La y griega todavía tiene
esperanzas
El PaísLos españoles llegaron a América con la i griega (o ye) por delante. El 12 de octubre de 1492 Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Guanahaní y, según la transcripción que Bartolomé de las Casas realizó del diario del almirante, lo hizo llevando un estandarte en el que figuraban las iniciales de los Reyes Católicos, la F y la Y de Fernando e Ysabel. La Real Academia Española publicó su primera ortografía en 1741, pero se tituló Orthographía porque las reglas vigentes hoy no quedarían fijadas, con sus sucesivos ajustes, hasta 1815. Es decir, Ysabel tardó en convertirse en Isabel y, de paso, en perder el juego entre la inicial de su nombre y su famoso emblema: el yugo.La semana pasada, siglos después del episodio colombino y fieles a la política panhispánica de los últimos años, 11 representantes de las veintidós Academias de la Lengua Española se reunieron en San Millán de la Cogolla (La Rioja) para cerrar el texto de la nueva edición de la Ortografía. A falta de su ratificación por el pleno de las academias que tendrá lugar el día 28 en Guadalajara (México), la obra sustituirá en diciembre a la edición anterior, de 1999.Una de las grandes novedades de la nueva Ortografía reside en proponer un solo nombre para cada letra: la i griega pasará a llamarse ye mientras uve sustituye a denominaciones como be baja o be corta. Las academias perseguían favorecer la unidad de una lengua de por sí muy unitaria —con más de un 80% de vocabulario común a ambos lados del Atlántico—, pero el mero anuncio de la propuesta ha levantado una polémica transoceánica que hierve, sobre todo, en Internet. Si en España se llora por la i griega, en América se vierten lágrimas por la be corta.Humberto López Morales, de la Academia Puertorriqueña, responsable del Diccionario de americanismos y, como secretario general de la Asociación de Academias, miembro sin voto de la comisión de la Ortografía, explica desde su despacho de la RAE el juego de equilibrios que dio lugar a los cambios: «Se debatió mucho ese tema, pero mucho, mucho, mucho», insiste, «y se llegó a un acuerdo: se aceptaba uve —mayoritario en España— a cambio de que se aceptara el ye de algunas zonas americanas». López Morales recuerda que la defensa más ardiente de la ye vino de la Academia Mexicana, cuyo peso demográfico es indudable: es el primer país del mundo por el número de hablantes de español (104 millones de un total de alrededor de 450; más del doble que el segundo: Estados Unidos, con 45 millones).¿Ortografía a mano alzada? «No sé si esa forma de decidir es la más adecuada», responde, «pero allí sucedió eso». ¿Era necesario jubilar la i griega y la be baja (o corta)? «La verdad es que no es una necesidad, pero sí una conveniencia. Es mucho mejor que todos los hablantes del mundo hispánico utilicen una palabra específica para algo, la que sea. Se trata de buscar una ortografía uniforme en todo el ámbito de la lengua». Siguiendo el uso «antillano», López Morales siempre ha dicho i griega, pero opina que hay demasiado revuelo para algo «que no tiene tanta importancia», aunque le parece muy positivo que la gente se preocupe por estas cuestiones, que se discuta: «En el mismo seno de la RAE hay discusiones feroces al respecto». Generalmente, dicen, entre lingüistas y escritores. Para el académico puertorriqueño nacido en Cuba, no hay «ningún peligro» de que la pretensión de unidad termine transformándose en uniformidad: «Cuanto más unido y estandarizado esté el español que hablamos todos, mejor nos entenderemos. ¿Que la variedad es riqueza? Sin duda, pero también podría serlo tener una palabra común para todos y luego variantes». La Ortografía académica tiene capítulos que legislan y señalan las odiosas faltas y capítulos que sugieren y orientan. Humberto López Morales insiste en que el cambio de nombre de las letras es solo una propuesta: «Si no triunfara, la próxima edición tendría que dar marcha atrás. Pero la peor gestión es la que no se hace. Es casi un deber de las