En español se dice "violencia doméstica"
Hablar de «violencia de género» es traducir mal el término inglés gender, que en español se aplica sólo a las cosas y no a las personas ni a los animales, que tienen sexo y no género. En nuestra lengua se debe decir «violencia doméstica» o «violencia sexual», como nos indica la Academia Española y nos enseña Avelino Alonso en este artículo.
Por Avelino Alonso, La Nueva España
Ya hace años que dejé la escuela. Por aquellos tiempos, la gramática me interesaba más bien poco; aún así, estaba en clase el día que explicaron la definición de género. Y presté atención. La gramática se dedica al estudio de las reglas y normas, que rigen la construcción de nuestro lenguaje.
El género es un elemento gramatical, que podríamos definir como «un sistema de clasificación que afecta a los elementos nominales de las lenguas, los cuales son ordenados dentro de un número finito de clases en función de reglas de concordancia». Como lengua indoeuropea, el español hereda del latín una estructura en tres géneros: masculino, femenino y neutro. El número de géneros es variable en función de las características del idioma (por ejemplo el batú dispone de doce géneros).
Los idiomas indoeuropeos utilizan el género neutro para indicar aquellas cuestiones en las que el sexo es indiferente. Por ejemplo el término latino bona (plural neutro) no significaba «los buenos y las buenas», sino «las cosas buenas». En general, el neutro se aplica a conceptos genéricos y abstractos («lo profundo», «lo humano», «lo externo»), aunque hay excepciones («las especies animales»). Pero no hay que confundir entre género gramatical (el varón y la mujer) y género natural (machos y hembras).
Los géneros masculino y femenino, no mantienen una relación estrecha con el sexo, hay muchos ejemplos de ello. El mar puede también expresarse en género femenino (la mar); el banco, la mesa, la silla, el sombrero y un largo etcétera, constituyen ejemplos de sustantivos que carecen de sexo y sin embargo poseen género femenino o masculino. Hay ejemplos en los que a un mismo sustantivo se le aplican dos géneros: «Pedro supuso una visita inesperada», en el que la palabra «visita» tiene género gramatical femenino y se refiere a un individuo masculino.
También hay sustantivos que precisan del artículo para definirse por un género u otro (el ciclista o la ciclista). Además de ello, el español tiene la característica de dotar al género masculino de carácter inclusivo, esto es: se utilizan sustantivos de género masculinos para referirse al conjunto de una categoría, actuando como pertenecientes al género neutro. Cuando decimos «los alumnos de una clase», nos referimos tanto a los alumnos, como a las alumnas. Es redundante utilizar expresiones como «los alumnos y las alumnas», o «los vascos y las vascas», porque el segundo concepto está contenido en el primero.
La ministra española de Igualdad ha hecho un uso incorrecto del lenguaje al utilizar el término «la miembra», que simplemente no existe en la lengua española. La moda actual de utilizar un lenguaje «políticamente correcto», inspirado por los principios de un feminismo integrista de raíz anglosajona, esta llenando nuestro lenguaje cotidiano de auténticas perversiones, algunas realmente pintorescas. Recientemente asistí a una asamblea en la que el orador utilizaba el término «nosotras» para referirse a la totalidad del auditorio, yo miraba para un lado y para otro, y comprobaba que había una proporción igual de hombres y mujeres. Atónito ante esta circunstancia, pregunté las razones de esa forma de hablar. La respuesta fue más sorprendente: el orador se refería a las personas, por lo que, como es femenino, debía decir «nosotras las personas».
En este punto está la clave de la controversia: en confundir género natural con género gramatical. No son lo mismo. En todo caso, el orador debería de decir «nosotros las personas humanas», porque tanto «nosotros», como «personas», pertenecen al género neutro, son conceptos genéricos, no categorías sexuales.
Toda esta confusión, teñida de progresismo barato, proviene de la penetración de la lengua inglesa en nuestra vida cotidiana. El idioma de la cultura dominante (el inglés) carece de género gramatical. La traducción mimética de sus expresiones conduce a las aberraciones a las que asistimos. Por ejemplo, la expresión «violencia de género» es la traducción literal de «gender violence». Pero el término «gender» no se puede traducir por género, si no en todo caso por sexo (el término correcto sería «violencia doméstica» o «violencia sexual»).
Es el sibilino avance del imperio, que se aprovecha de la ignorancia.