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Bogotá: dos exposiciones sobre Rufino José
Cuervo

29/01/2012

Semana.comLa primera imagen es la de un laberinto. Los libros de Rufino José Cuervo, exhibidos en unos estantes asimétricos que llegan hasta el techo, envuelven al visitante y lo invitan a perderse en su recorrido. Libros de historia, de lingüística, de religión, de literatura colombiana, española, griega, latina, alemana, francesa, árabe, italiana; ensayos, biblias, gramáticas. Algunos con sus páginas abiertas donde se puede ver, en las dedicatorias, la admiración y el afecto que despertaba en el mundo y entre los escritores colombianos de su época, como José María Vargas Vila. Son 1.800 los volúmenes del total de 5.371 que componen el Fondo Cuervo de la Biblioteca Nacional y en la que hay varias joyas literarias. Ahí están, cercanos, provocadores, sin solemnidad, gracias al ingenioso diseño de los estantes con materiales reciclados.A un lado, en una pared grande, la palabra 'acabar' se ramifica en innumerables significados. Acabar: «conseguir, alcanzar, recabar». Acabar: «llevar a cabo felizmente, dar cima». Y en referencias literarias «Los males, que no tienen fuerza para acabar la vida, no la han de tener para acabar la paciencia» (Cervantes). También, en la imaginación de un dibujante, Manuel Kalmanovitz. 'Acabar' no es una palabra cualquiera a la hora de hablar de Cuervo. Él empezó una obra que no pudo terminar —solo llegó hasta la letra D— debido a sus proporciones descomunales: El Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana. Con este diccionario se propuso —casi nada— establecer la acepción correcta de cada palabra de acuerdo al contexto, buscar su etimología, justificar su uso con ejemplos, anotar sus cambios a través del tiempo, sus relaciones con otras palabras, corregir sus construcciones erradas y compararlas con otras lenguas. El visitante sigue su camino y se encuentra con unos audífonos en los que escucha la siguiente grabación con voces de jóvenes: «—yo tengo un profesor que dice eso, parce, que quen un futuro no va a existir ni inglés ni inglés ni nada, güevón, todos los idiomas se degradan resto —se van, se van a mezclar todos? —se van a mezclar todos y vamos a quedar hablando re extraño y tal —y re-complejo, se van a abrir también todos los pensamientos y la gente va a pensar en todos los idiomas porque es que uno a veces piensa… y puede pensar lo que sea pero usted recuerde que solo tiene su idioma güevón. Por eso es que la gente, los chinos piensan diferente, y por eso es que los japoneses matan ballenas, güevón».Una biblioteca, un proyecto y una circunstancia vital son los ejes de la exposición. Cuervo coleccionó libros porque pensaba que en ellos —principalmente en los autores clásicos— iba a encontrar los secretos de la lengua. Esa obsesión lo llevó a la idea de hacer su diccionario, una empresa infinita e imposible para una sola persona que, entretanto, debía resolver el problema del sustento material. En la empobrecida Colombia de finales del siglo XIX a causa de las guerras, Cuervo, en compañía de su hermano Ángel, creó una cervecería que no solo le dio ingresos para vivir sino que lo enfrentó al habla de la gente popular —los obreros de su fábrica—, lo cual le dio nuevos horizontes a sus investigaciones. ¿Cómo plasmar esa serie de inquietudes intelectuales y abstractas que fueron la vida de Cuervo en el espacio de unos pocos metros cuadrados? ¿Cómo conseguir que un público lego en materias filológicas entendiera la importancia de este sabio? El reto para el equipo de curadores —Carlos Betancourt, Patricia Miranda, Alejandro Martín, Camilo Paz— y de los artistas que colaboraron con ellos, era muy difícil, pero cada uno de los visitantes a la exposición Viaje al fondo de Cuervo, en la Biblioteca Nacional, ha podido constatar que consiguieron el propósito. Gracias a la exposición y a su propuesta interdisciplinaria, la obra de Cuervo se percibe de una manera clara, concreta y vigente. Él hubiera estado atento a las voces de aquellos jóvenes bogotanos —y a las otras de los raperos, vendedores ambulantes, una campesina y una señora de la alta sociedad que se pueden oír— con la misma curiosidad que la videoartista Bárbara Santos las recuperó en la calles bogotanas. Y no solo para verificar el mal uso, las malas construcciones gramaticales, sino también para asombrarse con la riqueza y las variaciones que los hablantes introducen en una lengua. De eso precisamente trata el libro de Cuervo Apuntaciones críticas del lenguaje bogotano, editado seis veces y seis veces corregido por él. Este Quijote, además, tuvo una vida digna de ser conocida. Es lo que trata de mostrar la exposición AB C de Cuervo en el Museo Nacional, que complementa la anterior. El hombre autodidacta, conocedor de varios idiomas, el religioso y conservador que siempre desconfió de la política y de la mezquindad de los políticos (no obstante ser hijo de uno de ellos, Rufino Cuervo, quien llegó a ser vicepresidente de Tomás Cipriano de Mosquera), prefirió el estudio, la industria, la vida familiar, los viajes y un largo autoexilio en París que duró 29 años —hasta su muerte— y que le posibilitó relacionarse con ilustres personalidades y adquirir una visión universal. Dice Ángela Gómez, curadora de la exposición del Museo: «Si pudiéramos devolvernos en el tiempo, encontraríamos que Cuervo fue una persona mundialmente reconocida en el ámbito académico. Creó unas redes y unos contactos que, sin proponérselo, hicieron que Colombia tuviera un puesto en la cultura europea. Si uno ve sus cartas se da cuenta de que era muy visitado y consultado». Esta exposición, que es una intervención en la sala republicana del Museo, propone un recorrido en torno al contexto familiar y literario en que construyó sus obras más importantes.Para terminar el diccionario de Cuervo, «una novela de las palabras», como la llamó Gabriel García Márquez, se necesitó un equipo de investigadores que trabajó durante 42 años. La tarea finalmente terminó en 1994 y fue reconocida con el Premio Príncipe de Asturias en 1999. Con motivo del centenario de la muerte de Rufino José Cuervo, el Ministerio de Cultura decretó el 'Año Cuervo', que comenzó en julio de 2011 y finalizará en julio de 2012, y en el marco del cual se organizaron estas exposiciones que se podrán ver hasta abril. Pero la bulla alrededor de Cuervo está lejos de terminar: el escritor Fernando Vallejo se encuentra escribiendo una biografía sobre él que muy probablemente saldrá este año y de la cual ya ha ofrecido algunos abrebocas: «No ha tenido España uno como Rufino José Cuervo. Ramón Menéndez Pidal podría ser el más cercano, pero este gallego de La Coruña (de donde partió la Armada Invencible hacia Inglaterra a perder su nombre) no fue sino un filólogo. Cuervo fue eso y mucho más: un loco y un santo. Su Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana es un delirio. ¡Cuál don Quijote! ¿Quijoticos a mí, que nací y me morí en Colombia? Cervantes lo que se inventó fue un aprendiz de loco. Colombia se inventó uno de verdad, Cuervo, el máximo, el filólogo sin par».