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Los trabajadores del lenguaje ante la norma prescriptiva

Ricardo Soca

 

Conferencia de clausura del I Congreso Nacional de Correctores, pronunciada por Ricardo Soca el domingo 26 de octubre de 2014 en la Biblioteca de México, D. F.

 

Hace algunos meses, el director de la Real Academia Española (RAE), José Manuel Blecua, admitió en Chile que “el español es en realidad un idioma americano que tiene un apéndice europeo”, puesto que en España vive apenas el diez por ciento de los hablantes de español. Cabe preguntarse por qué entonces nuestra lengua tiene que ser regida por el apéndice, por qué los hispanohablantes americanos nos sujetamos a una norma europea y escribimos con el ojo puesto en lo que pueda decir la Real Academia Española.

Bueno, se trata de una situación que hunde sus raíces en la historia y en la tradición.

El historiador Eric Hobsbawm afirmó en cierta ocasión que Castilla fue uno de  los primeros reinos de Europa a los que se puede llamar con cierta propiedad “estado-nación”. Era el ascenso de la burguesía que irrumpía hacia fines de la Edad Media generando el surgimiento de esa forma de organización social y política que hoy llamamos “nación”.

El estado nación y la prescripción lingüística

 

Nación supone identidad, rasgos identitarios. Los feudos medievales no tenían una identidad que se  extendiera más allá de las murallas de la ciudad o más allá de los dominios del señor feudal. Pero cuando la nueva realidad económica y social y política hace surgir las naciones, en un proceso que se extendería hasta el siglo xix, aparece también la necesidad política de alimentar los rasgos identitarios que fortalecieran la conciencia de un ser nacional. La religión fue un elemento identitario importante en todas las sociedades humanas, pero otro más importante, creo yo, que la religión es la lengua. La religión se puede cambiar; muchos cristianos optaron por volverse musulmanes durante el dominio árabe de Hispania; siglos después, muchos musulmanes y judíos optaron por convertirse al cristianismo. El rey visigodo Recaredo abjuró del arrianismo en el concilio de Toledo para convertirse al catolicismo a fin de atender a las exigencias políticas que le demandaba su intención de gobernar a los hispanorromanos.

La lengua es diferente, no se puede abjurar de una lengua. La adquirimos en la primera infancia, la llevamos grabada en el cerebro; con ella nos entendemos con las personas con las que compartimos el mundo y la vida y nos sentimos diferentes de aquellos que hablan otras lenguas o variedades.

Los gobernantes de las nacientes naciones europeas, cada una de ellas con una lengua diferente, tenían muy clara la importancia de la lengua como factor unificador. Un factor importante de fijación de la lengua como elemento del estado nación es su gramaticalización. En el siglo xv, el castellano era una lengua vulgar que no tenía, nunca había tenido, una gramática.

Con el surgimiento de las lenguas nacionales, los romances pierden aquel carácter de lenguas inferiores, subalternas, surge en ellos una escritura heredada del latín y brotan las primeras expresiones literarias.

La primera gramática de la lengua castellana fue presentada en 1492 por Antonio de Nebrija, en un momento emblemático: en agosto de 1492, cuando Colón estaba en medio del Atlántico rumbo a lo desconocido, a lo que él suponía que sería la India. Todos nosotros hemos leído alguna vez la muy conocida invocación del gramático a Isabel la Católica la lengua ha sido siempre compañera del imperio...   Nebrija llamaba a la reina a someter bajo su yugo “a muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas”.

De las gramáticas renacentistas a la Real Academia Española

A lo largo de los 500 años que nos separan de Nebrija, hubo varias otras gramáticas que mostraron la evolución de nuestra lengua, con mayor o menor acierto.

Juan de Valdés en su obra del año 1535 criticaba a Nebrija porque este prefería la forma llanto a planto, que era el original latino. Un error, puesto que el mérito de Nebrija en este punto fue precisamente haber observado la evolución de pl- a ll-.

