Ni el atleta nació en el Atlas ni el empate es una muestra de empatía
Último ensayo de la ceremonia de encendido de la llama para los Juegos Olímpicos Río 2016 y el relevo de la antorcha, en el templo de Hera en la antigua Olimpia, Grecia
Mediado el siglo XIX, antes de que el deporte de competición todo lo transformara, cuando la burguesía surgida con la Revolución Industrial comenzó a tener tiempo libre para aburrirse, los sportsmen no eran deportistas sino señoritos que salían por el campo a divertirse, sin mayor preocupación, como tan magníficamente describe Dickens en sus Papeles del Club Pickwick (justamente, el físico de su protagonista, Samuel Pickwick, esquire, rechoncho, gordinflón, el físico más antideportista, está en el origen de nuestro adjetivo pícnico, de cuerpo gordito, un término que no proviene de picnic, comida ligera, palabra que llegó al inglés y al mundo desde el francés pique-nique, comida en el campo en la que cada comensal aporta un plato o que se paga a escote), si no es la burla de los paisanos.
De esta misma necesidad de librarse del aburrimiento de tanto tiempo libre nacieron los clubes deportivos, las sociedades, que comenzaron a organizar actividades deportivas, competiciones, a inventar deportes que empezaron a practicarse, sobre todo en colegios y universidades, y los obreros de las fábricas jugaban al fútbol los domingos.
Los sportsmen de Pickwick play (juegan), verbo que llegó al inglés del holandés pleyen (alegrarse, estar contento), que es el mismo verbo que designa a los músicos tocando un instrumento; como en francés, donde jouer lo hacen a la vez los músicos y los deportistas, pues nace de joer (divertirse, moverse rápidamente), y la joeresse era, en la Edad Media, tanto una bailarina como una música ambulante.
Deporte llega del verbo latino deportare, que significaba tanto divertirse, distraerse, disfrutar (hacer las cosas por deporte, por distracción, el significado que tenía deporte antes de que en el siglo XV los anglosajones le dieran también el de «divertirse haciendo ejercicio físico al aire libre o compitiendo en algún juego»), como trasladar a la fuerza a las personas de un lugar a otro, expulsarlas de un país. En francés, desporter (con el mismo origen latino) tuvo inicialmente el mismo sentido que el inicial español (divertirse), pero cuando llegó a Inglaterra, en el ‘Middle English’ se transformó en disport, y, poco después, por una aféresis a la que se mantuvo ajena el español, se hizo sport. Y ya con esa grafía y con el significado nuevo de hacer ejercicio físico, la tomaron prestada para siempre los franceses de los ingleses, que todo lo relacionado con el deporte lo exportan, hasta el doping, aunque lo inventaron los holandeses.
Los holandeses tenían el doop (salsa espesa, palabra nacida del dip inglés, sumergir en líquido), que el inglés americano adoptó a principios del siglo XIX como dope (salsa, cualquier líquido espeso). A finales del XIX, cuando se disparó el consumo de opio, presentado para fumar en forma semilíquida, tomó el significado de «narcótico» (y también el de estúpido, quizás por el atontamiento que producía el opio en sus fumadores). A finales del XIX también el dope (verbo) y el doping (sustantivo derivado que en español, por influencia del francés dopaje, decimos dopaje) llegan al vocabulario deportivo a través de las carreras de caballos con el significado de tomar o administrar una droga con el objeto de influir en el rendimiento. Curiosamente, a los caballos los dopaban en los hipódromos más para que corrieran menos (cuestiones de apuestas) que para acelerarlos. De los caballos pasó al ciclismo, cuyas carreras a principios del siglo XX también estaban controladas por los apostadores.
