Lenguaje y resistencia
El gran enemigo del lenguaje claro
es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha
entre los objetivos reales y los declarados,
uno recurre instintivamente a palabras largas
y modismos agotados, como un pulpo chorreando tinta
(George Orwell).
¿Cuántas veces reflexionamos sobre lo que decimos de manera oral o escrita?, ¿nos estamos convirtiendo en robots o en entes sin capacidad de razonar antes de expresarnos por cualquier medio?, ¿estamos conscientes de las palabras que usamos como escudo y a la vez como arma para resistir los embates más despiadados de la mentira, la opresión, la ignominia, pero también para crear, para imaginar con inteligencia un mundo alejado de las falacias que nos quieren hacer pasar por verdades?
El lenguaje ha sido la forma de resistencia más íntima, más eficaz de todos los tiempos. Al ver los relatos más antiguos, su origen y permanencia por medio de la memoria colectiva de los pueblos, de la oralidad, confirmamos esto que por ser tan evidente perdemos de vista. Los grandes relatos se basan en estos dos pilares de la creación; algunos, también en el anonimato.
La Biblia, el Corán, el Beowulf, el Poema de Gilgamesh, el Ramayana, el Panchatantra, el Popol vuh, las Mil y una noches, la Iliada, la Odisea y tantos otros que hoy leemos en papel tienen el mismo origen.
Si tuviéramos gratitud con los creadores de estos tesoros y conciencia del legado que recibimos tal vez nos preocuparíamos un poco más por preservar la tradición, por convertirnos en celosos conservadores de la lengua que, además, recibimos en usufructo. Gran culpa del reduccionismo léxico y, por lo tanto, de la enajenación y abducción inexplicable de la mente la tienen los centros educativos de todos los grados escolares —más las universidades— y los medios escritos, visuales, auditivos, y nuestra nula capacidad para enfrentar y rechazar las modas impuestas desde los centros de inducción descerebral.
Desde la colonización que sufrió el continente de parte de los españoles empieza el avasallamiento, la destrucción y el intento de borrar cualquier vestigio de las culturas anteriores a la invasión —por eso su primera, urgente tarea fue imponer su lengua a los vencidos—; la dominación imperial no cesa, ni el saqueo de la riqueza de los pueblos de América Latina, la neocolonia sólo cambió de forma; su feroz rapiña sigue; las instituciones creadas para afianzar el robo, la apropiación de los tesoros culturales tangibles e intangibles, el sometimiento continúan hasta hoy. Hasta la que rige nuestro idioma, la monárquica Real Academia Española, cumple a veces funciones de policía de la lengua.
Aunque ese dominio imperial es el más antiguo y el más sigiloso, el más dañino, me voy a referir sólo a algunas formas de descomposición del idioma en el que nos entendemos y a los anglicismos más frecuentes que una gran parte de la población —sobre todo la urbana, que es donde más se arraigan y contagian los vicios— ya hizo propios sin darse cuenta. Al hacerlo, no asumo una actitud de censura, purista o arrogante; sólo quiero exponerlo para incitar a una crítica y reflexión colectivas, como un ejercicio mental antioxidante. Tampoco pretendo tener la verdad, expongo sólo mi postura y mi forma de enfrentarme todos los días al colonialismo estupidizante lanzado desde todos los frentes. Querer tener la verdad no sólo es síntoma de ignorancia sino de provocación al sentido común; es la causa de todos los males.
El primer asunto, pero no el más importante, es el que tiene que ver con el plural expresivo. Algunos quieren aparentar corrección idiomática o pasar por interesantes al decir buen día y no buenos días. Dicen que es un día el que se desea y no varios. Este calco del inglés proviene de casi todos los idiomas. Lo raro es que apenas se dieron cuenta de este supuesto error del idioma español. Durante 500 años se utilizó en América Latina el buenos días sin problema, pero la cosquilla de la ultracorrección les acaba de provocar sarpullido a los ampulosos. Con el mismo razonamiento —y ser congruentes con el error— dicen buena tarde, buena noche, pero no son consecuentes al decir ahorros, cumplir o estar a sus órdenes, besos y abrazos, bodas de oro, dar esperanzas, disfrutar las vacaciones, dolor de muelas, bocazas, estar hasta las cachas, hasta las trancas, hasta las chanclas o hasta las manitas, éstas son las mañanitas, felicidades, felices fiestas, gratis, hacer las paces, jalado de los pelos o de los cabellos, manazas, mis condolencias, muchas gracias (cuando no indica aptitudes sino agradecimiento), saludos, trabajar de botones.
