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De las "fake news" a la reviviscencia del bulo

13/08/2020
Pedro Álvarez de Miranda *

Filólogo y académico Pedro Álvarez de Miranda

En uno de sus magníficos artículos (El País, 30 de junio de 2019) hacía Álex Grijelmo un recuento de los equivalentes españoles de fake new(s)buloinfundiopaparruchacamelopatrañatrolaembelecofilfa

Quiero hoy fijarme en la primera, bulo, de cuya «reviviscencia» en los últimos tiempos tendrá cualquier lector de prensa la misma percepción indudable que el que suscribe. No me parece arriesgado decir que bulo está manteniendo a raya la expansión de fake new y de fake.

Como tantas otras veces, nos las habemos con una voz opaca a la indagación etimológica. La lectura de las líneas que Corominas le dedica (s. v. bola) conduce a un escéptico encogimiento de hombros:

En cuanto a bulo ‘noticia falsa’, que es netamente jergal, y al que Wagner […] supone variante castellana de bola, difícilmente puede serlo, por razones fonéticas; desde este punto de vista podría venir del fr. ant. boule, pero dada su aparición en el caló moderno es más probable que venga de bul ‘porquería’, palabra de origen gitano sin relación con bola.

La referencia a Max-Léopold Wagner corresponde a sus «Notes linguistiques sur l’argot barcelonais». En realidad, este autor dice menos de lo que Corominas le hace decir; al ocuparse de bola ‘mentira’ se limita a remitir a la presencia de bulo en —como enseguida veremos— el repertorio andaluz de Toro Gisbert.

El primer testimonio de la palabra es de un repertorio lexicográfico, el Diccionario enciclopédico de la lengua española publicado en 1853 por la Imprenta y Librería de Gaspar y Roig, en el que consta así:

bulo. s. m. germ. embuste.

La abreviatura «germ.» corresponde, naturalmente a «germanía». Pero ningún repertorio anterior de voces de la muy traída y llevada germanía (tan deudores todos, como es sabido, del de Hidalgo de 1609, en el que desde luego no consta) recoge nuestra palabra. Sí la recogerán el diccionario gitano de Tineo Rebolledo (1900), Toro Gisbert en sus «Voces andaluzas» (1920) —con una cita de La boda de Luis Alonso, 1897, de Javier de Burgos— y Alcalá Venceslada en su primer Vocabulario andaluz (1933-34). Este último da una noticia que no hemos podido comprobar ni ampliar: «La puso en circulación por Madrid [la palabra bulo], en cierta frase célebre, don Francisco Silvela».

En cuanto a los ejemplos efectivos de uso escrito, el primero de ellos lo encuentro en 1873:

A la mentira se la llama filfa o bulo; al motín, la gorda, y con esta colección de palabrejas de origen semi-flamenco se ha formado el Diccionario madrileño de última moda. (Eloy Perillán Buxó, El Periódico para Todos, 17 de enero de 1873).

Y el segundo dos años más tarde:

En la puerta de una tasca
del barrio de San Bernardo,
con una curda de a folio
se encontraban dos tocayos.
—Yo sé hablar en tres idiomas—,
le decía el más mojado
al otro, que contestaba:
—Eso es bulo, prueba al canto—.

(Juan Antonio Barral, El Mundo Cómico, 3 de enero de 1875).

En el pie de uno de los dibujos que sobre «Los barrios bajos» publica la revista Madrid Cómico el 11 de mayo de 1884 se lee: «A mí no me vengas con bulos, Pepe». Y en El Liberal del 13 de octubre del mismo año hay estos versos de «Sobaquillo» (Mariano de Cavia) referidos a los abonados taurinos:

Si sufren camelos, bulos,
timos, cobas y camamas,
yo no he de volverme loco
por lo que todos aguantan.

Dos años más tarde, en el semanario La Caricatura (15 de febrero de 1886) publica Eduardo S. Hermua un artículo titulado «La libertad de imprenta», que comienza así:

Desde que tengo uso de razón recuerdo haber leído siempre, en los periódicos de oposición, por supuesto, que la libertad de imprenta no existe, y francamente debo decir en honor de la verdad que ese clamor incesante de la prensa es un infundio abascalesco [‘de José Abascal’] o un bulo patrio.

