Salvador: «los nacionalistas nos
hicieron una goleada»
Intereconomia / InfoeditextoNo lo dice cualquiera: son dos especialistas, dos maestros de maestros, que saben lo que está y no está escrito sobre el uso del lenguaje. Gregorio Salvador y Francisco Rodríguez Adrados son miembros de la RAE desde hace más de 20 años, y denuncian las patadas que le dan a la lengua de Cervantes personajes como la miembra del Gobierno que ha llevado la guerra de sexos hasta el diccionario.El que fue vicedirector de la la RAE durante ocho años, Gregorio Salvador, considera que las lenguas no son motivo de preocupación «salvo cuando los políticos pretenden hacer de académicos de la lengua y se ponen a dictaminar y decidir en un terreno que no les compete, imponiendo realidades lingüísticas que no tienen consistencia. Y es que la política utiliza el poder para manejar la lengua y la lengua para ganar más poder». Rodríguez Adrados afirma que el lenguaje es un instrumento eficacísimo para manipular a la opinión pública: «Ciertos grupos muy cerrados, como los feministas, se fabrican un vocabulario para cambiar el juicio sobre ciertas acciones. La progresía se ha inventado un lenguaje propio. Hay palabras que evitan –como aborto— y otras que repiten incansablemente, como tolerancia o igualdad. En este momento hay todo un gran proselitismo social, político, que va de las costumbres personales a las relaciones entre hombres y mujeres. Así corrompen el lenguaje, lo alteran. Le obligan a uno, para no caer en la trampa, a tener el juicio siempre alerta. Hay cambios de lenguaje que se deben a la evolución de la mentalidad, de la situación social… pero otros son promovidos por ciertos grupos». Y pone el ejemplo de los terroristas, que «no asesinan, llevan a cabo acciones militares».La manipulación del lenguaje ha sido un rasgo clásico del totalitarismo. El comunismo, por ejemplo, tiene un vocabulario entero, prefabricado en laboratorios de la élite del partido. Pero la situación es grave, —según Salvador— cuando esto se da en un sistema democrático, donde se trata de «ampliar legalmente» el significado de las palabras e imponer esos nuevos usos. Considera que el de la manipulación del lenguaje es sólo un campo más en el que nuestra democracia se asemeja a un sistema totalitario. Y opina que en este momento, en el que el Gobierno está dañando tantos ámbitos de la realidad española, «la lengua es lo menos que corrompe». Para Rodríguez Adrados, aunque la manipulación del lenguaje ha servido siempre para orientar la opinión pública en un sentido, «la novedad es que ahora los grandes movimientos semánticos están manipulados por determinados grupos, de forma planificada. Por ejemplo con todo el tema del género».Porque la ideología de género ha penetrado enormemente en las instituciones, la cultura, en los organismos internacionales… Está calando y se va imponiendo, de manera inadvertida y silenciosa, al sentido común, difundiendo la idea de que la diferencia sexual es cultural y que, más allá de la doble opción que ofrece la palabra sexo, hay todo un abanico de posibilidades, que encuentran cobijo en un concepto mucho más amplio como género. Sin embargo, en contra de lo que trata de difundir esta ideología, y como destaca Gregorio Salvador, «la cosa más definida del mundo es la sexualidad». Los catedráticos señalan que la palabra género ha sido tomada literalmente del inglés.La obsesión de las defensoras de la supuesta igualdad que llevan la guerra de los sexos hasta al uso del género gramatical, —como en el caso de la invención de la palabra miembra por Bibiana Aído— es, según estos expertos, una auténtica bobada. «Esas palabras que se inventan en femenino, como individua, tipa, y ahora miembra acaban teniendo un valor peyorativo, burlesco», apunta Salvador. «Yo ya se lo he dicho: Estudien gramática, señoras —apunta con gracia Rodríguez Adrados—. Porque lo que están haciendo es sexualizar el lenguaje. Y eso de la miembra no creo que se extienda. Es demasiado estúpido». Como también lo es el uso abusivo del género masculino y femenino, para evitar el masculino plural que, en español, engloba a ambos sexos. «El plural es neutro y es muy útil. Que cada vez que mencionamos un grupo tengamos que aludir machacona y tontamente al