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Soledad Chávez, lingüista: “El diccionario no menosprecia a nadie, solo da cuenta de lo que usan los hablantes”

12/08/2024
Pablo Marín

Soledad Chávez en Santiago, Chile, en agosto de 2024 / Cristóbal Venegas

Llana y elocuente, bienhumorada y erudita, Soledad Chávez Fajardo (Santiago, 47 años) se ve a sus anchas en su oficina del tercer piso de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, en Santiago. Lo dice ella misma: “Dime si no soy afortunada. Me levanto feliz y me vengo para acá feliz. Y la gente me ve así, porque hago lo que me apasiona: enseño historia de la lengua, lexicografía [la redacción y actualización de diccionarios, así como su estudio]. Eso es una realización y una bendición”.

La directora del Departamento de Lingüística de la Universidad de Chile ha hecho no pocas contribuciones a su disciplina, como supieron en la Sociedad Española de Historiografía Lingüística, que en abril premió su tesis acerca del Diccionario de chilenismos y otras voces y locuciones viciosas, de Manuel Antonio Román (1901-1918), con la que se había doctorado en 2021 por la Universidad Autónoma de Madrid. A partir de ese trabajo académico surgieron dos libros en 2022: Diccionarios del fin del mundo (acerca de las primeras obras de esta especie en Chile e Hispanoamérica) y Elementos de lexicografía hispanoamericana fundacional (sobre el diccionario de Román).

Hay quien considera la erudición un fin en sí misma, pasto de alguna élite intelectual, pero no la ocupante del sillón 14 de la Academia Chilena de la Lengua, estudiosa y redactora de diccionarios, formadora de lexicógrafos. La lengua, cree, es de todos sus usuarios.

Pregunta. ¿Cómo describe su relación con las palabras?

Respuesta. Desde chica una relación de amor con las palabras. Soy una fan de Themo Lobos [uno de los referentes de la historieta chilena y creador de Mampato]. Lo conocí por la revista Cucalón, que circuló los 80 y parte de los 90, y que me abrió un mundo. Tenía la sección Etimologías, en que te explicaba una etimología con sus dibujos maravillosos. Ahí vi que las palabras tenían una historia, y esa historia te llevaba a otras palabras, a otros significados. Yo no sabía que existía la lingüística como disciplina, era una niña. Pero empecé a tener una relación muy fuerte, que pasa por respetar las palabras tal como son.

P. ¿De qué manera se respetan?

R. Hay que cuidar las palabras y aprender a insertarlas bien en los contextos. Tiempo atrás nos entrevistaron a unos pocos de la Academia Chilena de la Legua para la palabra huevón, y el periodista dice: ‘parece que huevón está entrando con fuerza en Latinoamérica’. Y yo decía, ¡qué bien! Pero esto también tiene que ver con las comunicaciones, con las redes: cada vez estamos conociendo más esta lengua con tantas variedades. Entonces, que se empiece a conocer y a reflexionar en torno a huevón y todas las acepciones que tenemos, y los usos, las formas y las funciones, es una maravilla. A veces hay una relación muy purista y conservadora con ciertas palabras y para mí huevón tiene su historia. Pero todavía no conocemos la historia de ciertas palabras, y los que trabajamos en eso nos debemos a ellas y tenemos ahí una responsabilidad de develarla. Por ejemplo, hace poco hablamos de eso con una amiga después de oír a una abogada usar el denante –y me acordé de el denantes, el endenante y endenantes–, que son usos arcaicos. Y uno podría, quizá, usar el hace un rato.

P. ¿Cómo ve la responsabilidad de los lexicógrafos?

R. Hay gente que puede enfadarse con una expresión del tipo ‘fumar como chino’ ¡Cómo nos estamos cargando a los chinos! Pero no es que el lexicógrafo los menosprecie a ellos o a nadie: lo que hace el diccionario es dar cuenta de lo que usan los hablantes. Ahora, en una sociedad de la responsabilidad, alguien podría preguntar si vamos a seguir usando esa frase. Pensemos en el Diccionario de la lengua española, el más popular [DLE, ex Diccionario de la RAE]. Hay un equipo de muchos lexicógrafos en Madrid que no tienen la función de decirnos qué es lo correcto, lo incorrecto, lo ético, lo injusto. Lo que hace el lexicógrafo es agarrar un espejo y decir, ‘señores, esto son ustedes’. ¿Qué pasa si alguien que no es chileno, o que está aprendiendo el español como segunda lengua, o que lea en 50 años más, cuando ya no se use, ‘fumar como chino’, va al diccionario y no lo encuentra? Ese es el problema. El diccionario te muestra todo: lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo ético y lo poco ético. Todo, porque es la forma de representar a una comunidad lingüística. Depende de nosotros, los usuarios, lo que vamos a usaR. Y lo que puede hacer un lexicógrafo, y es lo ideal, es poner alguna marca: esto es despectivo, esto es coloquial, esto es vulgar.

P. Los diccionarios de la lengua son percibidos como una voz de autoridad –'no lo digo yo, lo dice el diccionario’–, y en Chile el DLE tiene valor probatorio en un proceso judicial ¿Cómo se llevan estos roles?

