La historia literaria heredada del siglo XIX nos acostumbró a pensar la literatura como un acontecimiento surgido en el desarrollo progresivo de una lengua y una cultura, y registró desde las primeras minucias vernáculas hasta las grandes obras y autores canonizados.
La idealización de esta operación hizo que la nación pareciese una consecuencia espontánea y necesaria del desarrollo histórico de la vida en común. La literatura se creyó una manifestación inmediata del espíritu colectivo y popular encarnada en una lengua.