Una de las gramáticas renacentistas más elogiadas hoy es la de Bartolomé Ximénez Patón, quien a fines del siglo XVII afirmaba que las partes de la oración eran cinco: nombre, verbo, preposición, adverbio y conjunción, lo que era perfectamente correcto. Es claro que dentro de la categoría nombre incluía artículo, adjetivo y pronombre. Como curiosidad, les cuento que este notable gramático presentaba una hipótesis muy curiosa, hasta risible desde nuestra perspectiva del siglo xxi: decía que el castellano no provenía del latín, que ambas lenguas eran independientes y que las coincidencias léxicas no constituían ninguna prueba. Según él, era al contrario, el latín procedía del castellano, que era una de las 72 lenguas que resultaron de la confusión de la torre de Babel.

El Arte de la lengua española castellana, de Gonzalo Correas, es considerada hoy la obra cumbre de la filología española renacentista. Afirmaba Correas que en español no existe la voz pasiva sino una perífrasis con tal función.

Pero en esta serie de gramáticos y de gramáticas yo quería llegar a Juan Villar,  no por su brillo, sino por tratarse de alguien que, seis décadas antes de la fundación de la Real Academia,  expresaba en su gramática,  Arte de la lengua española, la necesidad de “limpiar y fijar” la lengua y criticaba a los “licenciosos” que no respetaban su pureza, en referencia al femenino de algunos sustantivos, al uso de la forma plural quienes, que todavía no había aparecido, así como al seseo y el ceceo.

Esta postura, como más tarde la de la Academia, expresaba la consolidación de una lengua nacional ya firmemente establecida y consagrada internacionalmente, tanto por su literatura como por su peso político. Se expresa en Juan Villar el celo de una nación que defiende su rasgo identitario más representativo. Los guardianes de la corrección lingüística solo defienden la “pureza” de lenguas que ya están afirmadas por el prestigio que les confieren la literatura y la tradición. Esta actitud purista de Villar coincide con concepciones semejantes en Francia. Y no es por acaso, a ambos lados de los Pirineos se está afirmando en esa época el concepto de nación.

Felipe V, nacido en París de una princesa austríaca, alfabetizado en francés, primer borbón que reinó en España, fue quien decretó en 1713, la creación de la Real Academia Española, a instancias de Juan Manuel Fernández Pacheco, el marqués de Villena. Los modelos de la creación de la Academia fueron la Academia Francesa y la Accademia della Crusca italiana. Su cometido era “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. El lema, que todos conocemos parece inspirado en la Gramática de Villar.

La Real Academia cumplió su tarea en forma espléndida: a lo largo de trece años a partir de 1726 fue entregando en varios tomos sucesivos un trabajo excelente para su época: la edición de su Diccionario de Autoridades, que mereció comparaciones muy favorables con otras obras semejantes tanto del español como de otras lenguas europeas. Gracias a esta obra, los escritores españoles del siglo xviii unificaron rápidamente su ortografía y, tras la elaboración de la primera Gramática española, hacia 1780, la Academia había cumplido con creces las expectativas suscitadas a su fundación. A lo largo de varias décadas, la Gramática del castellano se fue incorporando en las escuelas de España y de las colonias, abriendo el camino hacia este idioma unificado con que contamos hoy.

Esa obra magnífica le valió un gran prestigio a la Docta Casa, y un merecido respeto por parte de los hombres de letras y de los formadores de opinión. Y esto permitió el surgimiento de la idea, que no es común, creo, con otras lenguas, o al menos sólo existe con tanta fuerza entre nosotros, los hispanohablantes, de que tenga que haber alguien que nos siga diciendo, hasta hoy, qué es lo que debemos decir y cómo tenemos que hacerlo.