academias hacer estos planteamientos». ¿Se han sentido los hablantes más heridos en sus costumbres que en su sentido común? ¿Nacen las airadas respuestas de algunos de la mera resistencia al cambio? Si la ortografía está llena de fósiles —Orthographía, Christo, obscuro— y supervivientes —septiembre, psiquiatra—, el léxico es puro desafío: un verbo como explosionar chirría en los oídos de aquellos que crecieron con explotar, considerado a su vez un barbarismo durante décadas frente al castellanísimo estallar. «El argumento de que cada cambio que se produce en la historia humana provoca resistencias es cierto, pero eso no significa que esas resistencias no tengan motivo», responde Juan Antonio González Iglesias, poeta y profesor de Latín de la Universidad de Salamanca. «Nos parece normal lo que van escribiendo los vencedores de cada pequeña batalla de la cultura». Marguerite Crayencour cambió su apellido por el anagrama Yourcenar. Lo hizo, dijo, «por el placer de la y griega». Este año se cumplen treinta de su ingreso en la Academia Francesa. Fue la primera mujer. Para recordarlo, González Iglesias dirigió en su Universidad un congreso sobre la escritora en julio. Para él, es un cambio «tremendo» en lo «pequeñísimo» del asunto. «El hecho de que hubiera una i griega indicaba que había una i latina. Daba la idea de que el origen de nuestro alfabeto, que es fenicio, se había consolidado culturalmente por Grecia y Roma», dice. Pero va más allá: «Nos separamos del resto de las lenguas occidentales de cultura, donde esa letra recibe todavía ese nombre. Ya lo tenía en latín. Es un deterioro cultural». González Iglesias, que cuenta que hasta los billetes de euro llevan en griego el nombre de la moneda en homenaje a la cultura de la que surgió ese nombre y no al peso de la Grecia actual en la Unión Europea, recuerda también que para los pitagóricos los brazos de la i griega representaban el camino fácil y el difícil: «Me parece que la RAE elige el fácil». Así las cosas, el profesor salmantino dice con humor que hubiera sido mejor que los españoles dijeran be baja y mantuvieran la i griega. Tampoco le convence el paso de quórum a cuórum: «Quórum es un cultismo, un tecnicismo jurídico y político que si no se escribe bien no sé qué persona inculta la va a usar. El vulgo no necesita quórum porque nunca se reúne con consecuencias jurídicas». Por su parte, Javier Marías, escritor y miembro de la RAE, quiere, antes de opinar por extenso, ver la nueva Ortografía preparada por sus compañeros —«hay gente muy sabia con sus motivos para hacer cambios que no parecen excesivos ni traumáticos»—, pero adelanta: «Voy a seguir escribiendo como me apetezca». Privilegios de creador. «Algunos se han quejado de que en lugar de espurio escribo espúreo, una fórmula que hace años que no acepta la RAE. Me parece más auténtico. La palabra espurio la encuentro espúrea», dice. Y recuerda que Juan Ramón Jiménez escribía jeneral. «La Academia no impone nada, aunque su autoridad es grande y la gente hace caso a lo que dictamina», continúa. Sea como fuere, él va a seguir escribiendo truhán con tilde: «No creo que se pronuncie igual que Juan, ni que guión se pronuncie como la segunda sílaba de avión». Su propuesta: que se permitan las dos opciones, como se permiten fútbol o futbol. Respecto a Qatar, que será Catar, afirma que hay cosas que forman parte de las extravagancias ortográficas de cada lengua, «como la x de bijoux en francés». Para Humberto López Morales, que insiste en lo que muchas cosas del nuevo texto tienen de propuesta, lo importante es conseguir la «coherencia» de la ortografía con sus propias reglas: «Quitar el acento de solo es lo más lógico del mundo desde el punto de vista de la gramática española. No hay apenas expresiones donde se presente la ambigüedad. Y ahí está el contexto para resolverla». Las autoridades, es decir, los escritores son parte de las fuentes usadas por los gramáticos. Aunque los hay, como dice Marías, «hipercorrectos», el futuro de la i griega, en parte, está en sus manos.