inaugurar
Son conocidas las ideas, que hoy llamaríamos supersticiosas, de los romanos sobre las aves: se podía vaticinar el futuro mediante su vuelo y, una vez muertas, también sus vísceras eran fuente de presagios.
Los latinos habían heredado esas antiguas creencias de los etruscos, un pueblo origen desconocido que habitaba la Toscana y que fue absorbido por la civilización latina.
Cuando terminaban la construcción de una casa o de un templo, los romanos no los ocupaban de inmediato, sino que antes consultaban a los arúspices, quienes buscaban indicios del futuro estudiando cuidadosamente en las vísceras de pájaros muertos, y a los augures, que observaban en vuelo de las aves para basar en ellos sus vaticinios.
Una vez conocido el fallo de los augures —llamado agüero o augurio— el edificio quedaba [in]auguratus inaugurado, es decir, ‘consagrado por los augurios’ y podía ser ocupado y utilizado.