Yo quisiera citar aquí brevemente al académico y lexicógrafo español Manuel Seco, quien en su Gramática esencial del español dice lo siguiente:

 La autoridad que desde un principio se atribuyó oficialmente a la Academia en materia de lengua, unida a la alta calidad de la primera de sus obras, hizo que se implantase en muchos hablantes —españoles y americanos—, hasta hoy, la idea de que la Academia “dictamina” lo que debe y lo que no debe decirse. Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual palabra “no está admitida” por la Academia y que por lo tanto “no es correcta” o “no existe”.

Como consecuencia del gran éxito inicial de la Academia, se instaló la noción de que la lengua española había llegado en el siglo XVIII al ápice de su desarrollo, tocando la perfección, una idea que la propia Academia alimentó con el lema “Limpia, fija y da esplendor”.

Como ya dije antes, la idea de "limpiar" una lengua es ajena a la lingüística, a cualquier corriente de la lingüística. La de "fijarla", es la idea más extravagante, más abiertamente anticientífica, puesto que el cambio es tal vez la única ley indiscutidamente universal de todas las lenguas en todos los tiempos.

Esta perspectiva de la Academia se mantiene hasta hoy, pese a los avances de la historia de las lenguas en el siglo XIX y de la lingüística en el XX. Ha cambiado el discurso: de lo “correcto” y lo “incorrecto” se ha pasado a lo “admitido” y lo “no admitido”, y de ahí, a lo “recomendado” y lo “no recomendado” o “desaconsejado”. Pero este cambio de palabras no altera esencia del planteo. Por detrás de lo "aconsejado" y lo "desaconsejado" hay una autoridad central que recomienda o desaconseja.

La Academia Española se atribuye en el artículo primero de sus estatutos vigentes, como misión principal:

velar por que los cambios que experimente la Lengua Española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico. Debe cuidar igualmente de que esta evolución conserve el genio propio de la lengua, tal como ha ido consolidándose con el correr de los siglos, así como de establecer y difundir los criterios de propiedad y corrección, y de contribuir a su esplendor. 

¿Y qué es esto del genio de la lengua? No es una categoría lingüística. Es una idea del siglo XVIII,  que aparece en los escritos de Condillac y Herder en referencia al conjunto de rasgos de las identidades nacionales. Apunta, en el estatuto de la RAE, al rasgo identitario del lenguaje, buscando identificar una cultura común cuyo centro reside en España y su autoridad lingüística, en la Academia. Y tiende, por su antigüedad, a reforzar la clave dialógica de tradición, que es inseparable de la clave dialógica de autoridad.

Y en muchos casos se trata de una autoridad arbitraria. Veamos el Diccionario panhispánico de dudas. Hace muchos y muchos años, cuando yo era joven, se empezó a aplicar el vocablo inglés fan en referencia a los admiradores de las estrellas de Hollywood o de los astros del rock.

Se hablaba en aquella época de los fans de Elvis Presley, o de los fans de los Beatles. Pero en el año 2005 aparece el Diccionario panhispánico de dudas y dictamina:

Aunque está generalizado el uso del plural inglés fans, se recomienda acomodar esta palabra a la morfología española y usar fanes igual que ocurre en flan.

Esta regla no tiene fundamento; es una imposición indebida a los hablantes. Si vamos al Corpus de Referencia del Español Actual, de la RAE, que es de donde se supone que la Academia toma los datos de uso, y buscamos fans, encontramos 422 casos. Si buscamos fanes, no aparece un solo caso. Y estamos hablando del corpus de donde se supone que la corporación extrae los fundamentos de sus "recomendaciones".

Vamos a ver el caso de mouse. ¿Qué dice el drae sobre este artefacto que también es conocido como ratón? No dice nada. La palabra no figura. Sí, em cambio, es posible hallar otras palabras inglesas que se usan en España, como bacon (o bacón) y puzle (hispanizado con una zeta sola), pero de mouse no hay ni rastro.

En cambio, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, sí aparece mouse... con la recomendación de no usarlo, de dar preferencia a  ratón, por razones que no se explican. Se trata del argumento de mera autoridad; háganlo así, porque nosotros lo decimos.

