Reflexión sobre la lengua
Amando de Miguel, Libertad DigitalEs curiosa la relación que cada uno de nosotros tiene con su lengua llamada materna. Su dominio (cada uno suele creer que tiene el suficiente) es uno de los primeros logros de la infancia. Seguramente no hemos dedicado tanto empeño a aprender ninguna otra cosa. Tanto es así que la lengua materna se constituye en parte y símbolo de nuestra personalidad, junto al nombre propio y a la estirpe. Ese apego hace que luego mantengamos una actitud conservadora hacia ella. Está bien lo que aprendimos; miramos con aprensión las innovaciones o los cambios. No acabamos de aceptar que la lengua se desarrolla con independencia de nosotros.Incluso los escritores miran con suspicacia la incorporación de nuevas palabras que, condescendientemente, consideran como "préstamos" de otras lenguas. Los neologismos aparecen para todos como "barbarismos" y a menudo son objeto de algunas chanzas. Los neologismos son "cultismos" o "barbarismos", esto es, algo ridículo o torpe. Bien es verdad que, en el actual estado del idioma español, es demasiado caudalosa la corriente de voces que proceden del inglés ubicuo. El juicio se hace con el criterio de que quizá no dé tiempo a adaptar esa cascada de anglicismos a la estructura del idioma español. Se impone la instalación de potentes depuradoras para asimilar ese impetuoso caudal de neologismos.El nombre propio original se utiliza a veces con el añadido de un apodo divertido o de un hipocorístico cariñoso. Esos signos de identificación onomástica confirman cierta dignidad a las personas del común, que por otra parte no tendrían. Nótese que, en el español tradicional, el nombre de pila era la "gracia", quizá en su sentido sacramental (la gracia que viene por el bautismo), pero también en el lado divertido de la vida. No se olvide que el idioma no es sólo para comunicarse sino para conferir una cierta amenidad a las relaciones sociales. Es muy difícil registrar una conversación cualquiera entre dos o más personas (incluso en un velatorio) que no provoque algunas sonrisas. También puede haber conversaciones para el disenso y el conflicto. Hay palabras que funcionan como el equivalente de puñetazos o de agresiones aún más violentas. Es un misterio el sentido de la injuria: una palabra dirigida a una persona que dispara un sentimiento de ofensa. ¿Tanta fuerza puede tener una palabra?Se dice que la lengua es una condensación de los valores de una sociedad, pero ese enunciado necesita algún matiz. Es muy difícil determinar esos valores de una manera directa, preguntando a la gente. La dificultad reside en que los informantes pueden ocultar o disimular sus verdaderos sentimientos. Pero cuando conversan, escriben o peroran, esas mismas personas dejan entrever, sin darse cuenta, algunos de sus valores en las palabras o frases que seleccionan de forma espontánea.Una ventaja para el observador del habla de los españoles es precisamente el extraño impulso que les mueve a conversar en voz innecesariamente alta. Esa desmesura se practica también en muchos lugares públicos y no se inhibe cuando la conversación es por teléfono. El observador no tiene que hacer grandes esfuerzos para enterarse de muchas conversaciones ajenas. No hace falta destapar los tejados como hacía el Diablo Cojuelo. Los tejados cotidianos de los españoles son transparentes.Se podrá inventar un día algún procedimiento para "hablar" directamente desde una mente a otra, algo así como la telepatía. No tendrá éxito. Lo bueno del habla, digamos, vocal es que nos puede oír alguien mas que el interlocutor. Esa es la inmensa ventaja de este corralillo de las palabras, que el aparente diálogo con un corresponsal se multiplica por el número de las pantallas que se abren. Es el milagro de Santa Tecla.