Sobre libros y traducciones literarias
Publicado por el Club de Traductores Literarios de Buenos AiresDespués de haber entrevistado a editores, escritores y traductores, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires interrogó a libreros de España y de América latina sobre el placer, el displacer y el uso de las traducciones en el amplio y compartido espacio del castellano.De esas respuestas sorprende, en primer lugar, la ausencia de una marca específica para las obras de autores extranjeros. No es culpa, sin embargo, de quienes venden libros. Lo omitido corresponde a una vieja tradición. Las estadísticas sobre traducciones son bastante recientes y no pocas veces se reducen a pequeños datos confusos. Práctica antigua que las editoriales se limitan a repetir. En los catálogos o en las páginas web no se informa quiénes son los autores de la versión castellana de los libros que venden. Y a menudo ni siquiera se menciona que se trata de obras extranjeras ni de cuál pudo ser la lengua original. Tal es la costumbre, casi sin excepciones, de las grandes empresas e incluso de muchas de las chicas que prefieren dar a los lectores (y a los libreros) informaciones que creen más relevantes: precio, número de páginas, formato, presentación, fecha de edición, etcétera.Quizá la ausencia en el origen explique las respuestas ambiguas o tentativas referidas a la primera pregunta: ¿Qué porcentaje de libros traducidos vende en relación con el total de las ventas? Salvo el responsable de Eterna Cadencia (que utilizó como referencia los libros más vendidos en el 2013) y el de Crack Up (que computó lo vendido el día anterior), la casi totalidad de los entrevistados se mostró muy dubitativo con los porcentajes de libros traducidos. Dubitativos y generosos porque las cifras oscilan entre el 20 y el 80 por ciento. La perplejidad es comprensible y aparece perfectamente resumida por Débora Yanover (Librería Norte, Argentina): "Como dicen los uruguayos, si le digo le miento. No tenemos cómo hacer esa estadística". Opinión que compartió Andy Andersen (Lilith Libros, Argentina): "No se me ocurre una forma de pedirle al sistema que informe sobre este tema…".A pesar de estas vacilaciones, resulta singular que en la mitad de las librerías consultadas se considere que, de diez libros que se venden, entre seis y ocho son traducciones. Lo elevado del porcentaje sugiere que las traducciones se identifican con los libros más vendidos y éstos con los que no tienen la mejor calidad.La asociación bestsellerización y literatura traducida más que un acierto parece un diagnóstico. En esta conjetura, la diferencia entre la lengua propia y las lenguas extranjeras parece destinada a difuminarse en otra oposición: los libros más vendidos frente a los meros libros.Las librerías son todavía un espacio de resistencia cultural; más allá están la acechante ignorancia o los eBooks: las diferentes plataformas que los venden y los propios libros no mencionan ya a los traductores. La omnipresencia de los libros traducidos en esta encuesta quizás, lejos de augurar un merecido reconocimiento, está vaticinando un fin. No el fin verdadero, más bien la liquidación de una profesión, la transformación del traduttore traditore en traditore tradito, traduttore finito o traduttore afanato.Ahora la madre patria copaLa segunda de las preguntas: ¿Qué procedencia tienen las traducciones y qué dice el público sobre éstas? era doble y, por tanto, las respuestas también se duplicaron. Respecto de la primera de las cuestiones existió una descripción unánime que aparece en el subtítulo: la mayor parte de las traducciones son españolas o, como aclara Alejandro Vázquez (La Barca, Argentina), de editoriales de capitales españoles. Argentina aparece mencionada entre las librerías locales y en respuestas de Colombia, Chile y México. También México figura como referencia entre los libreros de Argentina, Colombia y Chile; mientras que los consultados de Colombia y Chile comentan que la traducción no tiene un carácter profesional en estos países, aunque los colombianos mencionan un conocido repertorio de buenos traductores.En España, las respuestas contienen en dos casos una desviación: se entiende por "procedencia" la lengua del original. La confusión es insignificante; sin embargo, refleja de algún modo que lo