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Rompiendo lanzas por la labor de los traductores

11/03/2022

Olga Tokarczuk habla ante el parlamento europeo el 8 de marzo. Foto: AP /Pascal Bastien.

Cuando Jennifer Croft habla de la traducción de la novela Vuelos, de la escritora Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, a veces se refiere afectuosamente al libro como “nuestro hijo natural”. “Es de Olga, pero también tiene muchos elementos míos, elementos estilísticos y decisiones que tomé yo”, dijo en una entrevista reciente.

Vuelos fue una obra de amor para Croft, que pasó una década tratando de encontrar editor para el libro. Finalmente lo publicó Fitzcarraldo Editions en Gran Bretaña en 2017 y Riverhead en los EE.UU. en 2018, y fue aclamado como una obra maestra. La novela ganó el Premio Internacional Booker y fue finalista del National Book Award de literatura traducida, lo que ayudó a Tokarczuk, más tarde galardonada con el Premio Nobel, a conquistar un público mundial mucho mayor.

Pero Croft también sintió una punzada de decepción al ver que, tras dedicar años al proyecto, su nombre no aparecía en la portada. El verano pasado decidió plantear una exigencia audaz: “No voy a traducir más sin mi nombre en la portada”, escribió en Twitter. “No sólo es una falta de respeto para mí, sino que también le hace un flaco favor al lector, que debería saber quién eligió las palabras que va a leer”.

Su declaración suscitó amplio apoyo en el mundo literario. Croft publicó una carta abierta junto con el novelista Mark Haddon en la que pedía a los editores que mencionaran a los traductores en las portadas. La carta ha recogido casi 2.600 firmas, entre ellas las de escritores como Lauren Groff, Katie Kitamura, Philip Pullman, Sigrid Nunez y Neil Gaiman, así como las de destacados traductores como Robin Myers, Martin Aitken, Jen Calleja, Margaret Jull Costa y John Keene.

Su campaña hizo que algunas editoriales, incluidas Pan Macmillan de Gran Bretaña y la europea independiente Lolli Editions, empezaran a nombrar a todos los traductores en sus portadas La última traducción publicada por Croft es Los libros de Jacob, de Tokarczuk, novela histórica de más de 900 páginas sobre el líder de una secta de Europa del este del siglo XVIII llamado Jacob Frank, cuya historia se desarrolla a través de anotaciones en un diario, poesías, cartas y profecías.

La crítica ha elogiado la ágil interpretación de Croft de la extensa epopeya de Tokarczuk, calificando su traducción de “exuberante” y “maravillosa”. En una reseña en The New York Times, Dwight Garner escribió que “la sensible traducción de Croft está en sintonía con los múltiples registros de la autora; incluso hace que los juegos de palabras encajen”.

Esta vez, el nombre de Croft aparece en la portada. Riverhead la agregó después de que ella y Tokarczuk lo solicitaran. Croft también cobra derechos de autor por Los libros de Jacob, derechos que no cobró por Vuelos. (Los traductores, que suelen recibir una tarifa fija y única por la traducción, no reciben automáticamente una parte de los derechos de autor en la mayoría de las editoriales.)

Tokarczuk apoyó con entusiasmo esas medidas. “Está increíblemente dotada lingüísticamente”, dijo en un correo electrónico. “Jenny no se centra en absoluto en el lenguaje, sino en lo que hay debajo del lenguaje y en lo que éste intenta expresar. De modo que explica la intención del autor, no sólo las palabras que forman una hilera una por una. También hay mucha empatía aquí, la capacidad de entrar en el idiolecto del escritor”.

Para Croft, la campaña para dar mayor reconocimiento a los traductores no es sólo un pedido de atención y reconocimiento, aunque en parte lo es. Croft también cree que destacar el nombre del traductor dará más transparencia al proceso y ayudará a los lectores a evaluar su trabajo.

La campaña de Croft ha calado en otros profesionales del sector. La escritora Jhumpa Lahiri, que también traduce italiano y ha traducido su propia obra del italiano al inglés, dijo que poner el nombre de los traductores en la portada de los libros debería ser una práctica habitual y que los traductores deberían ser tratados como artistas por derecho propio. “Ya es hora de reparar esta omisión histórica”, dijo Lahiri, que firmó la carta abierta. “La traducción requiere creatividad, requiere ingenio e imaginación. A menudo hay que rehacer radicalmente el texto y, si eso no es una obra de imaginación, no sé qué lo es”.

Ese trabajo suele implicar mucho más que pasar las oraciones y la sintaxis de una lengua a otra. Los traductores también tienen el papel de scouts literarios, agentes y publicistas. Muchos leen constantemente en los idiomas que dominan para encontrar nuevos autores y libros, y luego los presentan a las editoriales.