La comparación entre ciclistas y caballos de carreras se mantiene, y no solo porque el último gran escándalo de dopaje mundial lo protagoniza justamente un caballo, Justify, el potro que acaba de ganar la triple corona americana (Derby de Kentucky, Preakness Stakes y Belmont) y que, se sabe después, dio positivo en un control antes del Kentucky. También en ocasiones se les droga sin que ellos se enteren y se les exige y azota como si fueran bestias, y el cada vez más extendido, en todos los países, del término inglés team para designar a los equipos no hace sino hacer crecer la analogía. El sustantivo equipo llegó al español del équipe francés (grupo de personas unidas por una tarea y, ya desde 1912, grupo de personas practicando un mismo deporte), y este nació de équipage (tripulación de un barco), derivado verbal de équiper (dotar a un barco de todo lo necesario para navegar: velas, material, personas), palabra con origen en el indoeuropeo skei (dividir, cortar), que por un lado da el prefijo esqui, como en esquizofrenia, y por otro, a los antiguos alemanes les dio skif (árbol cortado y vaciado para hacer una canoa). De ahí al schip holandés, al esquife español y al ship (barco) inglés no hubo más que un paso. En francés, eschiper cobró el significado de abordar, hacerse a la mar.
El team inglés tiene un origen más prosaico, básico y significativo (para lo que son ahora los equipos): viene del Old English team, que se usaba tanto para designar a la familia, a la progenie, como al conjunto de animales uncidos juntos al yugo.
Del indoeuropeo kar (empujar) nació el car (coche) de los ingleses y el currus de los latinos (carro), que la aprendieron de los galos cuando conquistaron su territorio, donde los llamaban carros. Del currus nació la carraria latina, origen de carrera (espacio que debían recorrer en el circo los carros y los caballos) y surgió también currere (cursus, participio pasado), correr por una carrera, por una pista establecida. Los movimientos y la competición básicos de cualquier deporte —carrera (course en francés, corsa en italiano, cursa en catalán, nacieron de un derivado posterior latino, corse, expedición militar), competición de andar deprisa desde la Edad Media y correr (courir, en francés; correre, en italiano; correr, en catalán), andar deprisa— se han establecido, curiosamente, en español, sin haber pasado antes por el inglés, el idioma que nutre la terminología deportiva de la mayoría de los idiomas occidentales. En lo básico, pues, las lenguas latinas se han mantenido indiferentes al inglés, que, delatando su origen anglosajón, prefiere los monosílabos tan sonoros que son casi violentos, run (correr), del indoeuropeo rei (fluir, como en el panta rei de Heráclito); race (correr, carrera), del germánico rasen (arrasar), y ride (cabalgar, montar en bicicleta, conducir un coche…), del antiguo sajón ridan (ser transportado sentado).
A los atletas les gusta pensar que está en Atlas, nada menos, el titán que sostiene el cielo sobre sus hombros, el origen de su nombre y el deporte que practican, el atletismo, pero no fue así, lo que en el fondo no está nada mal para ellos, pues no sería precisamente el mejor padrino. Atlas fue, sobre todo, un titán un tanto tonto que, como mucho, ha dado nombre a las colecciones de mapas desde que Mercator colocó su estampa en la portada del libro que contenía los mapas que dibujó en el siglo XVI, a una cadena montañosa y a un océano, pero no a algo tan importante como el atletismo. Atlas perdió una guerra con Zeus, que le condenó a sostener el cielo; se dejó petrificar por Perseo (y de ahí nace el Atlas, el macizo montañoso del actual Marruecos) y hasta le engañó Hércules, quien después de prometerle que sería él quien sostendría el cielo en su lugar a cambio de sus manzanas doradas le pidió que se lo sujetara un momento mientras iba a buscar un cojín para que no se le clavara en la espalda. Evidentemente, Hércules se fue sin cielo y con las manzanas. Así que los atletas deberían agradecer que su nombre, tan antiguo que ya apareció en la Iliada, pues atletas eran los luchadores griegos que participaban en los Juegos Olímpicos, provenga del griego athletes (el que compite por un premio), palabra relacionada tanto con athlos (lucha, combate) como con athlon (premio). Del griego pasó al latín como athleta, con el significado de luchador o competidor. Fueron los ingleses los que inventaron en cierta forma el atletismo, codificándolo y dotándolo de reglamentos, los que le dieron el significado preciso con que llegó desde las Islas Británicas a España,
Francia, Italia y otros países (no a Estados Unidos, donde el atletismo no se llama athletics, como en el Reino Unido, sino Track and Field, y un athlete es un practicante de cualquier deporte, no solo de atletismo. Exeter College, en Oxford, organizó en 1850 el primer mitin de atletismo en el Reino Unido.