que venden los libreros peninsulares carece de la complejidad americana y está más cerca del mundo globalizado de los objetos impersonales que de la problematicidad de los libros y del modo de leerlos. De este lado del Atlántico, los libros tienen espesores nacionales: son españoles o argentinos o colombianos o mexicanos y nadie duda de que los libros tienen "procedencia" porque la presencia de los conglomerados industriales con sede en España es, desde los años noventa, imposible de desdeñar. No porque se trate de un problema de mercados: ese modo de editar impone formas de leer, de reseñar, de divulgar, que no pueden desconocerse porque entran en contradicción con las formas de la edición independiente o con el deseo de "tener el mejor fondo posible de autores" como menciona Pablo Braun (Eterna Cadencia, Argentina).Y no sólo eso. De la "procedencia" nace también otra reflexión paralela. Como apunta Néstor Pascuzzo (Crack Up, Argentina): "la traducción es la forma de apropiarse, para la lengua, de ese autor extranjero".La segunda parte de la pregunta abordaba la opinión de los lectores respecto de la procedencia de esos libros. También en este caso existe una bifurcación entre la mayor parte de las respuestas americanas respecto de las peninsulares. Los libreros de Argentina, Chile, Colombia y México coinciden en reproducir juicios no muy favorables sobre las versiones que llegan de España o editan en los países americanos las 168 filiales de los grandes conglomerados del libro (25 en Argentina, 35 en México, por ejemplo). Esos dictámenes incluyen desde observaciones como las de Nicolás Leterier Saelzer (Ulises, Chile) que cuestionan las "traducciones hechas a la rápida o de manera industrial" o las de uno de los mejores libreros catalanes, Josep Cots, que anota que "los editores no dan tiempo suficiente a los traductores para que pulan sus traducciones y no siempre son satisfactorias" (Documenta, Cataluña).Más allá de los aspectos formales producidos por las ediciones "en cadena", las observaciones abarcan numerosos aspectos que las "mexicanizaciones" de las que habla Arturo Ortega Blake (Urgens, México) o las adaptaciones de última hora no logran disimular. Insistentemente se cuestiona el uso del argot o de los modismos peninsulares que provocan "un salto en la lectura" o resultan "ruidosos". Los libreros de Colombia, Chile y Argentina trasladan una opinión bastante unánime de los clientes que califican a las versiones peninsulares de "invasión" y excluyentes. Las críticas más agudas (San Librario y Arteletra de Colombia) se ciernen sobre Anagrama que sigue la misma política de los grandes grupos editoriales (Random House, Santillana, Planeta, Océano) replicando de forma anacrónica libros traducidos hace treinta o cuarenta años y destinados, ya en aquel momento, a un público estrictamente nacional.Esas prácticas puramente comerciales tienen muy poco que ver con los libros y nada con lo literario. Tal como resume Sandro Barella (Norte, Argentina) "la tradición de traducciones hechas en el país muestra que una visión no imperial de la lengua permite un acercamiento más verdadero –y placentero– a una obra originada en un ámbito lingüístico ajeno."Las buenas traducciones nacionalesLa última de las preguntas también era doble, aunque la segunda parte era la simple razón de la primera parte: ¿Privilegia usted la venta de traducciones realizadas en su propio país? ¿Por qué?Casi sin excepciones las respuestas indicaban que existe una relación directa entre la forma de la lengua de la traducción y la lengua del país. Tal como señaló el responsable de la librería Mascaró (Argentina): "Hablar el mismo idioma que el texto (traducido) definitivamente facilita el acercamiento".¿Se trata de algo posible? Hasta una respuesta poco optimista indica que sólo se puede ser optimista.Curiosamente, Chile (donde los libreros parecen más melancólicos) fue uno de los países de América que tuvo hasta la década de 1950 una industria editorial floreciente y nada indica que no pueda reconstruirla. Colombia, Uruguay y Venezuela fueron productores de libros y el actual desarrollo en Argentina y en México de empresas independientes, nuevas y antiguas, resulta notable. También en España y en Cataluña la producción de libros parece seguir este camino. No parece haber otro.