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Alicia Zorrilla: "Falta cultura lingüística. Falta interés en la lengua que hablamos"

24/03/2021
Andrés Gabrielli

Alicia Zorrilla es la presidenta de la Academia Argentina de Letras

Alicia María Zorrilla es la presidenta de la Academia Argentina de Letras. Su última obra es Sueltos de lengua, una cruzada en aras del bueno uso del idioma

Desde edad muy temprana, la actual presidenta de la Academia Argentina de Letras sintió el llamado de la literatura. Niña aún, su regalo preferido en las Navidades eran los libros. A los diez años decidió que quería escribir y publicar textos.

 Nunca dejó de alimentar esta pasión desde entonces.

 En Sueltos de lengua su cruzada en aras del buen uso del idioma se transforma en una lección amena, instructiva y rigurosa para cualquier lector. Para cualquier interesado en cuestiones esenciales, porque, como dice Alicia en esta entrevista para el programa La Conversación de Radio Nihuil, “nuestra lengua es nuestra identidad”.

 -Es muy original la tapa de su libro, Alicia. ¿De quién fue la idea?

 -Mía. La busqué yo.

-Tiene una mezcla de cómic con ciencia ficción.

 -(Ríe) En realidad, la hizo un artista francés, André Martins de Barros y se llama El filósofo.

 -Llama la atención. ¿Se lo han contado?

 -Sí. Me han dicho. La han destacado mucho. Yo creo que la tapa lo dice todo. Porque, o se agarra la cabeza, pues esos libros parecen manos; o está preocupado por el lenguaje. Tiene muchas significaciones.

 -Usted tiene un especial cuidado por el uso del lenguaje, pero, a veces, viendo cómo se lo trata, ¿no le dan ganas de tirar todo por la borda e insultar un poquito?

 -¡No, jamás! Jamás, porque creo que debemos respetarnos hasta con las palabras. Yo digo que no hay malas palabras.

-¿Qué hay?

 -Hay contextos en que las palabras se pueden convertir en malas. Pero están todas registradas en el diccionario, las que consideramos insultos y las que no. Pero trato de no intervenir en contextos de insultos.

 -Hablando de contextos, ¿qué piensa de la utilización del lenguaje inclusivo?

 -Todos somos libres de hablar como queramos y no como querramos, porque así lo dicen. Pero hay una morfología y una historia de la lengua que fundamentan que el género es masculino y femenino. Y con el masculino genérico podemos hablar de todos: de hombres, de mujeres, de niñas, niños… de todo.

 -Atenerse a la academia termina resultando más práctico, por otra parte.

-Yo me inclino por respetar la normativa morfológica de las academias y estoy de acuerdo con el masculino genérico. Nunca nos hizo daño. Siempre dijimos “los ciudadanos pensamos esto” o “todos queremos esto” y no nos pasó nada. Nadie está traumatizado por eso. Nunca nadie se sintió discriminado. La discriminación está en esos desdoblamientos que a veces hasta parecen ridículos cuando uno oye “todos y todas”, “los ciudadanos y las ciudadanas”, “los hermanos y las hermanas”. Esas formas desdobladas ridiculizan la sintaxis oral y escrita, y la lentifican.

 -¿Entonces?

 -Entonces van en contra de ese lenguaje claro al que aspiramos hoy. Lo importante es entendernos. Eso es lo que falla en la gente: la comprensión de los textos. Y luego, al no entender lo que lee, lo expresa mal.

 -Nos imaginamos, Alicia, cómo se habrá agarrado la cabeza usted cuando lo oyó decir a Kicillof “los jóvenes y las jóvenas”.

-Sí, sí. Y hace poco oí “los sujetos y las sujetas”. Hay que tener cuidado, porque decir “las sujetas”, refiriéndose a las mujeres, puede tener un mensaje ambiguo. Recordemos que en el siglo XIX la mujer estaba atada al marido, a la casa, a los hijos; carecía de libertad como ser humano. Entonces, yo acepto que todos estamos sujetos a derechos y a obligaciones. ¡Como adjetivo! Pero el sustantivo sujetas, no; precisamente porque estoy segura de que las feministas lo han criticado. Estoy segura.

 -Claro. Está muy bien la iniciativa de las feministas de reivindicar los derechos de la mujer en todo el mundo. Pero también habría que reivindicar el lenguaje. Podrían ir en paralelo ambas acciones, ¿no?

 -Claro, pero sin deformarlo. La lengua no tiene la culpa de que asumamos posiciones sociopolíticas. La lengua es una. Tratemos de usarla con respeto para entendernos todos y para respetar la diversidad sexual.

-En su libro usted apela constantemente al humor, a veces se pone picante, pero también pareciera que, por momentos, sufre. Sufre, por ejemplo, con el mal uso del verbo haber. Casi no se encuentra a algún funcionario que sepa aplicarlo.