Beata la ignorancia, debería alabar el gregario ciclista que no sabe que la designación popular de su oficio de ayudar a su líder, trabajar para él, acompañarle mientras orina en una cuneta, esperarle cuando pincha y darle de beber y comer tiene un origen tan escasamente glorioso que le remite directamente a la categoría de oveja feliz en su rebaño. Del latín grex-gregis (rebaño) los romanos derivaron gregarius para designar a los soldados rasos de sus legiones. Los italianos ampliaron el significado de gregario a «perteneciente a la multitud» con una clara connotación peyorativa, y, en la primera década del siglo XX, cuando el gran desarrollo del ciclismo como deporte inventó el Tour de Francia y el Giro de Italia, los franceses adoptaron los términos coéquipier (compañero de equipo, derivado de équipier, miembro de un equipo) y domestique (del latín domus, casa, hogar, persona empleada para el servicio de una casa y también hombre dedicado al servicio de un gran personaje) para designar a los corredores del montón. El español prefirió importar la designación italiana, entre otras cosas porque ya en su diccionario figuraba gregario para designar tanto a los animales que viven en rebaño o en manada como a las personas que siguen ciegamente ideas o iniciativas ajenas.
Consuélese el ciclista así designado, porque solo habiendo sido gregario se puede llegar a ser egregio, palabra que significa ilustre o insigne y que partiendo del mismo grex-gregis latino significa, etimológicamente, «aquel distinto de la multitud» o aquel que deja de ser gregario, y se usó inicialmente aplicado a las víctimas destinadas al sacrificio, que debían ser, según el ritual, «íntegras, intactas, egregias, eximias y elegidas entre los animales más bellos, sin mancha y nunca uncidos al arado».
Para ser egregio, un ciclista deberá demarrar (del francés démarrer, romper amarras), otro término, como équipe, de origen marino: amarres, amarras, cuerdas para sujetar el barco en puerto, tomado en préstamo del neerlandés aenmarten, atar, y romper las ataduras que le ligan al pelotón, gran grupo de ciclistas en competición, que llega del francés peloton, pequeño ovillo de lana, de hilo, diminutivo de pelote, proveniente del latín pilotta, a su vez, diminutivo de pila (bola). En Francia, en el siglo XVI se usa peloton para designar a un grupo de soldados en armas, tropa, y en 1855 entra en el léxico deportivo a través del hipódromo, significando el grupo más grande de caballos en una carrera. La analogía con un pelotón de ciclistas no tarda en producirse, y ya está documentado su uso en francés en 1884, pocos años después de la invención de la bicicleta. En España, su uso para las carreras ciclistas desplaza a partir de mediados del siglo XX al pelotón con el significado de pelota grande, balón de fútbol, que hizo famosa la frase «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!».
El ciclista (del francés cycliste, el que compite en carreras de bicicleta, que proviene del griego kyklos, rueda, palabra que con el prefijo latino bi-, dos, da origen a la bicicleta) que demarra puede hacerlo en llano, por pura velocidad y fuerza, y lo hará saltando como un muelle, esprintando, anglicismo desde sprint (del antiguo noruego spretta, saltar, en sueco spritta, salir disparado, sobresaltado, como hace aquel que recibe un susto), que en el Reino Unido, desde 1871, tiene el significado de «correr una distancia corta a toda velocidad», si es subiendo hacia un paso entre montañas o puerto (del latín portus, abertura o paso que permite el transporte). Si estuviera en Francia, ascendería un port o un col, del latín collum, cuello de camisa, y, por analogía, parte estrecha de un recipiente y, también, depresión entre dos espacios elevados; en Italia, superan un passo montañoso o valico (del verbo valicare, pasar de una parte a otra, especialmente superando montañas), que, como se sospecha de varices, de etimología incierta, proviene del latín varicare (caminar), convertida la primera erre en ele como en pellegrino por peregrino. Los italianos también tienen colle, palabra que no significa lo mismo que col, sino, proveniente del latín collis, y este del griego kolone, túmulo, columna, pequeña elevación del terreno con ligera pendiente hacia la llanura normalmente cultivado con huertos y árboles