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Muere Javier Marías a los 70 años, la incómoda pureza de ser escritor

12/09/2022
Antonio Lucas

Javier Marías ha muerto a los 70 años en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid por los problemas derivados de una neumonía bilateral que le ha mantenido durante dos meses ingresado en el hospital.

La familia de Javier Marías distribuyó el pasado 14 de agosto una breve nota a través del departamento de Comunicación del grupo editorial de Marías, Penguin Random House, donde explicaba que el autor de Todas las almas estaba “en proceso de recuperación”. Pero la gravedad de la severa afección pulmonar fue en aumento en las últimas semanas, hasta lo insalvable. El escritor será incinerado en Madrid, su ciudad de nacimiento, en la absoluta intimidad y no habrá velatorio. En el barrio de Chamberí (habitual en algunas de sus novelas) pasó la infancia y juventud. Era hijo del filósofo Julián Marías y de la profesora y traductora Dolores Franco.

Javier Marías deja una obra literaria excepcional. Deja un rastro de literatura intensísimo. Deja una monarquía heredada donde era el cabeza de lista y que dio paso a una editorial sagaz y exquisita (Reino de Redonda). Deja un desacuerdo contra algunas cosas del presente. Deja el eco de una ironía ágil. Y también deja polémicas desplegadas en artículos. Y deja traducciones, recuerdos de muchas películas ―era sobrino del excéntrico director ―Jesús Franco―, incluso una muesca de literatura infantil, Ven a buscarme. Sí, un cuento para niños del feroz Marías. Y es un escritor que, felizmente, incomoda. Y es, a la vez, un tipo que alumbra.

Sucede con las novelas de Javier Marías algo muy interesante. Una primera escena formidable enreda las cosas y deja cabos sueltos que seguirán sueltos a lo largo de la novela porque no aspiran a resolverse del todo, porque esa es la forma de indagar en la penumbra y lo visible, entre lo sabido y lo callado, entre lo oculto y lo aparente, entre lo apenas adivinado. Un juego de luces y sombras donde los individuos están expuestos a un misterio, a un vértigo, a una inquietud. Es lo que podríamos llamar “la voz Marías”, esa condición de territorio propio que tienen los escritores que importan, lo reconocible, el estilo, esa poética que nunca suplanta, sino que propone y alumbra a quien se acerca. El motivo por el que gusta su literatura es obvio: se trata de un escritor inteligente de los que ofrecen, al salir de sus libros, una cierta idea de mundo.

Acorazado de libros (algunos en ediciones exquisitas), figuritas de plomo, fotografías dispersas y otros fetiches imprevistos, vivía cada vez más retirado del fervorín literario en su caserón del centro de Madrid, un tercero en una plaza (la de la Villa) donde el suyo es el único edificio habitado. Allí escribía y dispensaba una mirada sulfurosa sobre el presente de este país. Empezó en la narrativa a los 20 años, con un título recuperado ahora por Alfaguara (donde está toda la obra de Marías): Los dominios del lobo (1971). Continuó con la novela Travesía del horizonte (1973) y El monarca del tiempo (1978). En aquellos 70 empezó a colaborar en prensa ―algo mantenido hasta el final― y se integró en el grupo que aglutinaba Juan Benet y donde destacaban Elías Querejeta, Javier Pradera, Eduardo Chamorro, Félix de Azúa, Juan García Hortelano, Vicente Molina Foix o Antonio Martínez Sarrión. La intermediación de Benet fue clave para que Marías publicase aquella primera novela. Las cartas entre Benet y Marías, numerosas, están inéditas. Sólo se ha publicado una de Benet a su discípulo, bautizado como “el joven Marías”, en la edición conmemorativa por el 25 aniversario de Corazón tan blanco. Aquel joven Marías, algunas noches de gracia, hacía unas piruetas gimnásticas espléndidas en el Paseo de la Castellana y desataba las ovaciones de sus amigos mayores.

A cada novela se fue ganando mejor el sitio entre los escritores más destacados de la narrativa española contemporánea. En 1986 gana el Premio Herralde por El hombre sentimental, se incorpora a la escudería de Anagrama y se mantuvo hasta mediados de los años 90, cuando rompió el fundador del sello, Jorge Herralde. En 1989 publica Todas las almas (título extraído de Shakespeare, como hará después en al menos cinco libros más), que lo sitúa en podio y donde da cuerda a la historia de un profesor español que imparte clases en la Universidad de Oxford. Un poco antes de la salida de Todas las almas, entre 1983 y 1985, Marías impartió clases de Literatura Española y Teoría de la Traducción en Oxford. En 1984 lo haría en el Wellesley College y entre 1987 y 1992 en la Complutense de Madrid. También fue profesor invitado de la Escuela de Letras de Madrid. La docencia era otra gimnasia para ganarse la vida mientras la literatura no se estiraba a tanto. Y como todo en Marías, la paradoja y el cálculo tienen una aleación en su escritura: los protagonistas de sus novelas escritas desde 1986 son intérpretes o traductores, “personas que han renunciado a sus propias voces”, decía.

