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El lenguaje del poder

El lenguaje del poder

Por Álex Grijelmo

Texto extraído, con autorización del autor, del libro La seducción de las palabras

LLa intención de seducir con palabras ha alcanzado en la política y en la economía, en las almenas del poder, su más terrible técnica. "Es en sus palabras y no en sus actos donde yo he descubierto el espectro de la época", decía el austríaco Karl Kraus (1874-1936) al analizar el armamento verbal del nazismo.

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Si hubiéramos acometido un análisis más atento del lenguaje de los nazis habríamos podido "detectar la llegada del fascismo en Europa y del nacionalsocialismo en Alemania. Se habrían podido advertir ambos con la progresiva corrupción y barbarización del lenguaje precisamente en la polémica política. Esto es importante poruqe según cómo uno habla se deduce cuál es su inclinación cultural y política", comentó a El País Giácomo Marramao.

El autor francés Jean-Pierre Faye se dedicó a analizar también, en los años setenta, la relación entre el lenguaje y la manipulación de las conciencias por los nazis y los fascistas. Faye observó cómo determinadas palabras actuaron perversamente en un momento crucial de la historia, la manera en que escoltaron los tanques. En una obra inmensa, de 986 páginas, Faye sigue el origen de esos vocablos desde que nacen hasta que arraigan y comprueba "extrañas reglas cartográficas" que muestran cómo en Italia y Alemania "el nacimiento y desarrollo de una nueva jerga precede a la toma del poder", mediante un "proceso de creación de la aceptabilidad".

Lo que comienza como un lenguaje manipulado acaba por conducir a la asunción del totalitarismo y al mayor genocidio conocido por la historia. Incluso la expresión "estado totalitario", que hoy repudiamos, se abrió paso entonces "con galanura" frente al "Estado liberal" y fue descrito como "el Estado en la plenitud englobante su contenido, en oposición al Estado liberal vacío de contenido, reducido a la mínima expresión y vuelto nihilista". Wilhelm Reich analizará la psicología de estas manifestaciones lingüísticas explicando que "los conceptos reaccionarios añadidos a una emoción revolucionaria dan por resultado la mentalidad fascista", originan una peste psíquica que se contagia a través del pensamiento.

Los totalitarios fueron capaces de arrinconar el término marxista "lucha de clases" (a su vez otra expresión que buscaba el papel embaucador de la palabra "lucha") por la "lucha de razas"; opusieron pertenencia a igualdad; la personalidad del pueblo frente a sus derechos; inventaron los términos parcialmente opuestos jungkonservativ (jóvenes conservadores) y nationalrevolutionäre Bewgung (movimiento nacional revolucionario). Descubrieron así el poder político de las antítesis, esas formulaciones unitarias constituidas por términos antagónicos: joven se equipara a revolucionario; y nacional equivale a conservador. Pero joven acompaña aquí a conservador; y nacional, a revolucionario. Logran la revolución conservadora. El conservador conserva y se rebela a la vez. Y reinventaron el adjetivo völkisch (el de das Volk, el pueblo; una palabra sin derivaciones fáciles en alemán frente a lo que ocurre en otros idiomas: popular, popularidad...), rescatándola del siglo xv para, aprovechando su sonoridad, adaptarla como expresión de lo "nacional", pero con la particularidad de que se refiere a lo más propio del pueblo en lo "nacional", de modo que el hombre völkische es idéntico consigo mismo y por ello se opone absolutamente a quien se le presente como su negación: el extranjero por excelencia, el esencial "diferente". Hacía falta esa palabra para desarrollar el racismo. Porque sobre su concepto se podrá combatir lo "antialemán en su totalidad"... y lo antialemán era solamente "lo distinto", aquello que no encajaba en esa bárbara concepción del término völkisch.

Después, el vocabulario nazi acogerá la voz Voksgenosse, que definirá a un camarada... pero no un camarada cualquiera, sino al camarada en nuestro pueblo: el camarada de raza.

La terminología propia de la Alemania prenazi dificulta la comprensión de los juegos de palabras para quienes pensamos en español. Porque aquellos vocablos son herederos a su vez de connotaciones precisas y amtiguas, ajenos a los cromosomas que nos imaginamos en nuestra cultura hispana. La obra de Faye se adentra en esos largos vericuetos, que le resultarán apasionantes al lector armado de paciencia para recorrerlos.

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Resulta difícil hacerse una idea ahora, tantos años más adelante, del efecto que tuvieron las expresiones nazis en las primeras décadas del siglo xx. Las palabras que entonces ejercieron el poder de seducción se han visto desposeídas de él más tarde, precisamente porque luego acumularon a sus sílabas todos los horrores que varias generaciones han llevado en su memoria después de la II Guerra Mundial. Se heredaron a sí mismas con todo el equipaje; y así donde hace unos decenios sólo se apreciaba una maleta podemos ver ahora los productos corrosivos y letales que contenía. Han llegado a nuestros días desenmascaradas, por fortuna. Y, sin embargo, sus técnicas se reproducen.

Slobodan Milosevic, el genocida serbio, extendería muchos decenios después del nazismo, casi en el cambio de siglo, la expresión "limpieza étnica" (genocidio) y seguiría un lenguaje similar en sus trampas y manipulaciones. Pero el mundo tardó demasiado, una vez más, en darse cuenta.

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La palabras manipuladas van por delante de las injusticias para abrirles el camino. "Cruzada" se llamó a la guerra civil española; "alzamiento" a la sublevación antidemocrática de 1936; y hasta se denominó "Movimiento Nacional" al partido más inmovilista posible.

La técnica difundida por Joseph Goebbels (el muñidor del aserto según el cual una mentira repetida mil veces se convierte en verdad) se ha repetido en los más variados campos, también mediante ese proceso de "creación de la aceptabilidad".

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Sólo entenderemos el poder el poder engañador con que las palabras pueden ser usadas) si analizamos el papel de las palabras previas y de sus difusores. Palabras preparadas para la seducción, dirigidas al subconsciente, mentiras intercaladas en los fotogramas de una película construida con datos ciertos.

Los mecanismos con que se construyen los engaños parecen infinitos: tan extensos como la inteligencia humana, tan vastos como los vocablos cuyos significados podamos dominar. Los mecanismos de defensa de que pueda disponer una persona ante tales cargas de profundidad se relacionan directamente con su capacidad de reflexión sobre el lenguaje, con su propio dominio del idioma y con su educación. Pero también la capacidad de usar las palabras arteramente en el propio beneficio es proporcional a esos recursos.