sórdido
Sucio, miserable, indigno o que ofende la decencia. Ingresó a nuestra lengua en la primera mitad del siglo XV, en un comentario de Juan de Mena, al traducir un fragmento del autor romano del siglo I Valerio Máximo:
[...] el que se da al sórdido e non lícito estudio, aun ése non quiere qu'el su trabajo olvidado sea, qualquiera qu'él pueda ser.
Sin embargo, Corominas (1980) resta importancia a este caso, por considerarlo “un latinismo individual de este poeta ultraculto, que no encontró eco” en su época. En efecto, no lo emplea Góngora, ni aparece en el Quijote (1605) ni en Covarrubias, y solo figura en Autoridades (1739), que cita ejemplos Esquilache (1651) y Palomino (1608).
La palabra proviene del latín sōrdĭdus ‘sucio’, ‘inmundo’, ‘hediondo’, sin ninguna relación, pues, con sordo, como han pretendido algunos autores. Para mencionar un ejemplo contemporáneo, veamos este fragmento de Eva Luna, de Isabel Allende (1987):
Algunos recordaban haberla aplaudido años atrás en un sórdido cabaret de sodomitas, pero eso, lejos de dañar su prestigio, aumentaba la curiosidad.