 -Es cierto, porque no saben que es un verbo impersonal que debe usarse en tercera persona del singular. ¡El otro día escuché un “hemos supido”! ¿Qué le parece? Y es maestro el que lo dijo. Es muy serio, muy grave.

 -¿Por qué ocurre?

 -Porque falta cultura lingüística. Más que eso: falta interés en la lengua que hablamos. Cuando estudiamos otro idioma, parece que ponemos todo nuestro esfuerzo en saber inglés o francés o italiano o alemán. Pero nuestra lengua siempre es la pobrecita, la mendiga, la relegada. ¡Siempre! Ahí sí sufro. Porque nuestra lengua es nuestra identidad. Nosotros hablamos español. Y tenemos que hablarlo bien.

 -¿Ve alguna decadencia, hoy, en la manera de hablar de los chicos? ¿Y percibe alguna evolución en la manera de enseñar de los docentes, pensando, a su vez, en el uso de la tecnología?

 -Creo que los docentes se han relajado un poquito. Yo tengo sobrinos nietos y lo noto. Hay que tener cuidado con eso porque la escuela primaria es el fundamento de la cultura lingüística y general del niño y, después, del adolescente. En mi época, la lengua era algo importantísimo. Tuve profesoras de gran nivel que me han inculcado eso: hablar bien, para respetar a los demás, también. Como un valor. Como ética. La palabra debe ser ética.

 -Este amor, este cariño suyo por la lengua, ¿quién se lo transfirió? ¿Dónde estuvo la cuna de todo esto para usted?

 -Para las Navidades, en mi familia, me regalaban siempre libros. Y yo era feliz. Inmensamente feliz. Y a los diez años, dije: voy a escribir. Quiero publicar libros. ¡Eso es lo que quiero! Entonces, me preguntaban: cuando te cases, ¿vas a querer tener hijos? ¡No, no, no! Yo hasta les contestaba que quería tener una editorial, publicar libros, escribir. Es así que, hoy, la escritura me llena la vida.

 -Su afán didáctico y su militancia en favor del buen uso de la palabra son loables, pero, por más empeño que le pongamos, si la gente no tiene amor por la lengua, si no disfruta con estas cuestiones, probablemente los resultados no serán alentadores…

 -Y bueno, pero hay que cultivar. Yo sigo sembrando y sembrando la semillita. Algún fruto quedará. Dije al principio: todos somos libres. No les puedo poner una escopeta en el pecho, por supuesto. Cada uno trabaja para sí y sabe lo que tiene que hacer. Además, no puedo decir lo mismo porque mis alumnos tienen pasión por la lengua.

 -Usted hace bastante hincapié en la responsabilidad negativa que tiene el periodismo. Para colmo de males, pululan cada vez más los comunicadores que ni siquiera son periodistas; son influencers o animadores, que no leen casi nada y se nota que están poco cultivados…

 -Se nota, se nota, sí, sí…

 -¿Qué hacemos al respecto?

 -Tendrán que estudiar. Es lo único que digo. Hay que hacer el esfuerzo y demostrar que se es serio. Porque cuando se equivoca un comunicador en televisión o en radio, a mí no me merece seriedad. No puede ser. No puede ser que escriban “dósis” con una tilde, que aparezca en la pantalla “excento” con equis y con ce, que se diga “la trayectorio”. Y ahora hay un conflicto de género. Yo le digo hibridación de géneros. Hasta digo violencia de género.

 -¿Por qué?

 -Porque a todos se les ha ocurrido decir “la primer vez”, “la primer computadora”, “la primer etapa”. Esto se decía muy comúnmente en el siglo XVI en español, pero hoy es un arcaísmo. Y los arcaísmos hay que dejarlos guardaditos, porque ya no se usan, no son del español actual. ¿Tanto les cuesta decir “la primera vez”? ¡¿Tanto?! Hoy, que se habla del conflicto de géneros y de sexos, etcétera… Que no es lo mismo género que sexo…

 -¿Por qué, nuevamente?

 -Porque género es palabra de la morfología. Yo sé que la sociolingüística lo usa con otro sentido. Pero sexo es el hombre y la mujer. Y hay otros sexos. Hay diversidad de sexos, por supuesto.

 -Sigamos. ¿Por qué se usa tan mal algo tan sencillo, en apariencia, como la coma? Casi nadie la coloca ante el vocativo. Ni siquiera entre nuestros colegas profesionales.

 - Y bueno, es un error. Yo les digo a mis alumnos: cuando me llega un correo así, siento que me han rebautizado; que mi primer nombre es “hola”. Y se ríen a mares.

 -Claro, en vez de decirle “Hola, Alicia”, como corresponde, directamente le ponen “Hola Alicia”. Es decir, que usted se llama Doña Hola Alicia.

 -Exactamente. Doña Hola Alicia. Eso yo lo recalco mucho. Por eso ahora estoy escribiendo otro libro y uno de los capítulos se va a llamar La coma, en coma. (risas)

 -¿Qué otros síntomas advierte?