frutales, y su diminutivo es colline (colina). Y si la elevación supera por poco la colina ya se llama poggio (como el Poggio que decide la Milán-San Remo), que procede del latín podium, realzo, altura, en forma de pie, balcón, adonde llegó desde el griego podion, genitivo podos, pie. El escalador (el que asciende con escalas, del latín scala —de scandere, subir— adjetivo que llega del lenguaje militar, de scalare en italiano, conquistar por sorpresa o por la fuerza las murallas enemigas), trepará por empinadas rampas (de raíz germánica ramp, en inglés ramp; en francés, rampe, que originalmente significaba zarpa con garras, y, por similitud, y por influencia del francés ramper, agarrarse para impulsarse, pasó a significar subida tan empinada que para subirla es necesario utilizar brazos y piernas, y hacer fuerza con las manos también; de la misma raíz, en francés surgió grimper, trepar, como trepan los grimpeurs franceses el col del Tourmalet en el Tour de Francia). Y todos, escaladores y sprinters, por supuesto, deberán evitar el desfallecimiento o pájara. Este sustantivo, tan español, no es el femenino de pájaro, sino que llega de paja, el tallo hueco de las gramíneas, procedente del latín palia y este del sánscrito palas, moverse, agitarse, como se mueven los campos de cereal, con sus tallos tan débiles que no oponen resistencia, como los ciclistas que se bambolean sin fuerzas y ciegos. Que esta etimología no es muy absurda lo delata el hecho de que en varios países de Suramérica (Chile, Argentina), la palabra paja significa cansancio, pereza: andar con paja, me da paja hacer.
De la misma paja sale payaso, vía el italiano paglia (paja): pagliaccio es un saco relleno de paja que sirve de almohada y también, en el viejo teatro italiano, una máscara de bufón cubierto de una larga vestimenta en tela de saco que daba al personaje que la llevaba el aspecto de un pagliericcio (colchón de paja), y, por metonimia, el personaje acabó siendo llamado el pagliaccio.
El fútbol los ingleses lo juegan dando patadas con el pie a un ball, balón (del ‘Old English’ beall, diminutivo bealluc, testículo, de donde procede el actual ballocks) y lo denominan football (textualmente piebalón; foot, pie, llega desde el ‘Old English’ fot, y este del indoeuropeo ped, que en latín se transforma en pedem, en francés en pied y en español en pie). Fracasada la castiza denominación-traducción textual balompié, en España el football es el fútbol, su transcripción exacta, mientras que en Francia no se han esforzado ni en eso y lo llaman football, mientras que en Italia, desde el siglo XIII, quizás porque más que patadas dan coces, lo llaman calcio (patada dada con el pie, coz, del latín calx, calcis, calcáneo, talón, de donde nace también el calcetín, el calzado, las calles y la calceta; y del mismo calx, calcis latino, que también significaba guijarro, salieron la cal y, a partir de 1808, año en que fue acuñado, el calcio como elemento químico). En Italia los calci no se los dan a un balón, sino a una palla (que significa balón y también bala), y que les llegó desde el alemán antiguo bal, cosa redonda (en el origen también de bala de paja y embalar, que llegaron al español desde la balle francesa, bala, balón y fardo de mercancías).
Para distinguirlo de su deporte nacional, el llamado fútbol americano (el primer partido con reglas se jugó en la Universidad de Princeton el 6 de noviembre de 1869, y lo llamaron foot-ball), en Estados Unidos se apropiaron del slang, jerga, inventado por los escolares ingleses de finales del siglo XIX, que lo llamaron soccer (socca, en 1889; socker, en 1891, y soccer, en 1895) como abreviatura de association (grupo de personas organizadas con un objetivo común, del latín socius, compañero, aliado), pues entonces, para distinguirlo del rugby (Rugby Football), al fútbol lo llamaban Football Asocciation. Normalmente, estas abreviaturas se formaban con las tres primeras letras de la palabra (al fútbol rugby lo llamaban rugger), pero, quizás, dado el significado de ass (culo, las tres primeras letras de association), no hubo ballocks para hacerlo.
El fútbol lo llevaron a las islas británicas los legionarios romanos, que se juntaban a cientos para darle patadas a un balón de forma tumultuosa, sin estar divididos en equipos, pero hasta 1400 no fue denominado fútbol.
