Sobre el lenguaje y las mujeres
Las mujeres nos hemos visto en la necesidad de acuñar nuestro propio vocabulario, como sucede casi siempre cuando un grupo social vulnerable o sometido tiene que hacerse entender por el imaginario colectivo de un entorno antagónico. Así, ha surgido un vocabulario femenino, como un esfuerzo para llegar a la acción comunicativa y comunitaria, única forma de forzar un cambio del paradigma patriarcal, con miras a una sociedad más justa.
Las conotaciones linguísticas de nuestro idioma demuestran desprecio hacia las mujeres. Por ejemplo, el término Dios se refiere al creador del universo, mientras que Diosa es un ser mitológico de culturas supersticiosas, obsoletas y olvidadas. Un hombre Atrevido es un valiente, un osado, pero una mujer Atrevida es insolente, mal educada. Un Zorro es un espadacin justciero, mientras que una Zorra es una mujer sexualmente promiscua. Y así, podríamos mencionar más de veinte términos, que transmiten de generación en generáción hábitos culturales androcéntricos. La gramática exige que se hable en masculino, aunque se haga referencia a un grupo compuesto por una mayoría de mujeres. La voz “hombre” es sinónimo de la especie, mientras que el papel de la mujer en la mayoría de los casos se ha reducido a formar parte de la naturaleza que el hombre debe dominar. El parámetro o paradigma de lo humano no debe ser ninguno de los sexos, ya que tanto mujeres como hombres somos igualmente humanos, cada sexo el 50% de la población.
El lenguaje inclusivo recibe continuos ataques, tanto por hombres como mujeres, quienes alegan que se debe obtener la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible y que la Real Academia Española ha determinado que el uso correcto es usar el masculino. A estas personas les contestaría que se haría el mismo esfuerzo si utilizáramos el femenino como genérico. La Real Academia fue creada en 1713 y no tuvo una mujer como miembro sino hasta 265 años después, cuando ya la sociedad machista de esa época había establecido lo que era “uso correcto”.
Nuestra lengua contiene reglas que estorban su agilidad para relatar el mundo, que ha cambiado; por ello tenemos que nombrar aquello que nos oprime, para comunicarlo de generación en generación y nombrar nuestros sentimientos y pensamientos. Así, he podido recopilar más de 24 páginas de términos que describen y relatan el nuevo mundo y la situación actual de la mujer, como son, para mencionar sólo algunos pocos ejemplos, el familismo, la generalización y el techo de cristal.
El Familismo identifica a la mujer-persona humana con la mujer-familia. Esto significa que se considera que el papel de la mujer dentro del núcleo familiar determina su existencia y por tanto define sus necesidades y la forma en la que se le toma en cuenta. Este gravísimo error tiene consecuencias muy negativas para las mujeres. Las invisibiliza, las enmarca en el núcleo familiar y no toma en cuenta sus propias necesidades, sus aspiraciones ni sus derechos como miembros de una sociedad determinada. La mujer no existe sola---sino como parte de una familia. Ocurre cuando se toma solamente la conducta del sexo masculino y los resultados se presentan como válidos para los dos sexos. Por ejemplo, se habla de la importancia de la presencia de la madre durante el desarrollo de los hijos e hijas, en vez de hablar de la importancia de la presencia de la madre y del padre en ese desarrollo. O cuando se habla de adolescentes embarazadas y no se habla de los hombres que las embarazan.
La generalización se da cuando, por ejemplo, se juzga a hombres y mujeres homicidas por igual, sin tomar en cuenta el síndrome de mujer maltratada (SMM) o legítima defensa putativa, el síndrome de Estocolmo (codependencia adquirida), o cuando la mujer mata en defensa de sus hijas o hijos amenazados por su pareja.