cadalso
En los mercados de esclavos del Imperio romano, la ‘mercancía’ era expuesta en un estrado, conocido como catasta, para que se destacara en medio de la abigarrada muchedumbre y pudiera ser mejor apreciada por los posibles compradores. Análogamente, los condenados a muerte eran ejecutados en lugares bien visibles, en este caso, como escarmiento para el pueblo.
Con ese fin, se montaba la catasta sobre una torre de madera llamada fala. De la unión de ambas palabras se formó en latín vulgar catafalicum, que los occitanos del Languedoc llamaron cadafalcs. La palabra cruzó los Pirineos y llegó a España hacia 1260, durante los reinados de Alfonso X de Castilla y de Jaime I de Aragón, bajo la forma cadafalso, que se conserva hoy en portugués.
En documentos del año 1300 ya se escribe cadahalso, hasta llegar a la forma moderna cadalso en los tiempos de Cervantes, como vemos en este texto de Don Quijote:
Llegado, pues, el temeroso día, y, habiendo mandado el duque que delante de la plaza del castillo se hiciese un espacioso cadalso, donde estuviesen los jueces del campo, y las 5 dueñas, madre e hija, demandantes, había acudido de todos los lugares y aldeas circunvecinas infinita gente a ver la novedad de aquella batalla [...].
En italiano, la misma combinación de palabras designó el catafalco, el ataúd de lujo para las exequias de los ricos y notables, y con ese sentido e igual grafía entró nuevamente al castellano en el siglo XVIII, como registra el Diccionario castellano, de Esteban de Terreros.