Así, de manera disimulada o descarada, se han metido en nuestras vidas los términos ok, chance, cóvid, gym, aerobic (hasta la variante gordobic, deformación con pretensiones chistosas, se dice en inglés), show, reality show, jeans, hobby, lipstick, user, password, e-book, copyright, checar, check in, banner, casting, punch, ceo, test, look, partner, manager, marketing, influencer, keywords, abstract, paper, fashion, fake news, casual, catering, spoiler friki, gamer, play, pause, spot, comic, ticket, poster, wifi, hashtag, tupper, hall, trending topic, hit, stand, panties, tip, cool, confort, bar, celebrity, hipster, community manager, lifting, light, sandwich, lunch, cocktail, spam, selfie, tablet, chat, likes, coach, love, kiss, regards, snob, smog, parking, online, influencer, follower y cientos, miles de anglicismos que tienen equivalente en español, pero que dejamos de usar por la hipnosis que ejerce el inglés en los usuarios o por su invasión mercantil, tecnológica, militar. También del inglés se copiaron las contracciones con apóstrofo los años 60’s, 80’s, 90’s, las ong’s, las expresiones coffee shop, sex shop, drugstore, new age. Conocer las reglas del lenguaje nos libera, nos rebela, nos ayuda a resistir. La ignorancia nos entrega a los brazos del colonialismo, nos vuelve seres indefensos.
Otro vicio que se oye en cualquier lado es la utilización del infinitivo introductorio sin antecedente, también llamado tarzanismo. Aunque empezó en los medios de desinformación, mentiras y manipulación (llamados de manera eufemística medios de comunicación), cada vez se generaliza más su uso. Se dice sin desparpajo, por ejemplo, informarles que estamos atendiendo las causas por quiero informarles…, contar(te) que según las cifras obtenidas hasta el momento; en este caso, se puede eliminar la perífrasis del principio y empezar por según las cifras…; antes que nada, decir que la diferencia, que sugiere un problema ontológico desde el principio, pues antes que nada no hay nada; a no ser que quien habla, en un acto de honradez intelectual, anticipe que lo que dirá es nada; la expresión más directa puede ser me gustaría decir que la diferencia. Es tan contagioso este virus que lo adquirió hasta el presidente de la República Mexicana.
Otra lacra de nuestro idioma es el mal uso del modo condicional, que ocasiona errores como construirían (por construirán) un muro en la frontera. Un ejemplo de la forma correcta de expresar condición es me dijo que si llegábamos temprano, conseguiríamos boletos. Otra forma sesgada, con el afán tal vez de matizar, es yo te preguntaría qué harías si ganas, en lugar de qué harás si ganas, con lo que se evita un pleonasmo y el palabrerío inútil. Además, se hace la pregunta directa sin anunciarla y sin cacofonías.
El uso de gerundios es otro síntoma de anglofilia. Hoy en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (cuyo nombre es un misterio, pues si es de México no puede ser internacional, y al estar al servicio del poder político y depender en lo económico del gobierno no es autónoma, menos con su sistema medieval de nombrar a sus autoridades impuestas también por mafias creadas alrededor de una casta dorada; tanta ampulosidad se evitaría con un nombre más realista: Universidad de México) anuncian un curso para elaborar tesis de la siguiente manera: Tesineando 2022. Dos de los programas más exitosos del gobierno federal se llaman Sembrando Vida y Construyendo Futuro.
Hablar sobre más vicios nos llevaría mucho tiempo. Sólo abordaré dos cosas que tienen que ver con la academia y su dependencia de las modas impuestas en Estados Unidos. (Llamar América, Norteamérica o Unión Americana a ese país no sólo denota ignorancia sino también vasallaje. El nombre legal de ese territorio es Estados Unidos de América —que de manera abreviada se conoce como Estados Unidos— y su gentilicio es estadunidense, no norteamericano, menos americano.)
