Rebelión contra el ‘franglais’
La Academia Francesa, fundada en 1635 por el cardenal Richelieu
La lengua es una cuestión política, de poder. Así lo entiende Francia, desde hace muchos años, y por eso intenta resistirse, con éxito desigual, a la imparable penetración del inglés y al surgimiento de un idioma mestizo, el llamado franglais , sobre todo en ámbitos como la economía, la tecnología, la ciencia o el deporte. La última batalla por la pureza lingüística ha sido la reciente decisión del Ministerio de Cultura de imponer términos franceses en el pujante sector de los videojuegos. Así, en lugar de pro-gamer deberán hablar de joueur professionnel. Un streamer será un joueur-animateur en direct . Está por ver si, en la práctica, van a imponerse estos términos francófonos en una jerga que lleva ya años extendida a escala planetaria.
La defensa del propio idioma frente las injerencias foráneas es una expresión más de una filosofía nacional muy consolidada que pone mucho énfasis en la autonomía estratégica de Francia, en su libertad de maniobra en el concierto de las naciones. Fue ese espíritu el que llevó al general De Gaulle, hace más de sesenta años, a crear una fuerza de disuasión nuclear y una industria armamentística independientes. Con matices, esa política se ha mantenido hasta hoy, tanto si ocupaba el Elíseo un presidente de derechas como de izquierdas. Forma parte del ADN colectivo.
Las nuevas normas para afrancesar la jerga de los videojuegos son la última batalla de la “pureza lingüística”
Quizás el actual presidente, Emmanuel Macron, por una cuestión generacional y de formación, es el menos rígido en la cuestión idiomática. Ningún otro jefe de Estado se había manejado con tanta soltura en inglés. Le gusta hablar de Francia como país innovador, una start-up nation . La conferencia anual para atraer inversión extranjera se denomina, en inglés, Choose France (escoged Francia).
La nueva ordenanza sobre los videojuegos ha llegado pocos meses después de un informe de la prestigiosa Academia Francesa que alertaba de la situación crítica del francés ante la avalancha de anglicismos en la comunicación de las instituciones y los organismos públicos, de las universidades, museos y empresas. El estudio denunciaba que a menudo ha dejado de aplicarse la ley Toubon, de 1994, que fijaba multas de entre 135 y 750 euros a las personas que contravinieran la obligación de usar el francés en anuncios, inscripciones y documentos de diversa índole. La sanción podía elevarse a 3.750 euros, en casos graves y reincidentes, para las personas jurídicas.
La imposición del francés en todo el territorio, junto a la escuela pública, han sido instrumentos fundamentales, desde la Revolución Francesa, para el fortalecimiento del Estado unitario y de la conciencia nacional. Aún hoy es motivo de periódica tensión el deseo de las minorías bretona, vasca, catalana, alsaciana, occitana y corsa de enseñar sus lenguas en las escuelas. Macron ha distinguido en ocasiones de manera muy clara, aludiendo a Córcega, entre el bilingüismo y la cooficialidad. El primero lo acepta; la segunda, no. Considera que la lengua de la República es el francés, un punto no negociable.
La influencia angloamericana genera especiales recelos en la Academia Francesa, cuyos miembros son llamados “los inmortales”. Fundada por el cardenal Richelieu en 1635, la academia es la guardiana de las esencias. En una reciente entrevista con Le Figaro , la secretaria vitalicia de esta institución, Hélène Carrère d’Encausse (eminente historiadora, especialista en la URSS y Rusia, de 92 años) alertó del “peligro de muerte” que supone el franglais . Según ella, es “una aberración” y “una abdicación” que se acepte con tanta ligereza la invasión de términos angloamericanos en el vocabulario científico, de la cultura y de la información. A la academia le indigna, por ejemplo, que la filial de bajo coste de la compañía estatal de ferrocarriles se llame Ouigo, genuino franglais , pues se pronuncia igual que we go . A juicio de Carrère d’Encausse, ese uso masivo del inglés provoca una fractura social y generacional y aleja todavía más a las élites del resto de la sociedad.
La edad, el nivel académico y la renta influyen en la mayor o menor tolerancia del franglais. Según una encuesta, dos tercios de los franceses son partidarios de una ley que garantice el uso del propio idioma en la sociedad. En cuanto al empleo del inglés en la publicidad, los más indiferentes son los cuadros superiores y los menores de 39 años. Los más hostiles son los mayores de 70 años y quienes no poseen título universitario.