El judeoespañol: una reliquia del castellano antiguo
La huella de los judíos españoles en la formación de la lengua castellana es muy escasa, puesto que ellos no hablaban hebreo, que consideraban una lengua ritual salmodiada en oficios religiosos sin entender lo que se decía, pero les debemos la supervivencia del español del siglo XV, tal vez no por mucho tiempo, en numerosas comunidades sefardíes de diversos países.
LLa huella de los judíos españoles en la formación de la lengua castellana es muy escasa, puesto que ellos no hablaban hebreo, que consideraban una lengua ritual salmodiada en oficios religiosos sin entender lo que se decía, pero les debemos la supervivencia del español del siglo XV, tal vez no por mucho tiempo, en numerosas comunidades sefardíes de diversos países.
Los sefardíes del Renacimiento hablaban español, aunque probablemente conocían el árabe mejor que los castellanos. Es más, quién sabe si los judíos estaban entendiéndose, de Barcelona a Lisboa, pasando por Sevilla, en romance común, tal vez de base castellana, antes incluso que cualesquiera otros hablantes peninsulares: una especie de pioneros de la comunidad lingüística española. Su población era infinitamente menor que la morisca. Aunque siempre hubo recelos antisemitas y los disturbios llegaron a ser muy violentos, lo cierto es que miembros de la comunidad judaica ocuparon importantes cargos en el entramado gubernativo, diplomático y financiero castellanos.
Tal vez esta última circunstancia —asimilar al patrón común a quienes de hecho tenían responsabilidades de decisión en él— haya sido determinante en los medios de gobierno a la hora de redactar el decreto de conversión de 1492, darles un plazo para bautizarse más generoso que el que se dio a los moriscos y, si se exiliaban, prometerles el reintegro de todos sus bienes cuando decidieran retornar con los deberes cristianos hechos. Muchos se fueron. Estaban yéndose desde hacía cien años y no dejaron de salir hasta bien entrado el siglo XVII.
El éxodo sefardí se repartió por Portugal, norte de Africa, sur de Francia y, sobre todo, por los dominios del imperio otomano, lo que hoy es Turquía, Grecia, Albania, los Balcanes, Rumania y Medio Oriente. Salvo los judíos baleares, cuyo aislamiento les permitió quedar un tanto al margen del decreto de conversión y permanecer en las islas, los peninsulares se bautizaron, simularon su conversión, o se fueron. El sefardí huido conservó su lengua española: el judeoespañol. No era una variedad lingüística específicamente suya; era, por decirlo así, el castellano del siglo XV conservado a través del tiempo y en espacios muy alejados del dominio hispanohablante. Todavía en 1959 podía ir uno a un quiosco de Estambul, comprar el periódico Salom, y leer noticias como ésta:
"Konstruksion de 29 nuevas fabrikas. El Sr. Phineas Sapir, ministro de la Endustria i del Komersio, anonsó mientras una konferencia de prensa la konstrusion de 29 establesimientos endustriales en el pais, destinados a emplear de 6 a 7.000 personas. El ministro deklaró ke esto representa un progreso sin presendente en la ançeadura industrial de Israel".
Una noticia del siglo XX escrita en lengua del siglo XV, con las lógicas variaciones que el tiempo, la dispersión, el gusto (y a veces el capricho) de quien la escribe hayan producido en aquel fondo itinerante del castellano viejo.
El caso es que la comunidad sefardita, aunque muy dispersa por el mundo, mantuvo esa lengua con gusto. La consideró parte de su legado. Se entendió en ella. Se movió creando asociaciones para su conservación, difusión y algo mucho más importante: su posible unificación normativa con el español común. Iniciativas todas que, concretamente en España, casi siempre dieron con el muro de la indiferencia. Así se despreció una ocasión magnífica para la representación internacional del español en ambientes quizá muy minoritarios, pero de indudable influencia y probada lealtad lingüística. Al judeoespañol, en opinión del profesor Iacob M. Hassán, no le resta ya sino preparar dignamente su muerte, quedar como un bello recuerdo de lealtad a unos antepasados ingratos y pasar a ser objeto de estudio en departamentos universitarios. Amén.
Algunos dicen que el almirante salió de Palos con instrucciones secretas: buscar nuevas tierras —menos revueltas que las europeas— para las familias judías, como la del banquero que financiaba la expedición. Por eso Colón llevaba en sus carabelas al converso Luis de Torres, que sabía hebreo. Sea o no cierta esta historia, en Guanahaní el hebreo no les iba a servir de mucho a los judíos, como Luis de Torres no demoró en comprobar.
Juan Ramón Lodares (1959-2005) fue profesor de Lengua española de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de numerosos trabajos sobre la circunstancia histórica, política y cultural de nuestra lengua. Este texto fue extraído de su libro Gente de Cervantes (Taurus, Madrid, 2001).