Universidad y universalidad son lo mismo. Se supone que en su seno hay estudio crítico, argumento razonado, revelación, rebelión. Aceptar los dictados, someterse a los designios del imperio estadunidense es negar el espíritu de la universidad. El conocimiento que recibimos en sus aulas no es neutral, tampoco lo que creamos. Desde hace años se metió el virus de la academia imperial en toda la educación de América Latina y nadie hace algo para erradicarlo. ¿Por qué tenemos que poner abstract hasta en los trabajos hechos en náhuatl? ¿Por qué cambiamos el sistema latino de citación por el odiado apa, creado por una asociación desquiciada que vuelve locos a los investigadores, a los estudiantes, a los maestros que sin entender hacen lo que pueden con sus trabajos, de manera atrabancada, ilógica, inconsistente? ¿Desde cuándo consignamos el aparato crítico de una manera en la que nadie se pone de acuerdo? El Manual de estilo de la American Psychological Association es más voluminoso que la Biblia, pero sin la belleza del mejor libro escrito en el planeta. Es un mamotreto árido, sin imaginación, sin sustento teórico, impuesto desde los sótanos de quién sabe qué siniestras mentes; aunque explican en el apa Style de 2020 que éste «se originó en 1929, cuando un grupo de psicólogos, antropólogos y gerentes de negocios se reunieron y trataron de establecer un conjunto simple de procedimientos y estilo de redacción, que codificarían los muchos componentes de la escritura científica para aumentar la facilidad de la comprensión de la lectura», lo más probable es que este estilo provenga de las catacumbas. El furor y la imposición de parte de las autoridades es reciente, porque, como siempre, llegamos tarde al banquete o nos tocan las sobras que recogemos gustosos; en este caso, 100 años después. No sólo la apa invadió nuestra educación, también The Chicago Manual of Style y el de la Modern Language Association (mla) siguen haciendo estragos en la academia mexicana. Es triste ver que, por ejemplo, en una sola facultad de cualquier universidad se publican textos con distintos criterios editoriales, con lo que crean confusión y afectan a los lectores. De por sí de las aulas salen las farragosas especulaciones con las que se debe estar de acuerdo para obtener licencias que permitan salir a traficar con la ignorancia de la gente.
El calco and/or, tan prestigioso para algunos desprestigiados despistados, se usa como adorno para todo. Aunque algunos autores desaprueban su uso, éste se ha extendido, sobre todo en textos académicos. En el Diccionario panhispánico de dudas se afirma al respecto: «Hoy es frecuente el empleo conjunto de las conjunciones copulativa y disyuntiva separadas por una barra oblicua, calco del inglés and/or, con la intención de hacer explícita la posibilidad de elegir entre la suma o la alternativa de dos opciones: Se necesitan traductores de inglés y/o francés. Se olvida que la conjunción o puede expresar en español ambos valores conjuntamente. Se desaconseja, pues, el uso de esta fórmula, salvo que resulte imprescindible para evitar ambigüedades en contextos muy técnicos. Si la palabra que sigue comienza por o, debe escribirse y/u. […] A menudo la disyuntiva que plantea la conjunción o no es excluyente, sino que expresa conjuntamente adición y alternativa: En este cajón puedes guardar carpetas o cuadernos (es decir, una u otra cosa, o ambas a la vez)».
Respecto de otra minucia de la lengua, las comillas, a pesar de que desde finales del siglo pasado la tecnología nos ayuda a escribir las que nos corresponden desde hace miles de años, las latinas o españolas, la mayoría de usuarios de la lengua persiste en utilizar las inglesas y para que no quede duda de su empecinamiento también meten los signos de puntuación dentro de ellas al estilo inglés.
Para reconfortar un poco a los usuarios de la lengua española, George Orwell opina, lúcido, inteligente, que «nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje —así se argumenta— debe compartir inevitablemente el derrumbe general. Se sigue que toda lucha contra el abuso del lenguaje es un arcaísmo sentimental, así como cuando se prefieren las velas a la luz eléctrica o los cabriolés a los aeroplanos. Esto lleva implícita la creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no un instrumento al que damos forma para nuestros propios fines. Ahora bien, es claro que la decadencia de un lenguaje ha de tener, en última instancia, causas políticas y económicas: no se debe simplemente a la mala influencia de este o aquel escritor. Pero un efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente. Un hombre puede beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo debido a que bebe. Algo semejante está sucediendo con el idioma inglés. Se ha vuelto tosco e impreciso porque nuestros pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos disparates. El meollo está en que el proceso es reversible. El inglés moderno, en especial el inglés escrito, está plagado de malos hábitos que se difunden por imitación, y que podemos evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política».
El lenguaje es político. Su cuidado e innovación también. Los malos gobiernos ven con desdén su defensa. Una persona que se interese por los asuntos del lenguaje, también se interesará por su contexto, tendrá más conciencia política, será un renovador social, un transformador de la realidad.
El lenguaje, su conocimiento, no sólo nos sirve de escudo para resistir, es nuestra arma de lucha para liberarnos del yugo imperial. El lenguaje es nuestra forma más íntima de defensa, pero también de restauración, de toma de conciencia para iniciar un cambio. Quien tiene claridad en el lenguaje ve claro el horizonte; la luz de las palabras ilumina el pensamiento y la acción.