O sea que si en mi país se llama mouse (como en toda América), cuando alguien escribe, corrige o traduce un texto dirigido al mercado local, según el Diccionario Panhispánico debe llamarlo ratón porque así lo dispone una autoridad lingüística desde otro continente. Y las de América no logran hacerse oír.

Mouse aparece sí, en el Diccionario de americanismos, editado por la Asociación de Academias, que admite que se usa, sí, pero solo en el español de Estados Unidos y en el de Panamá.

Otra cosa son las contradicciones en la obra académica. En el diccionario de 2001 y en el de 2014 se establece que membresía  se escribe con s, que es como lo usamos todos, pero en el Panhispánico de dudas, como sacando un conejo de la galerase recomienda escribirlo con c, pasando por encima del uso, la costumbre y de la tradición, aduciendo un criterio etimológico ajeno a la realidad de los hablantes. ¿Cuál debemos seguir? 

La Nueva gramática de la lengua española, coordinada por el Dr. Ignacio Bosque, es sin duda la obra más completa de su género que se haya producido jamás en nuestra lengua es una excepción en ese sentido. Tiende a ser mucho más descriptiva que normativa y reconoce el carácter policéntrico de nuestra lengua.

Sin embargo, la Nueva gramática trajo consigo otras dos obras paralelas, la edición manual, en un tomo, y la Gramática básica, en la que ciertamente no participó el Dr. Bosque. En la Gramática básica se vuelve a la dogmatización del conocimiento gramatical que la obra principal había dejado de lado.

Se recurre a fórmulas como “los usos recomendados son...”, “se aconseja evitar”, “no se considera incorrecto pero no se recomienda” “se considera preferible y más recomendable”. Estas son fórmulas concesivas en las que atenúa el discurso de autoridad. Pero también hay otras más contundentes: encontramos “lo correcto es”, “debe evitarse”, “no se escribe nunca así”.

Vamos a ver un ejemplo de esta gradación de discurso de autoridad en la combinación delante suyo, muy habitual en el Río de la Plata, frente a la construcción canónica delante de él, una comparación que tomo prestada de la Dra. Elvira Narvaja de Arnoux, de la Universidad de Buenos Aires, que trabajó con este tema.

En la Nueva gramática de Bosque (la obra mayor en tres tomos) se explica que si bien la construcción delante suyo en lugar de delante de él aparece “en proporción mayor” en el área rioplatense “en todos los niveles de lengua”, en otras áreas lingüísticas “también se atestigua, aunque en proporción menor” (p.1361). No hay aquí talante autoritario, prescriptivo; la Nueva gramática describe lo que ocurre con la lengua en sus diferentes variedades locales.

En la edición Manual, en un tomo, el abordaje es un poco diferente:

La variante que se considera preferible es la A, que pertenece a la lengua común en todas las áreas lingüísticas [...]. La opción B, propia de la lengua coloquial, es percibida como construcción no recomendable por un gran número de hablantes cultos. Sin embargo, se ha ido extendiendo a otros registros, en diferente medida según las zonas hispanohablantes (p. 349).

Luego siguen ejemplos de Bestiario, de Cortázar; de Nada, de Fontanarrosa, de La tregua, de Mario Benedetti, de Vidas, de Guillermo Cabrera Infante y de Ética, de Fernando Savater, con lo cual el carácter de “no recomendable” queda bastante atenuado. Todavía podemos hablar de una descripción razonable.

Sin embargo, en la Gramática básica, el discurso de autoridad aparece de manera rotunda:

 La variante A, perteneciente a la lengua común de todas las áreas, es la que se considera preferible y más recomendable.  La B está muy difundida en muchos países, incluso en la lengua escrita, pero es rechazada por numerosos hablantes cultos (p. 115).