En la zarzuela Amores nacionales (1891), de Perrín y Palacios, la voz se pone en boca de un andaluz: «Eso es un bulo, compare».

Así pues, una palabra que viviría en la lengua hablada desde tiempo atrás, solo aflora a los textos, como acabamos de ver, en el último cuarto del XIX, y ya con cierta abundancia. No es preciso que sigamos ampliando el repertorio de citas. La palabra, desde entonces, está muy viva en el uso.

Hemos dicho que el primer diccionario que la recogió fue el de la editorial Gaspar y Roig de 1853, en lo que constituye, en términos absolutos, el primer testimonio del vocablo. Después de aquella fecha bulo ya no fue registrada por ningún diccionario general hasta que lo hizo el de la Academia en 1936, con la definición «noticia falsa propalada con algún fin», que se mantiene hasta hoy. Cabe precisar más: la «aprobación» del vocablo se había producido en la sesión del jueves 16 de octubre de 1930; y dio lugar a un curioso suelto anónimo que puede leerse en el periódico ABC del día 18:

La Academia tomó anteayer una grave decisión. Casi nada. Ha admitido dos vocablos en su Diccionario; bulo e infundio, vocablos que nosotros empleábamos ya en nuestra lejana infancia, cuando empezábamos a balbucir. Como el personaje de Molière que se pasó la vida hablando en prosa sin saberlo, hablábamos nosotros como académicos sin serlo ni saberlo. Y dábamos una lección a los inmortales, cuya aplicación deja bastante que desear, pues han tardado muchos lustros en aprenderla.

Como derivado de bulo cabe reseñar bulero ‘que dice o propaga bulos’. Lo trae, como ‘embustero’, el mentado diccionario de Gaspar y Roig. Salillas por su parte menciona bulo y bulero entre las «palabras del caló que se han generalizado constituyendo parte de la jerga aflamencada actual» (El delincuente español. El lenguaje, 1896). Y otros vocabularios del mismo ámbito también recogen el derivado: el Diccionario gitano (1867) de Quindalé (donde puede verse asimismo un bulería ‘embustería’), el de Tineo Rebolledo (1900) y el Diccionario de argot español o lenguaje jergal gitano, delincuente profesional y popular (1905) de Luis Besses.

Cuando un personaje de Fortunata y Jacinta exclama «¡Repoblicanos de chanfaina…, pillos, buleros, piores que serviles, moderaos, piores que moderaos!», parece claro que con buleros se está refiriendo a quienes propagan bulos, y no al homónimo bulero «funcionario comisionado para distribuir las bulas de la santa cruzada y recaudar el producto de la limosna que daban los fieles», según reza la definición académica.

Vuelvo, para terminar, a la actual reviviscencia de bulo con que comencé. Sirva como muestra de ella, entre muchas otras, el título de un editorial de El País del 9 de mayo de 2018: «Neutralizar los bulos», y bajo él esta entradilla: «Los medios europeos de calidad se enfrentan al reto de las “fake news”». Como el propio editorial señalaba, el fenómeno de los bulos no es en modo alguno nuevo, pero sí son nuevas las grandes posibilidades de propagación que las modernas tecnologías de la comunicación les han brindado. Una sección de la revista electrónica Verne, de El País, lleva por título «Bulos Internet».

En abril pasado, el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil empleó dos veces la palabra al decir que el cuerpo estaba trabajando en evitar el «estrés social» que producían los bulos en torno a la crisis del coronavirus, y en minimizar el clima contrario a la gestión del Gobierno que provocaban (lo que, como era de esperar, suscitó inmediatamente la petición de explicaciones al ejecutivo por parte de los partidos de la oposición, y buen número de reproches en diversos medios).

En fin, la crisis sanitaria reciente ha puesto en circulación palabras que antes no conocíamos ni empleábamos, incluso que no existían. Y también ha dado pie a alguna creación jocosa no destinada a perdurar: coronabulo, por ejemplo.

* Pedro Álvarez de Miranda es filólogo, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, catedrático de Lengua Española de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en lexicografía y lexicología y autor de numerosos estudios sobre el siglo xviii español. Fue discípulo de Rafael Lapesa y de Manuel Seco. Desde 2011 ocupa la silla Q de la Academia Española.