Ver una voz: el lenguaje de señas
No hablamos ni pensamos solamente con palabras. Tal vez por eso el lenguaje por señas nos hace sentir que hay algo que no tenemos, a lo que no podemos acceder. Casi una deficiencia, algo que nos falta. Ir por la calle y ver a dos personas hablando por señas y ponerse a observarlas detenidamente es como escuchar una conversación a la que uno no ha sido invitado. Un diálogo por señas entre personas no oyentes es, para el oyente, un espectáculo de rara belleza, reflexiona el escritor Carlos Liscano en su libro
Sabemos que no hablamos ni pensamos solamente con palabras. Tal vez por eso el lenguaje por señas nos hace sentir que hay algo que no tenemos, a lo que no podemos acceder. Casi una deficiencia. O sin casi: hay algo que nos falta. Ir por la calle y ver a dos personas hablando por señas y ponerse a observarlas detenidamente es como escuchar una conversación a la que uno no ha sido invitado. Sin embargo, uno mira de reojo, tratando de no ser visto. Un diálogo por señas entre personas no oyentes es, para el oyente, un espectáculo de rara belleza. Siente el oyente la impotencia de no poder usar las manos, la cara, todo el cuerpo más que para mensajes elementales, mientras hay quien es capaz de expresar con precisión todo lo necesario para la vida, las cosas prácticas, el humor, la ironía, los sentimientos.
Sugiere Oliver Sacks en Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos (Anagrama & Mario Muchnick, 1996) que los sordos profundos son como una nación sin territorio: son una milésima parte de la población mundial, tienen una lengua propia, y hasta una especie de cultura específica. Esa lengua es, todavía, esencialmente desconocida. Su estudio y conocimiento conducirán algún día a comprender dimensiones del lenguaje y la mente que hoy no imaginamos. Hay una sintaxis de la que apenas se conoce nada, una lectura de lo espacial que se nos escapa.
Cuenta Sacks que en la isla de Marthas’s Vineyard, Massachusetts, a causa de un gene recesivo, y de la endogamia, desde la llegada de los primeros colonos sordos en la década de 1690, y durante 250 años, ha habido una sordera hereditaria. En el siglo XIX todas las familias estaban afectadas. Por este motivo todos los isleños, oyentes y sordos, se comunicaban sin dificultad por señas.
En 1952 murió el último isleño sordo, pero el lenguaje por señas se conservó en la comunidad. Por señas se contaban chistes verdes, se hablaba en la iglesia durante los oficios, se comunicaban de un bote a otro mientras pescaban. Además, en medio de una conversación se pasaban al lenguaje por señas porque era más "natural", porque la expresión o la palabra tenía una versión mucho más precisa usando las manos.
Sacks fue un día a la isla. Llegó y paró el auto delante de un almacén donde conversaba un grupo de ancianos. Ni bien puso el pie en el suelo los viejos se pusieron a hablar por señas. Había llegado un forastero, y se cuidaban. Un día se entrevistó con una anciana de noventa años. De pronto la mujer se entredormía y empezaba a mover las manos como si estuviera tejiendo. La hija, oyente, que acompañaba la entrevista, le explicó a Sacks que la madre no estaba tejiendo en sueños sino que estaba soñando en "voz alta", por señas, en su segunda lengua.
Quienes oímos nos perdemos lo que saben otros, que ven las voces y leen las caras.