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Sheila Queralt fundó un laboratorio dedicado a analizar la lengua para procesos judiciales, policiales y privados.

04/10/2020
Rebeca Carranco

La lingüista forense Sheila Queralt. / Jordi Adriá

Hablas con los muertos?”. La pregunta, dice Sheila Queralt, se la hacen cada vez que se presenta como lingüista forense. Por eso, suele simplificarlo: “Cuento que me dedico a analizar la lengua, escritos o grabaciones, y que lo aporto a procesos judiciales, policiales o para privados”. “Mi abuela aún no lo ha pillado. Cree que trabajo de intérprete para la policía o algo de traductora”, se ríe. Sheila Queralt, de 32 años, con doble licenciatura en Traducción e Interpretación en Inglés y en Lingüística, es una pionera en su sector. “En la lengua, es de las pocas cosas más rentables que hay. Escribir diccionarios no da dinero”. Pero se guarda cuánto factura al año en su laboratorio privado, fundado en 2017 y el único en España dedicado a la lingüística forense. Solo la Policía Nacional y la Guardia Civil tienen algo similar, con unidades centradas sobre todo en el análisis de la voz.

Queralt es la guardiana de mil secretos. “No puedo decirlo”, repite. A duras penas cuenta que hizo de perito para sacar de una prisión italiana a Óscar Sánchez, conocido como el lavacoches de Montgat, que se pasó más de dos años encerrado. Analizaron la escucha telefónica del narco que decían que era Óscar, que resultó ser uruguayo y usaba una variante distinta del español. También examinó las cartas que recibió Helena Jubany, asesinada hace 21 años en Sabadell, un caso que se acaba de reabrir judicialmente. Descartaron que las escribiese la principal acusada, Montse Careta, que se suicidó en prisión.

Pero los crímenes no son su principal tarea. “Nos contrata gente que se dedica a grabar a los demás”. En eso, el expolicía José Manuel Villarejo, artífice de mil tramas de espionaje y encarcelado preventivamente, era el rey. ¿Recibió algún encargo de él? Queralt mira de lado, se ríe y no contesta. Sí cuenta que trabajó para algún “contrario” de Francisco Nicolás Iglesias, conocido como el Pequeño Nicolás. O que elaboró informes para la dermatóloga Elisa Pinto, presuntamente acosada por el empresario Javier López Madrid.

“Tengo cláusulas de confidencialidad”, se excusa, para no ahondar tampoco en los casos de plagio, otro de sus campos como lingüista forense, en los que haya podido intervenir. ¿El máster de Pablo Casado? ¿El de Cristina Cifuentes? ¿La tesis doctoral de Pedro Sánchez? De nuevo, una sonrisa. ¿Y en las tramas que salpican el proceso independentista catalán? “Eh… No”, zanja, ahogando ya la risa que se escapa entre los dientes. “Es que soy transparente”, resopla sentada en la mesa del coworking del barrio de Poblenou de Barcelona al que ha vuelto tras la pandemia.

En su especialidad, el análisis de texto, muchos de ellos amenazas anónimas o acoso a celebridades, trabaja sobre todo con formatos digitales. “Conversaciones de Whats­App, cuentas de Twitter, mensajes de Instagram…”. Extrae el sexo de quien escribe —“los hombres son más violentos, sus amenazas son más físicas”—, el nivel educativo o incluso la profesión. “Cuantas más faltas hagas, más errores y peor escribas, más te voy a querer; cuanto más estándar, más difícil me lo pones”, explica.

Ella y su equipo, cinco personas, se apoyan en soft­ware de análisis acústico, programas que etiquetan los textos por categorías gramaticales, estadísticas… Pero todo requiere de un “análisis cualitativo”. En el apartado anécdotas, recuerda cuando quisieron encargarle el análisis de una psicofonía, o un hombre preocupado que grabó a su mujer para saber si fingía los orgasmos.

En enero prevé publicar Atrapados por la lengua (Larousse), para dar a conocer lo que hace, y ya se ha enfrascado en un nuevo proyecto: el análisis del lenguaje de los infanticidas, para el que ha estudiado las declaraciones de José Bretón, que mató sus hijos en Córdoba, y de Ana Julia Quezada, que asesinó al de su pareja en Almería.

Cuando se le pregunta si sueña con ser James R. Fitzgerald, el policía, perfilador criminal y lingüista forense que contribuyó a cazar al matemático Theodore Kaczynski, conocido como Unabomber, suelta rápido un “nooo”: “Ese caso se cobró su vida sentimental”.