Valentín García Yebra, la
voz de la traducción en la RAE
El País«La traducción ha sido acaso el más importante procedimiento para la propagación de la cultura». Así comenzaba el 27 de enero de 1985 su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua (RAE) Valentín García Yebra. Ayer quedó vacío el sillón n de esta institución, que este escritor y traductor de 93 años ocupaba desde entonces con un «gran sentido de la responsabilidad», como destacó ayer el escritor, y también académico, Luis Mateo Díez, citado por la agencia Efe. Como él, García Yebra era leonés, nacido en la localidad bierzana de Lombillo de los Barrios el 28 de abril de 1917.El académico estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, se licenció en 1944 en Filología Clásica y se doctoró con la tesis Las traducciones latinas de la metafísica de Aristóteles. Ganó por oposición en 1945 la cátedra de Griego del Instituto de Enseñanza Media de Santander, y por entonces comenzó a alternar la labor pedagógica con la traducción de lenguas vivas y clásicas. Siempre defendió la presencia de las lenguas clásicas en la enseñanza.Entre 1955 y 1966 dirigió el Instituto Politécnico Español de Tánger, donde ocupó la cátedra de Griego, entre 1955 y 1966, y, luego, hasta 1969, fue responsable del Instituto Calderón de la Barca, en el que se encargó de la cátedra de Griego hasta 1974.Ese último año impulsó el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores, creado por su iniciativa en la Universidad Complutense, donde ejerció varios cargos y enseñó la asignatura de Teoría de la Traducción.Traducía lenguas antiguas y modernas, como el griego, alemán, francés, italiano y portugués. Escribió, además, diversos estudios teóricos sobre esta materia, entre ellos Teoría y práctica de la traducción y En torno a la traducción.A propuesta de Dámaso Alonso, Alfonso García Valdecasas y Rafael Lapesa, fue elegido en enero de 1984 miembro de la RAE para ocupar el sillón n, vacante desde la muerte de Jesús Prados Arrarte. Un año después, en el discurso de su toma de posesión, destacó la figura del neologismo: «Una lengua se enriquece sobre todo por los elementos nuevos que, incorporados a su peculiar sustancia, producen su desarrollo».«Sin los neologismos», añadió, «la lengua se debilitaría hasta su depauperación». Lamentaba la mala acogida que consideraba que tenía en general el neologismo en la lengua castellana: «Es una lástima, porque esta tendencia restrictiva, como toda tendencia anárquica, puede ser empobrecedora. Las lenguas como los pueblos, necesitan renovar su sangre; no pueden practicar una rigurosa endogamia».García Yebra distinguía sin embargo entre el llamado préstamo de palabras de otras lenguas y el calco. Para él, el préstamo no es un procedimiento de traducción, sino la renuncia a traducir. Un problema con que se encuentra el traductor, no preparado en ocasiones para afrontar la creación de nuevos términos, procedentes de otras lenguas, en la suya propia. «El calco estaría en el terreno opuesto: en la traducción absoluta, la traducción total, que no solo vierte el sentido y la designación de los términos originales, sino también su significado. Una traducción bien ceñida al original viene a ser una especie de calco prolongado», describió entonces.García Yebra recibió, entre otros, el Premio Nacional de Traducción que le concedió el Ministerio de Educación de Bélgica en 1964, cuando era director del Instituto Español de Tánger, por su versión de la obra de Charles Moeller Literatura de siglo XX y cristianismo. En 1971 recibió el premio Ibáñez Martín, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, por su edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles. La RAE lo distinguió también, en 1982, con el premio Nieto López, por su labor como traductor y su trabajo a favor del idioma.