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Luis Fernando Lara: La lengua es el instrumento que permite transmitir experiencias vitales

27/06/2024

El lingüista, miembro de El Colegio Nacional, dictó la tercera lección del curso “Las lenguas romances. Una introducción a su historia”

A mediados del siglo XIII, las lenguas romances comenzaron a perfilarse y a diferenciarse entre sí, explicó. Sin una lengua que los constituya, dijo, no existirían pueblos ni sociedades.

Algunos de los sermones que los clérigos pronunciaban ante sus feligreses son los primeros indicios de la escritura de las lenguas romances, que aparecieron entre los siglos X y XII “cada vez más separados del latín popular tardío”, sostuvo el lingüista Luis Fernando Lara, miembro de El Colegio Nacional, al dictar la tercera lección del curso Las lenguas romances. Una introducción a su historia.

Con el título “Los romances en la Baja Edad Media”, la ponencia de Lara abordó la manera en cómo se fueron conformando diferentes variedades del habla en la Romania, hasta perfilarse en lenguas, gracias, en gran medida, a los juglares y trovadores que recogían los modos de comunicarse en cada región.

Para cualquier comunidad humana, expresó, “la lengua es el instrumento que le permite transmitir sus experiencias vitales a los demás. No habría pueblos, no habría sociedades, si no tuvieran una lengua que los constituyera, que les diera sentido de comunidad y les permitiera trascender entre generaciones”.

La escritura, afirmó, “aumenta la capacidad de transmitir experiencias porque ofrece la posibilidad de ampliar el ámbito de los interlocutores en el espacio y en el tiempo; además, permite objetivar de manera más transmisible cada experiencia y cada idea nueva. Para la memoria, la escritura constituye un poderoso instrumento de conservación y difusión que contribuye a recordar acontecimientos valiosos para cada sociedad, permite comunicar a unas generaciones con otras a lo largo de los siglos”.

Antes de la aparición de cualquier tipo de escritura, Lara explicó que “la cultura romana había desarrollado tradiciones escriturales para la historia y el relato de los mitos, para el sistema jurídico de todo el imperio, para la poesía, que era hablada, cantada, pero que se conservaba en los volúmenes escritos, y para la filosofía”.

Aun cuando “muy pocos individuos” supieran leer y escribir, “ninguno de los pueblos de la Romania desconocía el sistema de escritura latina” debido a que “veían los trazos en las piedras miliares, que son nuestras mojoneras en las carreteras, en las columnas conmemorativas de triunfos guerreros, en los mausoleos y en las tumbas y en los mosaicos de las iglesias”.

Tras la aparición de un latín popular tardío, comenzaron a surgir “pequeños textos” que se separaron cada vez más de esa forma de escritura. Así, “los primeros indicios de la escritura de las lenguas romances, entre los siglos X y XII, comenzaron a manifestarse libremente, sin mirar a la corrección latina, con nuevas tradiciones discursivas, como contratos, pero también textos de predicación religiosa como los sermones que los clérigos leían, glosaban y después pronunciaban ante sus feligreses”.

De esta forma, se fue creando una tradición discursiva: “Hoy en día para todos nosotros, el editorial de un periódico, la crónica de un partido de fútbol, el sermón u homilía en una iglesia, el albur, los juegos verbales, los dichos, las adivinanzas, el discurso político, la sentencia legal, el testamento, el artículo científico, las formas poéticas, la estructura de la novela, las características del ensayo, etc., forman parte natural de lo que leemos”.

“Pero todas estas maneras de articular las ideas o los pensamientos no son apariciones espontáneas o silvestres en cada uno de nosotros, sino que se han venido forjando y transmitiendo a lo largo del tiempo por medio de la educación; esas maneras de articular un texto que resultan de una valoración social, de lo dicho o lo escrito en diferentes momentos históricos, son las que crean las tradiciones discursivas”.

Y fue precisamente el impulso cultural de Carlomagno “lo que permitió que fuera en la Galia en donde aparecieron los primeros escritos plenamente romances: relatos épicos como La chanson de Roland (El cantar de Roldán), que trata de la defensa que hizo uno de los doce pares de Francia, Roldán en español, de la retaguardia de Carlomagno al retirarse del norte de España, asediado por los ejércitos musulmanes en el paso de Roncesvalles en los Pirineos”.

La nueva tradición discursiva se extendió de la Galia a otras regiones de la Romania, por ejemplo, a España, “en donde se cantó primero y luego se llegó a la escritura”. En ese fenómeno jugaron un papel muy importante los juglares, a los que se reconoce desde el siglo VI como “herederos del mimo romano, artistas saltimbanquis, cantores, que deambulaban libremente por todo el territorio románico entreteniendo a la gente en las plazas de los pueblos y a los nobles en sus castillos”.

“Fueron ellos los que diseminaron los poemas épicos y los elementos necesarios para componerlos en su tradición discursiva. Junto con los poemas épicos que cantaban los juglares, hacia el siglo XII apareció, sobre todo en Aquitania, una versión aristocrática de la juglaría, que fueron los trovadores. Estos eran caballeros, poetas y músicos que crearon otro género poético de poesía amorosa, posteriormente nombrado amor cortés”, enunció el colegiado.

En el siglo XII, sin embargo, “las lenguas romances no se reconocían como distintas entre sí, lo que parece ser cierto es que entre los trovadores comenzó a reconocerse una especie de adecuación de unos romances en vez de otros para la poesía, es decir, que los romances como estilos de escritura se iban diferenciando”.

Así también apareció “otra manifestación de lo que podríamos llamar la fluidez de los romances en la Romania, que es la existencia de un habla mezclada, de base sobre todo galorrománica llamada lingua franca”, que se habría extendido gracias a los cruzados que intentaban recuperar para la cristiandad los lugares santos de Palestina, desde siglos antes en manos musulmanas.

Aun con su expansión, “como todo lenguaje que se produce por necesidades elementales de comunicación, la lengua franca no se estabilizó con un sistema ni con un vocabulario propio, variaba según la ocasión, los interlocutores y la época”.

Pero mientras eso sucedía con la lengua franca, en cada región de la Romania se fue consolidando una forma de hablar: “Es sorprendente el dinamismo de los romances en la Baja Edad Media; para nosotros, el español es una lengua diferente del portugués, y el español del catalán, y estos tres del francés, y todos ellos del italiano, etc., incluso, nos cuesta trabajo entender a quienes hablan esas lenguas”.

Los siglos IX al XIII, en cambio, señaló el colegiado, “se caracterizan porque la común herencia latina y las variedades a que había dado lugar se concebían solamente como modos de hablar, casi como nosotros que reconocemos un modo de hablar mexicano, uno cubano, uno argentino, etc., sin que tengamos grandes dificultades para entendernos unos con otros”, destacó.

Lo cierto es, sostuvo Lara, que así mismo “lo hacían los habitantes de la Romania en aquellos siglos, y los juglares y los trovadores: cambiaban de estilo según sus auditorios, pero ya desde mediados del siglo XIII los romances comienzan a perfilarse y, sobre todo, a reconocerse como distintos entre sí”.

La tercera sesión del curso Las lenguas romances. Una introducción a su historia se encuentra disponible en las plataformas digitales de El Colegio Nacional.

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