acero
Desde muy antiguo, por lo menos catorce siglos antes de Cristo, el hombre descubrió que podía obtener una aleación mucho más dura y resistente si añadía una muy pequeña proporción de carbono al hierro fundido. En latín tardío se llamó a esta aleación aciarium, palabra derivada de acies ‘filo’, lo que no debe extrañar si pensamos que el primer uso del acero fue en las armas y, probablemente, en los arados.
Antes que surgiera la palabra latina y hasta comienzos de la Edad Media, se empleaba el helenismo chalybs. Además del español acero, aciarium dio lugar en francés a acier y en portugués, a aço. En inglés, en cambio, se adoptó steel, palabra emparentada con el antiguo germánico Stakhlam, con el alemán Stahl y con el danés Stal, derivadas del indoeuropeo stek- 'mantenerse firme, fuerte'.
Las fábricas donde se elabora el acero se llaman acerías o plantas siderúrgicas. Este último adjetivo, cuyo significado es 'relativo al hierro', se deriva del griego σιδηρος sideros 'hierro' a través del castellano siderurgia, que aún hoy figura en los diccionarios como ‘arte de extraer el hierro’, pero que en realidad significa ‘fabricación de acero’.