opio
Los griegos llamaron ὄπιον (opion), diminutivo de οπός (opós) ‘jugo de higos’, al jugo de las adormideras, cuyo poder hipnótico y euforizante ya conocían hace seis mil años los sumerios, que llamaban a la adormidera planta de la alegría. Este nombre aparece documentado en latín por Plinio como opĭŭm, con el mismo significado, en el siglo i de nuestra era.
Homero describe en la Odisea los efectos de esta planta muy conocida en la Grecia clásica, aunque su uso, curiosamente, no se haya extendido al resto de Europa a partir de los griegos, sino de los árabes. Estos recogían el opio en Egipto, donde se usaba con mucha frecuencia en medicina, y lo llevaban para venderlo tanto en Oriente como en Occidente: fueron así los primeros narcotraficantes, en un tiempo en que esa profesión estaba menos desprestigiada, aunque rendía, en compensación, menos ganancias que hoy.
Opio tiene un sinónimo poco conocido en español, a pesar de que figura en el diccionario de la Academia española: anfión, documentado por primera vez en 1609 en el Diccionario de germanía, de Juan Hidalgo, y que llegó a nuestra lengua a través del portugués anfião, que también proviene del griego opion.
Hasta el siglo XIX, la venta de esta droga era libre, pues estaba rodeada por un aura de sustancia benéfica que aliviaba dolores y sufrimientos. Se llama oppio en italiano; opium, en francés e inglés, y Opium en alemán.
Los adversarios del filósofo comunista alemán Karl Marx (1818-1883) recuerdan con frecuencia que era un enemigo de la religión, con base en una frase suya en la que afirmaba que la religión era “el opio del pueblo”. En realidad, el fundador del comunismo se refirió a que la religión servía en la época, al igual que el opio, como alivio al sufrimiento de los pobres y de los oprimidos, como vemos en la cita completa:
La religión es el suspiro del oprimido, el corazón de un mundo insensible, el alma de situaciones desalmadas. Es el opio del pueblo. (Karl Marx. Collected papers [1844]).