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Las «miembras» y el lenguaje sexista

03/12/2009

Paula Corroto, PúblicoEl 9 de junio de 2008, la ministra de Igualdad, Bibiana Aido, hizo tronar la tormenta cuando en una Comisión del Congreso de los Diputados utilizó el término «miembras» para dirigirse a las mujeres que se encontraban en la sala. La borrasca fue mediática, política, social e, incluso, académica. Para algunas, aquello resultó un guiño a su reinvindicación del uso de un lenguaje no sexista. Para otros fue simplemente una provocación. En cualquier caso, más allá de la anécdota, originó un debate que aún late: ¿es necesario perseguir el uso, para algunos excesivo, del género masculino en el lenguaje? En una sociedad en la que la mujer ya ha alcanzado un espacio público impensable hace décadas, ¿sigue siendo un arma que invisibiliza al sexo femenino?El filósofo y lingüista austríaco Ludwig von Wittgenstein manifestó en 1921 que «los límites del lenguaje son los límites del pensamiento. A través del lenguaje nombramos la realidad, la interpretamos y la creamos simbólicamente». A partir de esta teoría, la lingüista y autora del libro El arte del buen hablar, Pilar Careaga, sostiene que el debate debería comenzar destronando el concepto de lenguaje sexista para emplear el de uso lingüístico. «Es imposible que una persona se exprese de forma contraria a como ve el mundo. De ahí surgen los usos lingüísticos, como puede ser el infantil, el jurídico, el policial o el grosero. Por eso lo que hay que combatir es un uso sexista del lenguaje que, en realidad, parte del androcentrismo que hay en la sociedad y que hace que se consolide». Por eso, ella se manifiesta en contra de los que matizan que la etimología del castellano pueda configurarse como sexista al tener vocablos como «padres» que designan a los dos sexos. «Es cierto que en inglés tenemos parents, pero ellos también tienen fireman (bombero) y no firewoman (bombera). El español no es más sexista que otros lenguajes», reconoce.Desde un ámbito más social, Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres, entiende que al reinvidicar la lucha contra este uso del lenguaje lo que se hace es «llamar a las cosas por su nombre y dar visibilidad a una realidad que existe».Androcentrismo por igualdadEl lenguaje debe hacer constar una realidad, cambiar el androcentrismo por igualdad. Pero, ¿cómo? ¿Es necesario hablar de «miembras» o de «jóvenas», como han hecho las diputadas Carmen Romero y Elena Valenciano, o eso es una metedura de pata? En la Academia de la Lengua hay diversas posturas. Desde las más descalificadoras de Gregorio Salvador, que tildó a Bibiana Aído de «defensora de todas esas mandangas, de esa confusión de sexo y género», hasta la de Salvador Gutiérrez, que mantiene que cierta feminización de términos hoy incorrecta «puede que en un futuro sí se generalice. La lengua es un organismo que cambia».Eso es precisamente lo que ha ocurrido con muchas profesiones. Hace años no se hablaba ni de abogadas, ni de médicas, ni de juezas. «Pero la sociedad cambió y empezamos a nombrarlas. Y hoy no nos suenan raro. El lenguaje se consolida en la calle y eso puede pasar con miembra», admiteCareaga, quien insiste que con respecto a la a y la o no hay una cuestión de género detrás, sino de etimología: «Igual que águila es masculino o las palabras acabadas en el sufijo -ista engloban a los dos».En cuanto a la utilización de los dobles vocablos los vascos y las vascas, que decía el lehendakari Juan José Ibarretxe,Antonio García, coordinador de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género (AHIGE), cree que sería mejor una utilización de conceptos neutros como alumnado, profesorado o ciudadanía. «Sería también una mayor economía del lenguaje».¿Qué hay en la práctica de toda la teoría? García señala que «a los hombres todavía les cuesta entender qué es esto del lenguaje sexista. Nosotros hacemos muchas charlas y les decimos que intenten hablar siempre en femenino. Cuando lo hacen, se sienten molestos porque se ven excluidos. Y nosotros les decimos que eso es lo que sienten las mujeres».Pilar Careaga ve más preocupante la actitud de las jóvenes. «Creen que con ponerse minifalda y salir por la noche ya han conseguido la igualdad, pero ya verán cuando vayan a un trabajo y vean que las posiciones de poder las ocupan los hombres. En realidad, la lucha contra estos usos lingüísticos no deja de ser una lucha por cambiar determinados comportamientos».La batalla viene de largo y para Marisa Soleto «aún queda mucho por ganar». La primera vez que se habló de lenguaje sexista fue en la I Conferencia de la Mujer, celebrada en 1975 en México D.F. Soleto entiende que desde entonces aún «lo masculino lo nombra todo. Se ve en el lenguaje administrativo, de gestión y de los medios».Pilar Careaga, además, advierte de un giro peligroso: «Desde hace unos cinco años ha crecido la burla hacia el debate del lenguaje. Son resistencias de comandos sexistas que no están dispuestos a dejar pasar nada y, sobre todo, a perder el espacio que tienen».