 -La nueva costumbre es poner una coma entre sujeto y predicado. Y al vocativo, por supuesto, no. ¡Parece pecado!

 -Lo curioso, como usted señala, es que desaparece la coma donde debiera estar y aparece donde no corresponde.

 -Y el pobre punto y coma quedó allá para la historia. Porque no lo saben usar.

 -Explique, presidenta, cómo se usa.

 -El punto y coma se coloca cuando hay una continuidad temática; cuando se quiere decir, de otra manera, algo más de lo que se dijo antes. Antes de llegar a un punto y aparte, por supuesto.

 -De todos los signos de puntuación, el punto y coma pareciera ser el más perjudicado. La gente directamente lo ha abolido porque no sabe para qué está.

 

-A veces mis alumnos me preguntan si pueden poner punto y seguido. Sí, por supuesto. El punto y seguido también fundamenta esa continuidad temática. Pero, cuidado. Existe el punto y coma. Nadie lo considera arcaico, pobrecito. (risas)

 -También están cayendo en desuso los signos de interrogación y exclamación, sobre todo a partir del auge del Whatsapp. O, cuando mucho, se coloca uno solo, al final.

 -Los signos de interrogación fueron traídos por los carolingios, que penetraron entre los siglos VIII y X en la Europa Occidental. En su origen se colocaba solo uno al final de los enunciados. Desde el 17 de octubre de 1753 se coloca el de apertura y el de cierre. En latín también se ponía solo uno al final. Pero tenemos que respetar la nueva normativa implementada en el siglo XVIII.

 -¿Y los de exclamación?

 -Aparecen en los manuscritos latinos de la Edad Media. Fueron desarrollados por humanistas italianos y a principios del siglo XVII aparecen en tratados ortográficos. En su origen siempre fue uno también. Se lo reconoce como signo doble en 1864, recién. Se lo llamaba signus admiratibus o exclamatibus.

 -Como amante del idioma, uno tiene sus escritores preferidos. Por ejemplo, Borges, nuestro Antonio Di Benedetto u Octavio Paz. ¿Cuáles son los suyos?

 -El poeta Octavio Paz, ¡siempre! Lo tengo a mi lado. Sus obras completas. También como prosista, como ensayista. El laberinto de la soledad es una joya. Pero, entre los argentinos, Ricardo Eufemio Molinari. Después, Mastronardi. Como poetas, ¿no? Marcos Denevi, Manuel Mujica Lainez, Borges, por supuesto. Yo hice mi tesis doctoral sobre Borges. Cortázar como cuentista. Para mí Cortázar es “el” cuentista.

 

-Usted ha destacado, precisamente, que tanto Denevi como Manucho Mujica Lainez eran muy respetuosos de la normativa.

 -Sí. Marco Denevi vivía en Belgrano, enfrente del edificio donde yo vivo y me pedía las revistas que editaba la fundación que presido para saber mejor el español. ¡Fíjese usted qué humildad!

 -Usted, como presidenta de la Academia Argentina de Letras, le escribió una carta al ministro de Educación, Nicolás Trotta, porque el presupuesto de la institución está congelado desde setiembre de 2019. ¿Por qué le retacean fondos?

 -La verdad, lo ignoro. Pienso, aunque me cuesta pensarlo, que no saben realmente qué son las academias nacionales. Nunca se han detenido en preguntar sobre la labor ciclópea que hacemos. Ningún académico de número ni correspondiente cobra honorarios ni sueldos; solo cobran los empleados.

-¿Cómo es su estructura?

-Tenemos un departamento de Biblioteca, con cinco empleados. Nuestra biblioteca es la más importante del país, después de la Nacional, claro. Está el Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas, que prepara el Diccionario de la lengua de la Argentina; y además hace trabajos de nivel internacional con la Real Academia Española. También tenemos el departamento de Administración, que es al que le caen todos estos problemas. Y, ya, el departamento de Presidencia y de Publicaciones.

-¿Qué respuesta tuvo, finalmente, de parte del ministerio?

-Lo que más me dolió es no tener un acuse de recibo porque, por mínimo respeto, uno debe recibir una línea. Por lo menos a mí me educaron así y es mi costumbre. Cuando me escriben, inmediatamente, contesto. Pero, ¡nada! ¿Qué recibimos por respuesta? El silencio.

-Una última pregunta, entre tantas otras que quedarán en el tintero. Usted alude, también, preocupada, al uso de las muletillas como “haber… bueno… nada”….

-…”dale… o sea… digamos”…

-¿Cómo hay que tomarlas?

-Yo digo que son baches por ausencia de vocabulario. Tenemos que enriquecerlo para evitar esos baches. En fin, a veces uno se pone nervioso…

-… y gana tiempo.

-Claro. Es para ganar tiempo y pensar qué voy a decir.

-No está mal pensar. Usted alude también a esta cuestión. Cada vez se piensa y se reflexiona menos.

-Es que la base de nuestra lengua es que debe reflexionarse. Se dicen cosas sin pensar.