El lenguaje genera realidades
Cada uno de nosotros experimenta el mundo de una forma única. Utilizamos nuestros sentidos externamente para percibirlo e internamente para representarnos la experiencia.
Esta representación interna, que constituye nuestro modelo del mundo, no es la representación exacta de un acontecimiento, sino una interpretación filtrada a través de creencias, pautas culturales, valores, suposiciones. Para describirlo, utilizamos las palabras, que son sólo la mejor representación verbal que hemos sido capaces de dar de ellas.
Los pensamientos –que se traducen en palabras, signos o símbolos y nunca pueden equipararse a la velocidad, variedad y sensibilidad de los sentimientos– son una aproximación.
Las palabras, en sí mismas, están vacías de significado, como es evidente cuando se escucha una lengua desconocida. Les otorgamos significado mediante las asociaciones ancladas a objetos y experiencias de la vida.
El lenguaje es una herramienta de comunicación y, como tal, las palabras significan lo que las personas y la cultura en la cual están inmersa acuerden que signifiquen.
Pensamos según pautas proporcionadas por las sociedades en las que vivimos. Podemos tener procesos mentales similares y el contenido del pensamiento derivarse también de un modo similar. Pero nos diferencia el contenido social del pensamiento.
Como criaturas parlantes, todo lo que decimos y oímos nos afecta; las palabras que usamos tienen impacto en la capacidad de alterar de manera positiva o negativa nuestra forma de razonar.
Al negarlas, al limitarlas, al decirlas de un modo y no de otro, al expresarlas en un contexto o en otro, podemos abrir o cerrar posibilidades para nosotros mismos y para los demás, generar compromisos, coordinar acciones, despertar pasiones, potenciar talentos, etcétera.
Dimensión sentimental
Cuando usamos un lenguaje agresivo, lo que hacemos es activar parte del sistema límbico del cerebro emocional generando tres patrones de reacción: ataque-bloqueo-huida. Nunca va a generar prosperidad. Nunca es más importante que el lenguaje conciliador que invita a una acción comprometida y realista.
Las conversaciones suelen tornarse difíciles porque nos quedamos entrampados en el paradigma de una filosofía racionalista que privilegia lo que pensamos sobre lo que sentimos y necesitamos. Es clave recuperar la dimensión del lenguaje de los sentimientos, pues son parte esencial de nuestro ser.
La expresión verbal es la herramienta que utilizamos para descifrar, interpretar y meditar nuestros propios mundos internos y externos. Sólo podemos cambiar algo en nuestra vida cuando asumimos la responsabilidad de la acción en cuestión.
Es la confesión honesta la que nos da la habilidad de hacer cambios reales en nuestras vidas. Es un signo de madurez verbalizar los defectos subjetivos bajo la luz de la objetividad. Cuanto más hablamos de los sentimientos del corazón, más reales se tornan.
Verbalizar el pensamiento es un medio para reconocer quiénes somos y qué sentimos. No es sólo un acto para evocar experiencias, sino para que estas puedan encontrar el receptáculo que favorezca la concreción de un dominio: hacer manejable un problema.
Las fantasías insatisfechas pueden perseguirnos y oprimirnos. Mientras el deseo no esté vestido de objetividad, perdura como una obsesión o una tendencia latente y no puede ser soltado de forma deliberada.
Si se siente culpa y se habla de ella con honestidad, puede ayudar a disolverla. Cuando una energía se niega o reprime o cuando se barren bajo la alfombra faltas o imperfecciones, estas reaparecerán y se manifestarán, quizá con una fuerza mayor que la original.
El lenguaje crea realidad y es acción. Lo que una persona dice y hace puede establecer una diferencia no sólo para su actividad sino para su vida y la vida de los demás.
* Mediadora, magíster en Antropología