la segunda, de su lengua literaria de gusto, el inglés, a su lengua de escritura, impuesta por el destino: el español.

Pero el instinto natural de ningún traductor relacionaría unánime con all-encompassing. Quizás haya que compadecer a los traductores de Borges que apostaron por unanimous, puesto que ésa es, por su raíz latina y su significado primario, la palabra más cercana a unánime y la que viene sin esfuerzo a la mente. Pero que dos palabras compartan significado y raíz no implica que compartan intención, que en este caso parece confusa. ¿Qué quería decir Borges con la noche unánime? ¿Cómo llegó a esa elección? El adjetivo all-encompassing echa algunas luces.

En inglés, el verbo encompass evoca el acto de incluir algo o de rodear o encerrar algo por todos los costados. En español, equivaldría a incluir o abarcar. En ese sentido, the all-encompassing night se diría en español, preservando las posiciones de las palabras, la todo incluyente noche la todo abarcadora noche. Ese orden es deplorable. Así debió de parecerle a Borges, que tenía un oído exigente para los adjetivos. Es preferible alterar la jerarquía, agregar un par de palabras, transformar el adjetivo en verbo: la noche que todo lo incluye la noche que todo lo abarca.

Pero ese complemento de la frase que comienza con que, que expresa una cualidad, puede ser reemplazado, sin perjuicio y con gran beneficio, por un adjetivo: Borges profesaba un lenguaje preciso y medido, opuesto a la verborrea. El complemento que todo lo incluye se resume en incluyente, que carece por completo de atractivo: la noche incluyente desencanta al oído y decepciona a la razón. De otro lado, que todo lo abarca cabe en el adjetivo abarcadorala noche abarcadora. Faltaría añadir que lo abarca todo, como matiza el adjetivo inglés con naturalidad, pero en todo caso es una opción más decente que la primera.

La ensamblaré, entonces, en la oración: “Nadie lo vio desembarcar en la abarcadora noche”. Después de tanto trajinar, la sonoridad viene a derrumbarlo todo: la cacofonía entre desembarcar abarcadora es abrumadora y abusiva. Ambas evocan un barco, una nave enorme cuyo tartamudeo la empequeñece. ¿Y si intercambio —debió de preguntarse Borges— el verbo desembarcar por atracar orillarse descender? El primero pertenece a la jerga del mar, y este no es un relato de marineros; el segundo recuerda una barca pero no el momento consolador en que el viajante pone pie en tierra; el tercero es genérico. Desembarcar, en cambio, evoca a la vez la nave y la acción de asentarse en esa nueva orilla. No: desembarcar es el verbo necesario. Además, reemplazarlo no acabaría con cierta incomodidad que persiste en abarcadora, cierto tropiezo de la lengua y de la intención, que no termina de cumplirse porque, de nuevo, la noche de the all-encompassing night lo abarca todo: las bestias del mar y las de la tierra, las planicies y las montañas, los humanos y las piedras.

Esa night está en todas partes, repartida en cada una de las cosas terrestres: la noche es todas ellas y ellas son la noche. Son una sola y misma cosa. Tienen una misma alma. Borges debió de pensar, entonces, que all-encompassing no era un adjetivo que describiera la capacidad de un objeto de abarcar o encerrar otro objeto, sino de estar dentro de ese objeto, de ser uno con ese objeto, de replicarse en él, de desdoblarse (quizás por eso ni circundante ni envolvente, otras dos opciones plausibles, servían: seguían sin penetrar las cosas). Era más conveniente, por lo tanto, perseguir un adjetivo que sustentara esa cualidad: una noche que habita en las cosas.

La dificultad que propone Borges en este estadio de la traducción es fascinante. Pasamos de una noche que emprende un ordinario acto físico (abarcar o rodear un objeto) a otra que emprende un fantástico acto metafísico (habitar un objeto, internarse en él). García Márquez decía que un escritor debía comprometerse, antes que con la realidad política y social de su país, con las realidades de este mundo y del otro. Borges prueba aquí su posición en la vanguardia de lo invisible.

Sin embargo, es posible que, al exigir tanto del español y de la realidad tangible, Borges no hubiera encontrado el adjetivo que satisficiera todas sus urgencias. Tuvo, entonces, que inventarlo. Pero el armamento verbal de Borges nunca fue tan experimental como el de Joyce, que componía palabras mutantes con un prefijo de aquí o un sufijo de allá, ni tan osado como el de Beckett, que le rapó al latín el verbo vagitare para componer vagitate en inglés y calmar su sed por un verbo que evocara, sin acudir a la modulación del adverbio, el discurrir sin sentido ni guía del pensamiento. Borges era demasiado conservador (había desdeñado las vanguardias con fastidio, después de haberlas practicado) para una deformación de ese estilo, más aún en la oración de apertura de un cuento. De modo que escarbó entre las palabras de costumbre en busca de alguna que, por su naturaleza o por sus evocaciones, pudiera decir cuanto él quería decir.

Como la noche es una con las cosas, sería apropiado un adjetivo con la partícula un a la cabeza, puesto que indica fusión, cierta homogeneidad, cierta armonía: uniforme, unísono, unívoco, unión. Como, además, la noche y las cosas tienen una sola y misma alma, la palabra ánima, de donde deriva alma, debió alumbrarse de golpe en la exploración verbal de Borges, que tanto amaba aprender lenguas (en su vejez se consagró al anglosajón con fervor). ¿Qué palabra podía acoplar la unidad y el alma, el ánima, y pasar casi desapercibida, como si fuera una palabra de todos los días, mientras al mismo tiempo elevaba aquella noche a una dimensión fantástica? En el listado de las un en el diccionario aparece casi al inicio: unánime.

Entre los significados registrados de unánime, ninguno se acerca al acto de rodear o incluir o abarcar. Tampoco aparece el de ser una sola alma (mucho menos un sólo soplo, como sugiere la raíz hermana en griego, ánemos). Unánime es el adjetivo que describe la correspondencia entre varias opiniones o pareceres. Eso es todo. Es un límite pobre. Los diccionarios desdeñan el juego. Borges debía saberlo, y al escribir unánime creaba con toda voluntad una tensión entre la palabra y su significado (inexistente en cualquiera de las pálidas opciones anteriores) que es, en últimas, la base de toda su ambigüedad, de su feliz rareza. Entonces Borges parece haber conseguido un tercer acto de traducción, único de los escritores geniales: de su lengua de escritura a su lengua privada.