¿Qué consecuencias tiene este discurso prescriptivo? Al dogmatizarse el conocimiento gramatical, como un conjunto de verdades absolutas que no se fundamentan, el lector de la gramática es subalternizado1

, es minorizado y se siente inseguro con respecto a las reglas gramaticales. Esto es algo que no ocurre en otras lenguas. Un hablante de portugués o de inglés no sufre esa tensión de los hispanohablantes entre lo “correcto” y lo “incorrecto”, que nos ha sido inculcada en la enseñanza y que parecemos llevarlo en los genes. Los anglohablantes no tienen ninguna academia, jamás la han tenido, y en Brasil y Portugal hay, sí, sendas academias, pero nadie está pendiente de lo que puedan decir.

El mismo criterio prescriptivo lleva a la imposición de la tilde en palabras como guión, que en muchos países se pronuncia como bisílaba y por tanto en esos casos debería ser tildada. ¿Qué hace la Academia? Pues inventa el concepto de "diptongo ortográfico" e impone la eliminación de la tilde. El concepto de diptongo es una noción fonética; la idea de “diptongo ortográfico” es un invento disparatado.

Asale: una asociación ficticia

En el mundo globalizado de las últimas décadas, la Academia Española sintió la necesidad de legitimar su autoridad sobre los hablantes americanos y, con tal fin, decidió resucitar una asociación de academias que estaba muerta, que había nacido precisamente aquí en 1951 pero que nunca había tenido vida real y hacerla funcionar como un departamento de la casa madrileña.

Asale es una entidad ficticia, es un montaje teatral.

¿Por qué digo esto? Según los estatutos de 2007, el presidente de esa asociación debe ser el director de la Real Academia Española. Siempre.

¿Y quién maneja el dinero de esa casa? ¿Quién se ocupa de administrar los derechos autorales de las obras en que Asale participa como autora o coautora? El tesorero, que, por estatutos debe ser necesariamente un miembro de número de la Real Academia Española. Siempre.

¿Cuál es el organismo rector de Asale? Es la Comisión Permanente, integrada por el presidente y el tesorero, además del secretario, que es el cubano residente en Madrid Humberto López Morales. Hay un vocal designado por las academias americanas que no reside en Madrid.

¿Cuál es la sede de la Asociación de Academias? No tiene sede propia, reside en una sala de la Real Academia Española.

Asale tiene un sitio web asale.org ¿Quién lo administra? Ese portal está hospedado en el servidor de la Real Academia Española y el dominio asale.org fue registrado por la gerente de la institución madrileña, Montserrat Sendagorta Gomendio, según figura en los registros públicos de la internet.

Esto significa que a pesar de todo el boato y la fanfarria de sus congresos, con la presencia de reyes y príncipes y el apoyo de gobiernos americanos, Asale es en realidad un mero departamento de la Real Academia Española.

En esta situación, los trabajadores de la lengua nos sentimos con frecuencia atrapados en una normativa ilegítima, que nos inmoviliza como un corsé, limitando nuestras posibilidades expresivas.

Por esa razón, sugiero tener permanentemente presente el hecho de que las obras normativas del castellano, especialmente las lexicográficas, no siempre tienen el rigor que cabe esperar de un trabajo académico.

Vimos hace unos minutos el caso de mouse, un vocablo que está en nuestra lengua, que usamos diariamente, pero que está prohibido en los diccionarios. Por otro lado, hay palabras que están muertas desde hace siglos, pero siguen vivas en el diccionario académico, donde hay vocablos que no tienen ningún registro de uso desde el siglo XV.

Aquí cabe preguntarse qué deben hacer los correctores ante situaciones como las que veníamos viendo, ¿deben esperar a que los lexicógrafos se den cuenta de que una palabra está viva en la lengua? O que está muerta.

Es una pregunta que cada uno tendrá que hacerse al tomar una decisión en cada caso particular.

