rinoceronte
El rinoceronte es, ciertamente, un animal extraño, tan extraño como su nombre, al punto de que durante un largo tiempo, hacia fines de la Edad Media, muchos europeos pensaban que no existía, que era una invención fantasiosa de los viajeros que visitaban tierras remotas, en las que todo era posible o, al menos, así lo creían.
Sin embargo, los antiguos griegos ya sabían de él y lo habían llamado rhinoceros, nombre formado por ῥινός (rinós) ‘nariz’ y κέρας (keras) ‘cuerno’, en alusión al (o los) cuerno(s) que el rinoceronte tiene encima del hocico, que tal vez haya sido la inspiración para el mito del unicornio. Se enumeran cinco especies de este animal: de la India, conocido como Rhinoceros unicornis; de Java, Rhinoceros sondaicus; de Sumatra, Dicerorhinus sumatrensis; rinoceronte blanco africano, llamado Ceratotherium simum, y africano negro de dos cuernos, clasificado como Diceros bicornis.
La existencia del animal se hizo creíble en España hacia comienzos del siglo xvii, cuando se presentó un ejemplar en Madrid, probablemente en un circo, y se lo llamó bada, según nos cuenta Covarrubias (1611):
Bada. Animal ferocíssimo, dicho por otro nombre más común rhinoceronte […]. Le hemos visto en Madrid vivo por muchos días, juntamente con un elefante.
El lector puede experimentar legítima sorpresa ante el nombre bada o abada, que recibió antiguamente el rinoceronte, y poco conocido hoy. Proviene del malayo badaq, vocablo con el que se designa tanto al rinoceronte de Java como al de Sumatra. La palabra fue llevada a la península ibérica por navegantes portugueses bajo la forma bada, que en esa lengua se convirtió en abada por fusión con el artículo determinante femenino a.