R. Cuando ves la historia de una lengua desde un punto de vista de estandarización –cuándo se empezó a escribir literatura en esa lengua o a elaborar gramáticas en esa lengua, etc.–, ahí también estuvieron los diccionarios. Y la población respeta un diccionario y puede darse cuenta de que hace falta uno. A veces uno dice: me siento insuficiente como hablante del chileno porque no está el chileno que yo hablo bien representado en el Diccionario de la Lengua Española (DLE). Poquito a poco van entrando palabras, pero podríamos quizá nosotros elaborar y redactar nuestro propio diccionario, como hicieron los mexicanos con el Diccionario del español de México, de Luis Fernando Lara, que es un diccionario integral. El mexicano no se siente representado por el DLE y sí por lo que hay ahí. A un chileno podría pasarle lo mismo.

P. ¿Y el Diccionario de uso del español de Chile (DUECh)?

R. Es que ese es solo de palabras diferenciales: pienso en un diccionario que apunte al todo. Porque uno dice paradero, no dice parada; o dice micro y no autobús. Y después ves que el léxico médico, el léxico legal, son diferentes en otros lugares y no nos damos cuenta hasta que vivimos ahí.

P. En 2022, un instructivo de la Subsecretaría de la Niñez llamó a no hablar de “menores”, sino “de niñas, niños, niñes y/o adolescentes”. El caso es que menor, en el sentido de menor de edad, se sigue usando sin perjuicio de que algunos lo encuentren despectivo.

R. Si quieres decir menor de edad, cuando dices menor, se subentiende que hay una elipsis para hacer el lenguaje más ágil. Pero si alguien te sale con que estás usando ‘menor’ en este otro sentido, puede sencillamente ser que no. El diccionario, la gramática, la ortografía, son herramientas que nos ayudan a usar mejor nuestra lengua y a conocerla mejoR. En un pleno de la Academia Chilena, tiempo atrás, alguien empezó a criticar el Diccionario de la lengua española (DLE) porque confunde: ‘¿Por qué está toballa?’. Pero si tú te vas a toballa en el DLE, remite de inmediato a toalla. Y toballa tiene una marquita: un desus, por desusado. Y si te vas al étimo, verás que dice: “Del antiguo tobaja, y este del germánico thwahljô”.

P. Lo correcto, ha dicho el gramático Carlos González, “es un criterio social, no lingüístico: es como si un botánico determinara qué planta es correcta para mi jardín”. ¿Cómo se entiende hoy lo correcto y lo ejemplar?

R. La idea del español ejemplar o de una lengua ejemplar implica que la gente te entienda. Uno puede caer en algún tipo de incorrección o en alguna cuestión agramatical –cuando gramaticalmente no tendría que ir tal orden o tal elemento–, y ahí puede decir, ‘no te estoy entendiendo’ o ‘esto se presta a confusión’. Esa es la idea de una lengua ejemplar: es la que usas para redactar una constitución o las leyes. Para que no haya lugar a dudas, para que todo esté muy claramente escrito. Siempre les digo a mis estudiantes: dominen su lengua, conozcan bien la ejemplaridad de turno, porque va cambiando. Hoy, para muchas personas decir hubieron es incorrecto, porque no está dentro de la ejemplaridad de turno. Pero, si te das cuenta, cada vez más gente usa el hubieron.

P. Quizá nunca se dejó de usar por parte de muchos hablantes.

R. Bueno, el presidente Boric usa el hubieron, y puede llegar el día en que hubieron forme parte de la ejemplaridad. Pero uno tiene que conocer las reglas del juego para, luego, desarmarlas. Es lo que me pasa con el lenguaje no binario: primero hay que conocer bien las reglas del juego. Incluso, como soy latinista, me encantaría que el latín se enseñara en los colegios, como pasa en muchos países. Así conoceríamos mejor nuestra lengua.

P. ¿Cómo ve la creatividad cuando se incorpora el morfema ‘e’, como en todes, y el esfuerzo que supone para la consistencia gramatical?

R. El ejemplo del lenguaje no binario es interesantísimo, porque no es común. Muy pocas veces, a lo largo de la historia de nuestra lengua, ha habido una conciencia lingüística de este tipo, que va de la mano con un reconocimiento social. Es muy difícil que se dé en un hablante la conciencia de empezar a usar, en este caso, morfemas [las partes de las palabras que indican su función gramatical, como la ‘o’ en niños], porque a nivel morfológico es muy difícil que haya un cambio lingüístico. Hay una tendencia en los hablantes a ser más expeditos y más simples, y lo de la ‘e’ choca con esta reivindicación. Porque tener conciencia de que hay que usar la ‘e’ en determinados casos implica más tiempo, más conocimiento.

P. ¿Implica pensar en las palabras que usamos en el momento en que las usamos?

R. Claro, y es muy difícil. Por eso digo que es muy complicado instalar un cambio, pero mientras haya una motivación ideológica que implica un reconocimiento y un respeto, lo encuentro admirable. Yo no lo uso, porque me cuesta: lo digo una vez, y luego se me va.