hombre y la mujer —ciudadanos y ciudadanas, vascos y vascas…— es gastar papel y tiempo», opina el catedrático.Pero estos usos que van haciendo el lenguaje confuso y farragoso responden a la dictadura de lo políticamente correcto, que impone el uso de eufemismos descaradamente falsos e ideológicos, como por ejemplo interrupción voluntaria del embarazo para disfrazar la trágica realidad del aborto. En este terreno se detecta mucha hipocresía en el uso ideológico del lenguaje para encubrir el drama. El aborto se engloba en las políticas nacionales e internacionales en el apartado dedicado a la salud sexual y reproductiva, como si el embarazo fuera una enfermedad a combatir, y los anticonceptivos y el aborto un tratamiento médico.Precisamente la familia es una de las más afectadas por la manipulación lingüística que están promoviendo grupos como el feminismo o el lobby gay. Aunque la Real Academia no lo reconoce aún como tal, la legislación española llama matrimonio a la unión sexual de dos hombres o mujeres. «Estos señores tenían un tipo de relación que no entraba en el matrimonio —que la Academia sigue definiendo como la unión de un hombre y una mujer—. Y han utilizado el truco de meterse dentro de una palabra bendecida por la tradición. Eso corrompe el significado original, en el que todos coincidíamos», opina Rodríguez Adrados. Gregorio Salvador subraya por su parte que, «lingüísticamente, el matrimonio homosexual es un disparate etimológico. Matri es la raíz de madre. El matrimonio en la propia esencia de la palabra, ligada al latín, era la unión que permitía la fecundación y el nacimiento de hijos: que existiera una madre». Sin embargo, no cree que esta denominación acabe calando: «Dudo mucho que el común de los mortales le acabe llamando a eso matrimonio».Pero quienes saben mucho en España de la manipulación del lenguaje en busca de intereses político—ideológicos son los nacionalistas. El término nación, por ejemplo, está dando quebraderos de cabeza al Tribunal Constitucional. Según Salvador, la Constitución deja claro que ese término sirve para referirse al Estado Español. Por su parte, Rodríguez Adrados sostiene que «las comunidades tienen un poder político subsidiario, delegado por el Estado, pero según la Constitución no son naciones», yal querer llamarse así hacen propaganda política. Y luego se inventaron el término nacionalidades para decir lo mismo con otro nombre, «pero todo eso son camelos, que se deben a sus intereses políticos».Ambos catedráticos denuncian con firmeza que la lengua se esté utilizando como arma arrojadiza del nacionalismo. El dialectólogo Salvador subraya que «tenemos la segunda lengua más importante del mundo, con una tradición cultural, literaria, un acervo, un patrimonio, que es inconmensurable en relación con lo que puedan tener otras», por lo que privar de ella a parte de la población española es una discriminación evidente. Y «el último disparate lingüístico es que, teniendo una lengua común, quieran poner un servicio de traducción en el Parlamento».Considera que «es imperdonable que los Gobiernos centrales hayan ido tragando poco a poco. Así, los nacionalistas nos han metido una goleada en el terreno lingüístico y están arruinando la vida de una parte de los españoles. Su colega de la Academia añade que en Cataluña se habla castellano desde el siglo XIV y nunca ha habido hostilidad. Ahora te piden examinarte de gallego hasta para estudiar solfeo. La lengua se ha convertido en un arma de combate político», apostilla.Sobre la política educativa que se está siguiendo en España —recién fracasado el intento de pacto educativo—, Salvador opina que desde la Logse «la educación está totalmente echada a perder. La enseñanza primaria y la media son más bien un recurso para entretener a los niños». Y hay un dato revelador, que le parece escalofriante: los menores cometieron el 30% de los delitos registrados en España el año pasado. «Muchos son producto de esa enseñanza», asegura. Y Rodríguez Adrados concluye así su análisis: «Han bajado los niveles de exigencia, quitando las materias difíciles, los exámenes, facilitando el aprobado, dejando pasar de curso con asignaturas suspensas, quitando autoridad al profesor… Es la igualdad que quieren: la igualdad por abajo».