Apología del idioma español
Apología del idioma español
Muchos no podrían traducir jamás a otro idioma "mi viejo", ni "sombrita", ni celebrarán el día de los "muertitos" como lo vive un mexicano desde el momento mismo en que pronuncia esa palabra, ojalá nunca terminemos diciendo "pequeña sombra", "pequeños muertos"... con pensamientos extraños; ojalá incluyamos las palabras en los problemas de la ecología y conservemos los árboles que nos han hecho respirar hasta aquí de generación en generación, con sus genes reconocibles en cada una de nuestras células porque sus cromosomas nos han regenerado las neuronas.
Sabemos el valor de un "susurro ", conocemos sin pensarlo el sonido del "bullicio" porque la voz nos viene pensada para describir en este caso exactamente lo que percibirán quienes la escuchen, de modo que su imagen coincida con nuestro propio pensamiento; nos molesta el "zumbido" desde el momento en que se pronuncia, oímos el "cañonazo" aunque lo veamos escrito, seguimos el "tintineo" del corcel por la senda que serpentea, percibimos cuánto ha llovido sólo con oír la pronunciación de "tromba ", nos manchamos los dedos al tocar las letras de "pringoso", se nos conmueve el estómago si decimos "náusea" y sentimos amor con cada sílaba de la palabra "ternura".
Si tuvo razón Camus al decir que el idioma es nuestra patria, todos nosotros compartimos una nación sentimental con 400 millones de personas y con cualquiera de sus palabras o sus acentos, unidos por el pensamiento y con todos los colores de la piel.
Pedro Salinas hablaba del lenguaje como el instrumento de la inteligencia, pero el idioma español es sobre todo el instrumento de los sentidos y de las emociones; no lo manejamos únicamente como una lengua franca para los negocios o como un segundo idioma mediante el cual se entiendan pueblos de lejanos credos maternos; el español tiene una patria de 21 Estados y 400 millones de corazones, y sólo con sus palabras oídas desde la cuna podremos los habitantes de esta nación común soñar una novela a la sombra de un tilo, o recrear la mirada en la hornillera y los dujos donde se esconden las abejas. Hemos podido construir en los últimos siglos una lengua que ya no pise a los idiomas que conviven en su suelo, que olvide la diglosia para conocerlos y relacionarse con ellos con la misma naturalidad con que los hombres del bandolero Roque Guinart hablan en catalán al manchego Don Quijote, y todos ellos se entendían sin hacer cuestión del asunto; porque también el catalán podía ser una lengua de aquel caballero andante.
El uso de nuestro idioma y el intento de comprender a los semejantes nos retrata como seres humanos, las palabras nos revelan como somos, ya veces nos condenan como condenaron al ex ministro español José Barrionuevo después de haber llamado "delator" a un testigo de cargo, porque las formas de los vocablos llevan siempre consigo el significado profundo que atesoramos en nuestra mente, y que nos es revelado con las palabras mismas, que nos delatan cuando acusamos a alguien de delatarnos porque eso implica el reconocimiento de la culpa.
Este idioma rico, culto, preciso y extenso corre ciertos peligros que sus propios dueños deberemos conjurar, y a fe que lo conseguiremos si se da una sola condición: la consciencia del problema.
Ninguna lengua es más homogénea que la nuestra. Alrededor del español se separan el portugués europeo y el americano, que empiezan a ser dos idiomas distintos; se enfría el inglés funcional en las viejas colonias que nunca lo asumieron como lengua materna; pelea el francés con los idiomas árabes de quienes lo usan sólo como instrumento de comercio. Se aísla el chino con sus mil millones de hablantes y se divide en innumerables dialectos.
Frente a todo eso, el basamento léxico del español compartido ocupa millones de hectáreas en nuestra superficie intelectual, y su evolución genética cuidada hará crecer este vasto campo semántico: tan grande como la superficie contigua de la mayoría de los países que lo sienten, por la que algún día podrán viajar los libros escritos en español sin pago de aduanas y sin pedir permiso a gobiernos ni rábulas ni dictadorzuelos, para que en justa correspondencia podamos comprar libros argentinos en Madrid, y chilenos en Buenos Aires, y bolivianos en Quito; de extensión mayor que ninguna otra lengua materna en el mundo porque dentro de unos años la hablarán ya 430 millones de personas; que permite viajar por más de 11 millones de kilómetros cuadrados sin cambiar de idioma, y conversar con gentes que ya no sienten el español como una cultura impuesta sino como parte de su esencia latinoamericana, una lengua que se puede usar en las universidades y en los colegios para aprender con ella y con su escritura las lenguas indígenas, los idiomas autóctonos a los que puede prestar el alfabeto que algunos nunca tuvieron.
