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Ven como "neocolonialismo" edición de El
País en portugués

04/12/2013

Mauro Santayana El lanzamiento, la semana pasada, de la sección en portugués de la edición en internet del diario español El País, define e ilustra claramente la visión neocolonial y rastrera que sigue norteando el comportamiento de los españoles con relación al Brasil, a pesar de la situación de crisis y de extrema fragilidad caracteriza a España en este momento.Sin entrar en los detalles del dispendioso cóctel ofrecido por el Grupo Prisa en São Paulo, vale la pena analizar el hecho, y lo que se puede leer en las entrelíneas del evento y de la publicación.Controlado en poco más del 30% por familia Polanco, y con el resto del capital en manos de inversionistas y fondos internacionales —no españoles— el Grupo Prisa, que edita El País, ha atravesado sucesivas crisis en los últimos años.En el 2008, el valor de sus acciones se derrumbó un 80%, las ganancias cayeron un 56%, fue preciso suspender el pago de dividendos a los accionistas y vender activos inmobiliarios, en los cuales la propia sede del diario El País, por valor de 300 millones de euros, para enfrentar compromisos.Eso no ha impedido, sin embargo, que el Grupo Prisa sea conocido tanto por los altísimos salarios que paga a sus ejecutivos —Juan Luis Cebrián gana más de un millón de euros por mes— como por los problemas que tiene con los sindicatos.Los periodistas del grupo han tenido que salir a la calle a protestar contra las frecuentes olas de despidos que barren las redacciones de sus publicaciones y emisoras. La última, el mes pasado, afectó a la revista ON Madrid.Con una deuda de más de 3.000 millones de euros, Prisa multiplicó sus pérdidas por seis hasta septiembre de este año. El País perdió el 25% de su tiraje desde 2008. La circulación del diario deportivo AS cayó un 23% y la del diario económico Cinco Días, casi 30%, mientras que el facturamento en publicidad se redujo a la mitad en los últimos años, según informa el periodista Pascual Serrano en la revista Atlántica XXI.Sobre el mismo tema, Serrano relata cómo le tocó en 2012 a Javier Moreno —el mismo ejecutivo que vino a lanzar la sección en portugués de El País en São Paulo— explicar a sus periodistas que el Grupo Prisa estaba “arruinado”, para justificar el despido de casi la tercera parte de su personal.Esto no le impidió a Moreno adoptar un tono entre paternal y triunfalista en su breve discurso en la capital paulista, para un selecto grupo de invitados. El sesgo neocolonial queda claro cuando se refiere a El País como un vehículo buscado por incontables "intelectuales, artistas y políticos" de nuestra región, para "defender sus proyectos y conectar sus inquietudes con el resto del mundo iberoamericano", y pone de manifiesto el carácter intervencionista —considerando que se trata de una publicação extranjera— cuando dice que el periódico estará vinculado a las "preocupaciones y batallas de la sociedad brasilera para consolidar sus avances económicos y sociales y las libertades democráticas".Da a entender así que la prensa en Brasil no es libre, o no es competente, cuando afirma que "cientos de miles de brasileros se informaron en la edición América de El País, sobre las masivas manifestaciones de julio", como si en Brasil hubiera censura o necesidad de recurrir a publicaciones extranjeras para saber lo que ocurre por aquí. Y finalmente dejó de lado la modestia cuando se refirió "a las expectativas que el proyecto —de lanzamiento de El País Brasil— suscitó en amplios segmentos de la sociedad brasilera”.Por el hábito se reconoce al monje. Como se puede ver en las primeras noticias, El País viene a Brasil para defender a nuestras minorías, recordar que el presidente mexicano Peña Nieto está —según el FMI— comportándose mejor que Brasil, aunque México haya crecido menos que la mitad que Brasil este año; que hemos gastado mucho con nuestros estadios para el Mundial; que no logramos reducir la criminalidad; que tenemos el crecimiento más bajo entre los países emergentes, etc, etc, etc . La verdad sobre la España de nuestros días no está en el cóctel servido a los invitados de Sao Paulo, pago con las ganancias obtenidas aquí mismo en Brasil por empresas como Vivo-Telefónica —deudora de más de mil millones de dólares del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil, por el Grupo Indra, también español, cuya publicidad ya empieza a aparecer en la edición "brasilera" de El País.La España real está en la ausencia sutil —tanto como un elefante, de esos que a su padre le gusta tanto matar — del príncipe Felipe, que debería haber venido a Brasil en la misma ocasión, para abrir un seminario económico y participar en el lanzamiento de El País.Poco antes del despegue se localizó una avería en un flap del avió que debería transportarlo a São Paulo. Al buscar el avión de reemplazo, descubrieron que tampoco estaba en condiciones de volar. Los mecánicos intentaron resolver el problema durante más de siete horas, hasta que el infante y su comitiva decidieran suspender el viaje y volver a sus palacios a deshacer las valijas.Debido al problema del avión, en tierra y sin mantenimiento en su propio país, en lugar de su majestuosa presencia, el príncipe tuvo que mandar a Brasil un mensaje en video por internet.Por lo que se puede ver por el lanzamiento de su sección en portugués, El País, a pesar de, aparentemente, abrir espacio a comentaristas de diversas tendencias, —hasta un artículo de Lula salió ya en la edición en portugués— seguirá, ahora en la lengua de Machado de Assis, lo que siempre hizo defendiendo y protegiendo la cada vez más debilitada “Marca Espanha”; actuando como un caballo de Troya de los intereses neoliberales y eurocéntricos en nuestro continente; y de las empresas españolas que actúan en Brasil, como el Banco Santander y Telefónica (de la cual el propio Grupo Prisa es acionista).En este contexto, el mejor negocio que los futuros lectores pueden hacer es "comprar" a España por lo que vale —altamente endeudada y con un crecimiento de menos de 1,6% este año, según el FMI— y venderla por el precio que El País cree que vale. Con la imagen y el valor que va a intentar imponernos.