El redactor, el traductor, el corrector de estilo tiene un cliente o un jefe ante quien deberá fundamentar sus decisiones. La fundamentación no solo se apoya en los diccionarios y las gramáticas. Cada vez que tenemos que fundamentar el uso de la lengua viva, podemos encontrar respaldo no solo en la normativa sino también en los corpus de la lengua.  Un corpus sincrónico es una colección de millones de palabras de textos correspondientes a un estado de lengua (es decir a una época), que se puede acotar cuánto se quiera, o a una variedad. Los corpus se usaron siempre en estudios lingüísticos, pero cobraron una importancia inusitada en los últimos 25 o 30 años, sobre todo en lexicografía, con el avance de la informática, que permite consultas instantáneas que antes no eran posibles.

En ese sentido, recomiendo por supuesto los corpus de la Academia, que son excelentes y también el corpus Davis, de la universidad Brigham Young (http://www.corpusdelespanol.org). También hay un corpus basado en los libros digitalizados por Google(https://books.google.com/ngrams). El corpus Davis tiene unos cien millones de palabras, el de la Academia unos 500 millones, y el Google no se informa, pero me enteré de que los libros en español digitalizados por Google representan algunos miles de millones de palabras. Eso en mi opinión, el corpus constituye una herramiento extremada útil y, muchas veces, un respaldo más sólido que cualquier diccionario, porque responde a la lengua viva, al uso real de los hablantes.

Esto no quiere decir que los diccionarios no sean necesarios. Son registros, recortes de los significados que en muchas ocasiones son imprescindibles, pero no creo en la autoridad de un diccionario central, hecho en España, donde la Academia Española tiene siempre la última palabra.

En una cosa estamos todos de acuerdo, no hay discrepancia en este punto, el español es una lengua policéntrica. Por esa razón, creo en el siglo XXI empieza la era de los diccionarios integrales, que recogen la lengua, toda la lengua, no solo los localismos, de cada uno de esos grandes centros. México ha dado el primer paso, con el diccionario del profesor Luis Fernando Lara; la Argentina ha hecho lo suyo, con el Diccionario integral del español de Argentina (que también fue entregado en fascículos por el diario Clarín bajo el nombre de El gran diccionario de los argentinos) y seguramente vendrán otros en los próximos años. La unidad de la lengua no se quiebra por el hecho de reconocer que hablamos variedades diferentes. Ferdinand de Saussure hablaba de la “mutabilidad e inmutabilidad” del signo lingüístico, dos fuerzas contradictorias, antagónicas en sentido dialéctico, que conviven.

La “mutabilidad” significa que las lenguas tienen fuerzas centrífugas, que tienden a la dispersión, pero que actúan a muy largo plazo y los cambios son difíciles de ver en el curso de una vida humana, aunque se acumulan a lo largo de los siglos.

La “inmutabilidad” se refiere a las fuerzas centrípetas, que llevan a la convergencia, que seguramente es más fuerte en el mundo moderno, interconectado, que en los tiempos de Saussure, hace un siglo.

Cabe preguntarse por qué la lengua, que es un producto del cerebro en interacción con la vida social, debe tener autoridades que la regulen. Se aduce que la academia sería necesaria para mantener la unidad de la lengua.

Tal necesidad es un mito.

El inglés, hablado como lengua nativa o como lengua oficial  en más de cuarenta países, que jamás tuvo una academia, es una demostración palpable de que la unidad de la lengua se mantiene sin necesidad de autoridades lingüísticas.

Espero que a la luz de estas cuestiones pueda considerarse oportuno reflexionar sobre el papel de la norma de autoridad, que es la marca registrada del idioma español, y sobre la actitud que cabe en este punto a los correctores de estilo y a los trabajadores de la lengua en general, que son quienes, en su conjunto, contribuyen con el mayor aporte al establecimiento de las variedades estándares de las sociedades hispanohablantes.

 

 





[1]

La entidad Fundéu-BBVA recomienda no usar subalternizar (sin explicar por qué) y aconseja el empleo de subordinar, que, obviamente, no significa lo mismo.