Hablan español 91 millones de mexicanos, 406.000 guineanos, 200.000 saharauis que lo tienen por idioma oficial en sus campamentos de refugiados.
Y lo hablan también 25 millones de personas en Estados Unidos que han dejado tan lejos a los dos millones de hispanos que lo empleaban allí en 1940, a los diez millones de 1976 y hasta a los 17 millones de 1984. Todos ellos han creado una plaza mayor estadounidense a la que acuden 500 periódicos, 152 revistas, 94 boletines y 205 casas editoriales. Los diez principales diarios en español llegan cada día a 500.000 lectores; dos canales de televisión, Telemundo y Univisión, se unen alas emisiones de Televisa para hispanos, y la música latina inunda los transistores de Miami pero también los de Nueva York.
En 1998, por vez primera los hispanos han superado en número a los negros en la población menor de dieciocho años, y esos 10,8 millones de jóvenes que hablan español se convertirán dentro de muy poco tiempo en la primera minoría étnica estadounidense, y en el año 2020 los hispanos supondrán ya el 22 por ciento de los menores de dieciocho años 2.
Los medios de comunicación que ya se han consolidado podrán servirles de sustento para la unidad de su lengua. Y ningún papel como el que le corresponde al diario El Nuevo Herald, hijo adolescente del Miami Herald que se ha independizado para pasar de la función de suplemento del diario inglés a la edición propia en español. Su lenguaje de prestigio habrá de servir como referencia para crear ese idioma español de Estados Unidos, porque podrá haber un español de Estados Unidos como hay un español de Argentina y un español de Bolivia. Un español, en cualquier caso, que reconozca los genes de las palabras y cuyos cromosomas se puedan relacionar entre sí para crear de ese modo una música gramatical inteligible por todos los demás hispanohablantes. Para cumplir los designios del sabio Nebrija, que emprendió su Gramática de modo "que lo que agora e de aquí adelante se escriviere pueda quedar en un tenor, y extender se en toda la duración de los tiempos que están por venir", una lengua que cuidemos, "assi ordenada, que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrán romper ni desatar", para que con ella "florezcan las artes de la paz".
No hay idioma en el mundo que se haya extendido sin el saqueo de lo ajeno. Sólo el esperanto está libre de culpa para lograr tan idílico trono. Pero no lo hará. El esperanto no tiene defecto alguno, sólo la triste compaña de que ningún pueblo lo ama.
Y todos nosotros, los 400 millones de habitantes de la misma patria espiritual, la mayoría de los cuales amamos nuestra lengua con sus propios defectos y su intrincada historia, somos ya latinos y somos americanos, y somos africanos también cuando habla español un guineano, y nos sentimos ibéricos cuando sabemos que el Senado de Brasil ha establecido por fin nuestro idioma como enseñanza obligatoria en los cuatro años del nivel secundario, y más aún cuando en la declaración de intenciones de esa decisión política adoptada en agosto de 1998 se habla de que el español "constituye un elemento indispensable para la formación de una verdadera comunidad latinoamericana ". y somos asiáticos cuando oímos hablar nuestra lengua a alguno de los dos millones de filipinos que aún la conservan desde que fue abolida como idioma oficial el 2 de febrero de 1987. La identidad de una misma forma de expresarse, y, por tanto, de pensar, anula cualquier diferencia geográfica o racial, no existe entonces salto cultural porque habremos bebido juntos en Quevedo, en Lope, en Neruda, y por eso ha escrito el mexicano Carlos Fuentes: 'Todos los libros, sean españoles o hispanoamericanos, pertenecen a un solo territorio. Es lo que yo llamo el territorio de La Mancha. Todos venimos de esa geografia, no sólo manchega, sino manchada, es decir, mestiza, itinerante del futuro".
Ningún intento de enseñanza racista por vía de la lengua podrá frenar la creciente tendencia del mundo al mestizaje. Y en ese nuevo escenario, el español habrá de convivir como minoría en países de mayoría anglohablante, y habrá de respetar a su vez como lengua mayoritaria a las lenguas en minoría y a las culturas bilingües que lo acompañan en su extenso territorio. Y promover su conocimiento. Quizá sea tiempo de pagar la deuda histórica de tantas letras impuestas con la sangre de quienes las aprendieron. Sin que ello signifique que renunciemos a ser quienes por fuerza somos.