La escritura de Marías está a punto de alcanzar su potencia de distinción. Esa manera de contar que tiene una ondulación propia. Las elipsis. El pensamiento como impulso narrativo, más que la invención, las disyuntivas éticas y morales, el secreto como veneno, la traición como amenaza, la violencia, el arrepentimiento, la mentira: ”Las mentiras son las mentiras, pero todo tiene su tiempo de ser creído”, escribió... En 1990 publica el primer conjunto de relatos, Mientras ellas duermen; y un año después el primer volumen de recopilación de artículos, Pasiones pasadas (hoy son casi una veintena de títulos en este registro). Y entonces sí, en el año español de todos los fastos (1992), el de la abundancia y el horizonte de pan de oro, publica Corazón tan blanco. Es la lanzadera a un éxito vibrante. En España esta novela se convierte en la pieza más celebrada de Marías, de la generación y casi de la década en marcha. En Alemania alcanza cifras de fenómeno editorial cuando el mítico crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki mencionó a Marías como uno de los más importantes autores vivos de todo el mundo en el programa de la televisión alemana que él dirigía, El cuarteto literario.

Marías aún se dejaba ver, pero cada vez costaba más. En 1994, Víctor García de la Concha le sugirió presentar su candidatura a la Real Academia Española (RAE), pero no le sedujo la propuesta. Aceptaba premios españoles (Salambó, Premio de la Crítica, Premio Fastenrath de la Real Academia Española, Premio Ciudad de Barcelona...). Mantenía una cierta vida literaria... Ese año del “no” a la Academia estrena otra etapa de su obra con Mañana en la batalla piensa en mí', Negra espalda del tiempo (1998 y su inteligente aventura de autoficción), la trilogía Tu rostro mañana (2009) y Los enamoramientos (2011), otro éxito editorial con el que toma la decisión de no aceptar premiso institucionales en España y rechaza el Nacional de Narrativa en una rueda de prensa en la que dice: “Creo que el Estado no tiene por qué dar nada a un escritor. Si alguna vez se me ofreciera algún premio de los que llamamos estatales pues no lo aceptaría. Así que tomo por norma no aceptar nada de lo que venga del Estado de mi país, menos aún algo que lleve aparejado dinero”. Eso descartaba, también, la concesión del Cervantes. El Nobel es otra cosa. Y es un reconocimiento extranjero. En los últimos años ha estado en todas las quinielas como posible receptor. Quizá este sea el premio que mejor mereció.

En 2005 sí aceptó asiento en la RAE, el sillón r ocupaba, y el 29 de junio de 2006 leyó el discurso de ingreso, Sobre la dificultad de contar, al que respondió el filólogo y cervantista Francisco Rico.

Marías, a la manera de uno de los escritores que admiró e impulsó en España, el austriaco Thomas Bernhard, escogió no tener vínculo con el establishment (así lo decía él: “establishment”)de los galardones nacionales. De Bernhard también asumió la actitud cada vez más despojada frente a los peajes literarios. Y la contundencia de opinión. En sus artículos de El País provocó (intencionadamente) algunas polémicas. Una vez exprimido el registro de vecino cabreado del centro de la ciudad (papel que jugó con perfecto humor, aunque no lo parezca), aprovechó para volcar su escepticismo o su rechazo en algunas manifestaciones cívicas como la creciente altavocía del feminismo, los montajes de teatro contemporáneo, lo patético de la mayor parte del cuerpo político, la televisión y sus derivas o la desconfianza que le generaban las redes sociales. Marías alcanzó los 70 años sin manejar un ordenador. Mantuvo la lealtad a la máquina de escribir eléctrica durante 16 novelas, miles de artículos, cientos de relatos y demás mercancía del oficio. “Cada vez me cuesta más encontrar cartuchos de tinta, pero no voy a dejarlo ahora...”, decía.

Tuvo la poesía también cerca. Tradujo los poemas de Stevenson, de Ashbery, de Faulkner, de Nabokov... Todos estos autores estaban con fuerza en su santoral literario. A todos cumplimentó devoción y a su poesía dedicó siempre atención. El irlandés Seamus Heaney fue otro de sus poetas bien leídos.

Marías no era un ermitaño. Ni un eremita. Ni un trágico de balcón y penumbra. Mantuvo un compacto grupo de amigos: Agustín Díaz Yanes, Arturo Pérez―Reverte, Luis Antonio de Villena... La vida le concedió aventuras. Muchas expediciones singulares. Y de todas hizo lo que quería hacer: literatura. Pocos creadores hay tan cuidadosos de su estela de escritor. Hasta en el enigma de saber si estaba grave o no le salió la cosa literaria. Alrededor de Marías hubo dos compañeras incombustibles: Carme, su mujer, y Mercedes, su asistente. Todo el alrededor del escritor pasaba por ellas.

Fueron las primeras en leer los manuscritos de Así empieza lo malo (2014), Berta Isla (2017) y Tomás Nevinson (2021). Las tres últimas novelas. Hay en los argumentos de estas piezas algo de aquello que Borges dijo por otro asunto: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que un hombre sabe para siempre quién es”. Ahí empieza o acaba todo. ¿Quién fue Javier Marías?