Los académicos, insumisos con la nueva
ortografía
Peio H. Riaño, El ConfidencialEl erudito Salvador Gutiérrez tenía razón: los consejos de la Academia en la nueva Gramática española, publicada hace casi tres años, no tienen predicamento. La prueba está en que ni siquiera sus académicos comulgan con las normas que ellos mismos han pactado antes de abandonar la costumbre de poner el acento gráfico en el adverbio sólo o en los pronombres demostrativos, como éste. Si acaban de leer con tilde es que este periódico ha hecho una excepción para explicarles la división en el órgano que vela por el idioma, porque la prensa y los libros de texto acatan órdenes y consejos de la Real Academia Española (RAE) hasta sus últimas consecuencias.El incumplimiento no tiene falta ni penalización, porque no son artículos que figuren en las nuevas leyes como las «propuestas normativas», es decir, están al margen de las normas que tratan de poner orden y precisión en este instrumento común que es la lengua. Pero no deja de ser paradójico que los mismos que dan consejos dentro de la gran casa de la palabra, una vez la abandonan los rechazan y mantienen fidelidad a su forma de ser —de escribir— anterior a 2010, cada vez que ofrecen una novedad a sus lectores.Ni están fuera de la ley ni son académicos del mal ejemplo, simplemente se aferran a la autenticidad de su identidad. «El efecto de la escritura debe estar en lo que se escribe y no en cómo se escribe», escribe Carlos Castilla del Pino en sus pensamientos póstumos titulados Aforismos (Tusquets).Es difícil saber si Salvador Gutiérrez se refería a su entorno más cercano cuando sintió un ataque de sinceridad ante las preguntas del periodista de la agencia EFE, pero de los académicos que le acompañan en las sesiones, y que han trabajado con la nueva Gramática en su escritorio, únicamente cuatro siguen la recomendación. El resto, 15, mantienen las tildes por todo lo alto. La RAE ha sido derrotada en casa.Revuelta silenciosaEl venerable José Luis Sampedro, académico en el sillón «F», trazó en el prólogo de Indignaos (Destino) —el best seller de no ficción de Stéphane Hessel— un panorama democrático desolador pero sin perder la esperanza de rebautizarlo, al tiempo que dejaba claros cuáles son sus accidentes gramaticales: «Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? […] La culpabilidad del sector financiero en esta gran crisis no sólo no ha conducido a ello; ni siquiera se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo. No se eliminan los paraísos fiscales ni se acometen reformas importantes del sistema».Tampoco ha querido aceptar los consejos Javier Marías, sillón «R», quien en la nota previa del libro de cuentos de reciente aparición, Mala índole (Alfaguara), asegura: «Sólo concibo escribir algo si me divierto, y sólo puedo divertirme si me intereso. No hace falta añadir que ninguno de estos relatos habría sido escrito sin que yo me interesara por ellos».Arturo Pérez Reverte no ha perdido ni una de sus tildes en su asiento «T». En El tango de la guardia vieja (Alfaguara) vemos a su protagonista Max Costa abordar a una mujer que pasea sola a lo largo de la borda de un barco, cuando el académico se salta el consejo:«—Fue agradable— dijo inesperadamente.Max logró reducir su propio desconcierto a sólo un par de segundos.—También para mí— respondió.La mujer seguía mirándolo. Curiosidad, era tal vez la palabra». La revuelta silenciosa de los académicos continúa por Antonio Muñoz Molina, de quien leímos en La noche de los tiempos (Seix Barral): «No está bien que tú digas eso. Los militares y los falangistas se han levantado contra la República. Sólo porque tienen la ayuda de Mussolini y de Hitler no han sido derrotados todavía». En las próximas semanas aparecerá Todo lo que era sólido, su nuevo libro, un ensayo en clave autobiográfica y explosiva como unas crónicas, con las que revisa los últimos treinta y siete años en España para entender por qué el país se hunde. El escritor recuerda y apunta: «Pero el pasado es otro país, como dice ese escritor británico, del que yo sólo conozco esa frase memorable, con su segunda parte: el pasado es otro país y allí las cosas se hacen de otra manera».Sólo en pruebasSalvador Gutiérrez aclara que la decisión de aconsejar abandonar el uso de estas tildes se basó en criterios científicos. Lo que no explica es cómo es posible que éstos —lamento el arraigo a estas tildes— se incumplan por sus propios integrantes. Si son los usuarios los que marcan el hábito de la lengua y encuentran el modelo leyendo a los escritores en castellano más científicos —y más célebres— no es extraño que lo que podría haber llegado a ordenanza quedase en sugerencia.Cuando el académico Francisco Rico (sillón «p») publicó uno de los tratados más importantes sobre el Quijote (editorial Acantilado), no dudó en cómo debía comportarse. En el prefacio avisa de la actualidad perenne de la obra de Cervantes: «No sólo y a cada lector: cada tiempo tiene su Quijote y sus razones para que éste sea diverso del de otros tiempos». De hecho, en las librerías hay tantos Quijotes distintos como normas lingüísticas se le apliquen. A la mayoría de los insumisos, los correctores les aplican la rectificación de los adverbios y los pronombres demostrativos de manera inmediata. Luego, cuando los autores que se niegan a claudicar leen pruebas de su libro, aclaran que éstos deben ser restituidos en su versión final.Otros académicos fieles a los amenazados acentos gráficos son Soledad Puértolas («g»), en Mi amor en vano (Anagrama); Francisco Nieva («J»), en la obra de teatro No sé cómo decirlo. Malditas sean Coronada y sus hijas (Huerga y Fierro); Luis Goytisolo («C»), en El lago en las pupilas (Siruela); Carme Riera («n»), gracias a Naturaleza muerta (Alfaguara); Luis Mateo Díez («I»), en Fábulas del sentimiento (Alfaguara); Martín de Riquer («H»), en el extraordinario Reportajes de la historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Acantilado); o el filólogo Francisco Rodríguez Adrados («d»), con Nueva historia de la democracia (Ariel), del que queremos recoger este avance tan ilustrativo de nuestros días: «Y la democracia siempre fue y es problemática; es un compromiso siempre en crisis, fruto de un acuerdo delicado, siempre amenazado por desviaciones, pero muchas veces lo es sólo de nombre; está expuesta a cambios y riesgos mil».Los dos poetas Pere Gimferrer («O») y Francisco Brines («X») siguen siendo dueños de sus propias reglas. En Rapsodia (Seix Barral), Gimferrer anota una extravagante declamación: «El viento sólo sabe sostenerse/ en las pañolerías del azul/ quiebros y tientos dicen el topacio/ con que tus ojos ven las alabardas/ de la tarde vencida por la propia puerta/ del sol vendimiador de tanta luz».Por su parte, Brines en Aún no (Bartleby) dedica un poema a «Las noches del abandono»: «Hace tiempo que callo,/ y son tristes las noches de nuestra juventud,/ y el alba llega muerta./ Rodeado de frío vuelvo a la hostil ciudad,/ y el clandestino amor me despide furtivo/ desde las rotas sombras de los descampados,/ y el día se alza lívido/ como si sólo un muerto lo hubiera de habitar./ Con el recuerdo sólo de tu vida, porque fuiste mi vida,/ qué abandonado estoy/ ¿y a quién le contaré lo que ahora siento?». Pero en esta pelea importa el cómo más que el qué o a quién.