No era a Sancho a quien los perros ladraban
Una frase que Cervantes jamás escribió. Foto: César Álvarez Malvar
¡Qué difícil es ir por la vida con tranquilidad! Apenas nuestras acciones marcan huella y, como perros, no faltan adversarios que con fuertes ladridos tratan de persuadirnos de que nos detengamos. Cuando esto sucede, a manera de conjuro para contrarrestar la agresión, solemos repetir la frase atribuida al Quijote: “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”.
El hecho es que, la susodicha frase, no aparece en ninguna parte de la magna obra de Cervantes. Como a muchas otras, se le ha adjudicado una paternidad equivocada. Pero, entonces ¿cuál es su origen?
Los perros que ladran a los caminantes, como metáfora de los gritos desprestigiantes que tratan de detener a alguien que avanza pisando fuerte, es de muy antiguo. A principios del siglo XVI, el escritor italiano Andrea Alciato (1492-1550), publicó una colección de epigramas en su obra Emblematum Liber, uno de ellos, el No. 163; sellama Inannis Ímpetu (ímpetu vano), del que me permití hacer una traducción:
La misma idea la encontramos en un texto extraído de un ejemplar del Semanario de Salamanca, publicado el 30 de agosto de 1794:
“Y sufriré desprecios de tontos, que son lo mismo que ladridos de gozquecillos (perros falderos) contra los mastines; y así como estos no hacen caso de aquellos, lo mismo tendré que hacer con los de igual casta”.
En los ejemplos citados, se habla de un “caminante” seguro de sí mismo, que no se detiene e ignora a los perros, que frustrados ven lo vano de sus ladridos. Es el gran Goethe, quien da un nuevo matiz a la metáfora. En 1808, escribe un poema en el que los ladridos de los perros, son señal, para un inseguro caminante, de que aún sigue en el camino.
Es sin duda este poema, del que surge la frase “Ladran, señal de que cabalgamos”; ya que en los primeros usos, es atribuida a Goethe. En español, la referencia más antigua conocida se encuentra en la edición de agosto de 1903 de la Revista “Nuestro Tiempo”; en el artículo “Los dos catolicismos”, de Edmundo González Blanco, dice:
“El perro, empleando la comparación de Goethe, quisiera acompañarnos desde el establo; pero el eco de sus ladridos nos prueba que cabalgamos”.