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Muñoz Molina celebra los contrastes de Nueva York

07/09/2005

Por Lydia GilBirmingham (Alabama), 7 sep (EFE).- "Manhattan es el gran bazar del mundo entero", escribe Antonio Muñoz Molina en una de las 87 viñetas que comprenden el libro "Ventanas de Manhattan".Así como en esta frase tan precisa y evocativa, Muñoz Molina engalana la palabra en sus ensayos, preñándolas de vigor, colorido y musicalidad, pero siempre evitando caer en un costumbrismo banal.Escritos en primera persona y en un presente a veces habitual y otras veces inmediato, los ensayos se acercan más al reportaje periodístico que a la escritura reflexiva de las memorias.Sin embargo, a pesar de la exactitud de su prosa, Muñoz Molina no emplea la narrativa económica del periodismo.Las viñetas son paseos narrados por esa ciudad de contrastes, como si escribiera para la radio de antes, con una multitud de voces y de detalles resplandecientes.Muñoz Molina se da gusto enumerando artículos y escaparates de los mercadillos de Chinatown, detallando lo que observa de la ventanilla de un taxi, o el paisaje que se transforma a cada instante desde la ventana de un café.El uso de todos los sentidos de sus descripciones junto al ir y venir de la narración, contribuyen a la sensación de mareo e incredulidad ante el espectáculo carnavalesco de la ciudad.A veces el mismo escritor insiste sobre esa sensación de irrealidad y somnolencia que distingue a tantos de los pasajes.Cuando aborda los ataques a las torres gemelas-que de ninguna manera colorean el tono o enfoque de la narración-lo hace desde el velo del entresueño; quizás-como miles de testigos-se trataba de un mecanismo de defensa, de una incredulidad ante el potencial que todos llevamos para una perversidad extrema.Otras veces los paseos son más serenos, caminatas sin rumbo donde la pluma parece tomar dictado directamente de los ojos y oídos del caminante, como el mismo escritor subrayara en ocasión."Me gustaría que la mano avanzara sola y automática para que los ojos no se apartaran ni un segundo del espectáculo que alimenta la inteligencia y la escritura", escribe.Pero he aquí la paradoja: ese mismo lujo desbordante de detalles y adjetivos, esa misma fidelidad a lo observado, que le atribuyen una calidad casi fotográfica a la narrativa, al mismo tiempo le restan a la ligereza y fluidez del "flaneur".A veces el escritor se pierde en los detalles y en las imágenes que evocan, y así se cuelan memorias y recuerdos en una narrativa hiperpresente.Esas instancias de introspección invierten el orden de la narración, y de pronto es como si la ciudad narrara lo que sucede dentro del cuerpo-edificio del transeúnte.A pesar de sus largas estadías, Muñoz Molina, para fortuna de sus lectores, no pierde el ojo forastero que lo mantiene alerta a lo contradictorio en el paisaje, a la ventana quebrada, al acorde disonante.La música retumba por las páginas de "Ventanas" como aquellos radios enormes que colgaban de las ventana en el Loisada de los ochenta.Se escucha jazz de Harlem, clarinetes de los Big Bands, música clásica, merengue y rap, todo se une, pero el jazz hace eco entre las páginas de su libro como en la Rayuela de Cortázar.Manhattan se revela en todo su esplendor contrastante: sucia, invivible, hostil, pero también glamorosa, sofisticada, falsa, e inmune.A pesar de todo, "Ventanas" es una larga carta de amor, y de despedida.(Muñoz Molina, Antonio. "Ventanas de Manhattan." Miami: Planeta, 2005).