¿Para qué sirve la Academia Española?
El Telégrafo, Ecuador
Siempre que hablamos del uso correcto del lenguaje pensamos en la Real Academia Española (RAE). Para las personas que hablan español esta es la institución referencial, pues publica el famoso Diccionario de la Lengua Española y cuenta con varias otras publicaciones que reúnen la normativa del español. De hecho, muchas veces he oído expresiones que se refieren a que si esta institución no ha aceptado tal o cual palabra, el término definitivamente no existe. Pero ¿qué es lo que hace tan importante a la RAE, que le damos la potestad de decidir qué es correcto y qué no?
Obviamente, está el prestigio histórico, además del liderazgo en relación con otras instituciones que se enfocan al estudio del español. Esta institución lleva más de 300 años dedicando su trabajo a ‘limpiar, fijar y dar esplendor’ al idioma español. Pese a los esfuerzos de la RAE para mantener el statu quo del español en el mundo, que se evidencia en los tres verbos de su eslogan, esta a menudo ha sido criticada, por caduca o por no representar verdaderamente a los hablantes de la lengua; por no bajarse de su carruaje y caminar con los hablantes de a pie, quienes tienen el poder creativo de la lengua. Dentro de este aspecto, se la ha criticado por mantener definiciones sexistas o xenófobas en sus diccionarios, y por no revisarlas con la meticulosidad que se necesita. La discusión sobre la pertinencia de las definiciones es para otra columna, pero es verdad que la RAE no es santo de la devoción de todos. En realidad, yo creo que precisamente los verbos de su eslogan son una especie de ‘camisa de fuerza’ para la RAE, que ha hecho que a lo largo de estos 300 años no haya logrado conectarse del todo con los hablantes de a pie, los usuarios del lenguaje.
¿Qué se limpia?, ¿qué se fija?, ¿a qué se da esplendor?, ¿no se está volviendo siempre sobre el mismo esquema de la lengua sin notar que esta necesita recorrer el mundo de sus usuarios? Al ‘limpiar’ se debe tener mucho cuidado de no eliminar aquello que es la base de todo idioma: la cultura. El idioma, por otra parte, no puede fijarse, pues se trata de un elemento móvil. Y aquello de esplendor es bastante caduco, pues los idiomas quizá no deban brillar sino impregnarse de la pátina de su historia, de las huellas de sus usuarios. Es hora de que desmitifiquemos a la RAE y le demos el valor real que una institución de su prestigio tiene. No debe decirnos cómo hablar, no debemos seguirla ciegamente sin analizar todos sus preceptos, no debemos pensar que es la única que tiene el poder mágico de hacer existir una palabra.
Nuestra labor, como usuarios de una lengua, es contribuir a que esta crezca, a que refleje verdaderamente nuestra diversidad cultural, nuestras sociedades. Yo creo que el papel de otras instituciones dedicadas al estudio de la lengua, como universidades, institutos e incluso el de las mismas academias nacionales, más cercanas al hablante de a pie, es fundamental para que nuestro español siga creciendo y enriqueciéndose. Es hora de que seamos más críticos y nos hagamos cargo de la lengua que hablamos, que nos sintamos orgullosos de nuestros matices, que busquemos otras voces, y no nos conformemos con aquello que se decide al otro lado del océano.