Un partido equivalía a un motín; tanto jaleo generó que James III de Escocia prohibiera su práctica en 1424; y, para Shakespeare, llamar a alguien football player (futbolista) era insultarlo. Solo en el siglo XIX comenzó a limitarse el número de jugadores por partido y a jugarse en equipo. Se convirtió en el deporte único de las muy exclusivas public schools (colegios privados).
En 1862, el colegio de Charterhouse inventó sus propias reglas, que un año después fueron la base del primer reglamento del Football Association, cuando un comité de las siete principales private schools (Eton, Harrow, Marlborough, Rugby, Shrewsbury, Westminster y Charterhouse) las convirtió en únicas. Ocho años más tarde, nació la Copa de Inglaterra. En 1886, las cuatro federaciones de fútbol británicas (inglesa, galesa, escocesa y norirlandesa) fundaron la International Board, el organismo que estandarizó e hizo internacionales y únicas las normas británicas y que aún tiene todo el poder como guardián del reglamento (la FIFA, Federación Internacional de Fútbol Asociación, nació en 1904).
Gana un partido el equipo que más goles encaje en la portería rival, defendida por su guardameta, portero, arquero o cancerbero, siempre que el árbitro y sus linieres le concedan validez. Y todo ello, de acuerdo con las normas escritas y vigiladas por su federación correspondiente. Es este concepto, federación, al que Robespierre dio valor revolucionario en 1789 como alianza de pueblos, y lo tomó del latín foederare, coaligar, procedente de foedus, liga basada en confiar en el de al lado, en tenerle fe —el que quizás más ha pervertido la realidad actual, visto en qué cavernas de corrupción y tiranía se han convertido las grandes federaciones deportivas.
Los ingleses inventaron el rugby también, e hicieron suyos términos franceses, como touche (toque, del juego del pillar, pierde aquel a quien se toca, está muerto), que es el espacio que rodea por las bandas, líneas de touche, y por los fondos, líneas de but, el terreno de juego del rugby y el fútbol americano. Son zonas en las que no se puede jugar: por eso, en el rugby, el saque de banda del fútbol es el saque de touche, y en el fútbol americano, el ensayo (de essai y del latín exagium, ponderar, pero que en el teatro romano significaba sacar de dentro, como hacen los actores para construir sus personajes, palabra con la que los franceses tradujeron el try, intento, de los ingleses), que consiste en posar el balón en la zona más allá de las líneas de goal, se llama touchdown. Como el rugby llegó a España o bien del contagio en las zonas fronterizas con Francia (Cataluña, País Vasco) o bien de mano de los profesores de los colegios religiosos de órdenes francesas o de los liceos franceses, el vocabulario de este deporte en España está construido a partir de los términos franceses y no de los ingleses.
El francés es una isla en un mar etimológico de predominancia inglesa en el que los términos en los que el español se basta son islotes. Son pocos, pero alguno, como empatar, nos lleva a través de su origen a regiones hermosas. Tie, en inglés atadura y, también, corbata, del ‘Old English’ teag, cuerda; pareggio, en italiano, del par latino y del antiguo italiano pareja; match nul, en francés, para quienes empatter es ponerle patas a algo, del latín nullus, ninguno, sin valor, sin importancia, el empate no se inventó en España alargando hasta la metáfora la empatía —ponerse en el lugar del otro, sufrir y alegrarse como si fuera él—, de manera que decirle al rival te empato vendría a decir, soy tú, sino tirando del latín pax, pacis, paz, del que salen los italiano patta —paridad, pactado— e impattare, estar en paz, estar de acuerdo, estar igualados. Mejor así, aunque habrá cínicos, claro, que recuerden que la única paz la ofrece la victoria. Pero todos sí que estarán de acuerdo en que el sentido más auténtico de lo que todos buscan en el deporte, los que lo practican y los que lo contemplamos admirados, nos lo da el record (registro, la mejor marca en una competición o en el mundo o en un país), que proviene del latín recordari, memorizar algo para que no se olvide, y que, como procede de cor, cordis, corazón, significaría textualmente, restaurado en el corazón.
* Carlos Arribas es periodista de El País de España, experto en ciclismo y temas de dopaje.