La literatura traducida representa sólo una parte de los títulos publicados en Estados Unidos. A pesar del éxito de libros de estrellas internacionales como Elena Ferrante, Haruki Murakami y Karl Ove Knausgaard, a muchos editores les sigue preocupando que los lectores estadounidenses se desanimen ante las traducciones.

Ann Goldstein, que traduce a Ferrante y a otros italianos, dice que las editoriales estadounidenses durante mucho tiempo han dado por sentado que los lectores desconfían de las traducciones y por eso suelen restar importancia a su papel.

“Lo que siempre se decía en el pasado era que los estadounidenses no comprarían un libro si supieran que está traducido”, señaló. Esa creencia se ha convertido en una especie de profecía autocumplida. Desde 2010, se han publicado menos de 9.000 traducciones de ficción y poesía al inglés y, en 2021, sólo se publicaron 413 traducciones, según una base de datos de traducciones al inglés que recopila y mantiene Chad W. Post, editor de Open Letter Books, y que está disponible en el sitio web de Publishers Weekly.

En cambio, las editoriales estadounidenses publicaron 586.060 títulos de ficción para adultos en 2021, según las cifras de NPD BookScan. Un número aún menor de títulos menciona a los traductores en la portada. Menos de la mitad de las traducciones al inglés publicadas en 2021 llevaban el nombre del traductor en la portada, según informó Publishers Weekly.

Uno de los argumentos que esgrimen los editores en contra de que los traductores aparezcan de forma destacada es que algunos lectores podrían ser menos propensos a arriesgarse con un libro que se presenta como una traducción. “Existe la posibilidad de que los libros se vendan mejor cuando se presentan simplemente como buenos libros y no como ‘libros traducidos’”, dijo Chad Post en un correo electrónico.

La mayoría de las grandes editoriales dicen no tener políticas formales respecto de la inclusión de los traductores en la portada. Algunas editoriales pequeñas que se especializan en la literatura internacional lo hacen de forma habitual, como Archipelago y Two Lines Press, que se dedican exclusivamente a la literatura traducida.

Croft, de 40 años, que traduce habitualmente español y polaco y que también ha trabajado en libros en ruso y ucraniano, dice haber llegado a la traducción por accidente. Aunque creció en un hogar monolingüe en Oklahoma, tuvo una temprana afinidad por los idiomas y creó un lenguaje secreto con su hermana menor. En la Universidad de Tulsa estudió con el poeta ruso Evgeny Yevtushenko, que la introdujo en la literatura rusa. Más tarde obtuvo un máster en traducción literaria en la Universidad de Iowa.

En 2002, leyó una colección de cuentos de Tokarczuk titulada Tocando muchos tambores. Aunque su polaco era todavía rudimentario, la prosa le pareció apasionante y buscó más obras de Tokarczuk. Tras graduarse en 2003, Croft se trasladó a Polonia con una beca Fulbright y luego se mantuvo con becas y subvenciones mientras traducía Vuelos y encaraba otros proyectos. Vivió un tiempo en Berlín y París, y luego se mudó a Buenos Aires, donde empezó a perfeccionar su español, idioma que aprendió a los 20 años. Mientras tanto, promocionaba la obra de Tokarczuk.

“Siempre que presentaba sus libros a los editores, decía que se trataba de una autora que iba a ganar el Premio Nobel”, explicó. “Lo intentaba todo para dar a conocer la obra, pero nada de eso les resultaba convincente a los editores”.

Además de traducir la obra de Tokarczuk, empezó a trabajar en libros de la escritora polaca Wioletta Greg y de los escritores argentinos Romina Paula, Pedro Mairal y Federico Falco, que definió a Croft como “sumamente sensible a las variaciones más sutiles del discurso de los distintos personajes, a sus sentimientos, sus estados de ánimo, sus silencios”.

Croft tiene un enfoque algo anticonvencional de la traducción. Empieza leyendo el libro hasta el final, luego vuelve al principio y, en la medida de lo posible, trata de reproducir el proceso de escritura del autor. Apunta a transmitir el tono, el estilo y el significado más que a una exactitud de palabra por palabras”.

Cuando no traduce, Croft escribe. Escribió una novela autobiográfica en español, Serpientes y escaleras, sobre su llegada a la edad adulta y su incipiente amor por las complejidades del lenguaje y la traducción. En un principio no pensaba publicarla en inglés pero empezó a traducir capítulos para compartirlos con su hermana, cuya enfermedad es un motivo recurrente en el libro.

© The New York Times. Traducido para Clarín por Elisa Carnelli